Desde el Instituto de Investigaciones Históricas, el docente egresado del Pedagógico de Caracas (es director de Maestrías en Historia de Venezuela e Historia de las Américas en la UCAB) explica las diatribas entre la religión y el poder a propósito de los 50 años desde que la república firmó un convenio o concordato con la Santa Sede

En el salón de reuniones empapelado con tomos y tomos de libros, el profesor e historiador Tomás Straka, 41 años, hace un recuento de la decimocuarta Jornada de Historia y Religión. El nombre del evento es “La democracia venezolana y sus acuerdos: en los cincuenta años del Convenio con la Santa Sede”. Las ponencias las realizaron historiadores y profesores de la UCAB, UCV, UPEL, UNIMET, Fundación Rómulo Betancourt y Fundación Francisco Herrera Luque. Estas jornadas buscan garantizar la continuidad del estudio de la historia.

Bajo la luz neón que suena como un enjambre de mosquitos enumera los contratiempos de llevar a cabo actividades académicas. Straka explica que el evento se cambió de fecha varias veces: “Ahora nos tocó no solamente la historia que estudiamos, sino la historia que vivimos”. Se postergó para el mes de junio porque el 6 de mayo, cuando estaban instalando los equipos para la actividad, los estudiantes cerraron el acceso a la universidad. Hubo disturbios. “En 14 años han pasado muchas cosas”, comenta y cruza las piernas. Estas jornadas han servido para “sismografiar” lo que ha sucedido.

—¿Por qué se está realizando este evento desde hace 14 años?
—Los eventos académicos en los cuales se presentan novedades y avances de investigación forman una parte esencial de la vida universitaria. Son las instancias en las cuales nos enteramos sobre lo último que se está produciendo. Generan redes, intercambios, para difundir conocimientos y enterarnos de novedades. Las jornadas han sido de muchas cosas. Cada una ha publicado su memoria. El producto es una colección importante; bueno, eso tendría que decirlo otra persona porque yo soy como el papá de estos eventos. Ya tenemos 12 libros y el número 13 está actualmente en edición.

—¿Cuál es su relación con la Iglesia?
—Yo soy un creyente promedio, pero no soy hombre de santos. Sin embargo, eso habría que considerarlo porque un católico promedio no estudia la Iglesia. Yo la investigo.

—¿Qué relevancia considera usted que tiene la religión en el gobierno de un país?
—Bueno, esto depende del tipo de gobierno. En un gobierno laico no debería tener ninguna relevancia. El impacto de lo religioso influye de varias maneras. En primera instancia, juega un papel central, protagónico en los valores y los criterios de los ciudadanos y también en el pensamiento de los ideólogos, de los políticos. Influye. Pero sobre todo por su importancia para los ciudadanos, los gobiernos toman en cuenta a las iglesias a la hora de generar los consensos para garantizar la gobernabilidad y obtener legitimidad. Para Venezuela un gobierno laico es el más adecuado, por supuesto.

El secretario de la decimocuarta jornada habla como escribe: con una formalidad inusual en los venezolanos. Sus grandes manos llevan al ritmo las preguntas que él mismo se hace y se responde. No renuncia a sus manías de profesor para precisar el peso histórico del Convenio con la Santa Sede:

—¿Por qué la iniciativa del convenio fue tan relevante para la historia de Venezuela?
—Eso tenemos que verlo en dos dimensiones. La del corto plazo se materializa en el año 1964 cuando se establece un modus vivendi o nuevas reglas de juego. El Estado y la Iglesia comienzan a separase un poco. En lo coyuntural, a corto plazo, la negociación del Convenio con la Santa Sede la terminaron Marcos Falcón Briceño y monseñor Dadaglio, pero no fue idea suya. En 1958 se plantea evitar los errores del primer ensayo de la democracia generando un sistema que estuviese fundamentado en el mayor número posible de consensos. ¿Cómo funcionaba este sistema? Es lo que algunos llaman el sistema populista de conciliación de élites. Un ejemplo es el Pacto de Punto Fijo.

—La dimensión del largo plazo…
—Se asocia con las relaciones Iglesia-Estado. Los primeros 300 años de vida colonial fueron de cristiandad. Acá en las Indias había lo que se llamaba el patronato real; el rey de España era el patrono de la Iglesia para todo lo que no fuera estrictamente espiritual. Cuando Venezuela se independiza, asume un gobierno republicano liberal. No obstante, por el peso de la religión en Venezuela y por el poder de la Iglesia, por otra parte, el Gobierno republicano asume el patronato. ¿Por qué el Gobierno quería esto? Para tener el control de la Iglesia. Así que se dio algo sorprendente en la historia de Venezuela: los liberales quieren mantener la unión del Estado con la Iglesia y la Iglesia quiere separarse. Era el mundo al revés.

El profesor Straka explica con paciencia y detalle el proceso de cómo el Estado venezolano ha soltado poco a poco las riendas de la Iglesia. Solo su asombrosa memoria le permite ser fiel a datos históricos.

En la ponencia “Cuarenta años de democracia a través de los ojos de la Conferencia Episcopal Venezolana (1958-1999)”, el profesor Guillermo Guzmán demuestra que mediante el estudio de la historia se pueden hacer predicciones acertadas. Ahí radica su utilidad. La historia es el sistema de alarma por excelencia. Por esto es que Straka defiende su puesto en el pensum de cualquier carrera.

—Con respecto a las actividades académicas sobre la historia, ¿cuál es su meta ahorita?

—La meta obvia es lograr darle continuidad a las jornadas en un entorno que cada vez es más hostil. El financiamiento para las publicaciones, traer invitados extranjeros es cada vez más difícil. No se puede comprar un pasaje a alguien que venga de afuera. No invitas a alguien a la guerra. También estamos trabajando en la presencia de [la materia] Historia en los distintos programas de estudios en un momento de cambio curricular. Garantizar que la historia siga teniendo algo qué decir.

Andrea Hernández