Luego de trece años de arduo trabajo, de miles de consultas y documentos, de académicos cruzando varias veces el Atlántico, aquí está: la vigésima tercera edición del Diccionario de la Lengua Española.
No es cualquier cosa, se trata de una valiosa obra que tiene influencia sobre al menos 500 millones de hablantes, sobre una lengua cuyo PIB se calcula en 4,5 billones de dólares, según el Instituto Cervantes. Se trata de un documento fundamental para la segunda lengua del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional.
El presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, Francisco Javier Pérez, destaca, además, que esta edición tiene una particularidad: ser la más panhispánica. Es decir, “es una obra que no va a ver la lengua desde España, sino desde el ámbito inmenso de la lengua española. Un ámbito que abarca cuatro continentes, 22 naciones”, asegura el egresado, profesor e investigador de la UCAB.
—¿Qué ofrece la condición de panhispánico?
—Ese es un cambio de concepción muy notable, que no digo que esté materializado en el diccionario plenamente, nos va a seguir pareciendo que faltan cosas, que hay hegemonías lingüísticas allí actuando, pero es importante que el cambio se haya operado y el concepto sea un concepto que se esgrima para decir este diccionario es el de la lengua española toda, no solo de España.
—¿Cómo se desarrolló el trabajo conjunto entre la Real Academia Española y el resto de las academias? 
—El trabajo se desarrolla en varios niveles. Lo primero era recibir en cada academia un conjunto de materiales generales de la lengua, para ver si las definiciones eran validadas en cada país. Si había una acepción diferente no recogida o para ver quizá si había un nexo más estrecho con la lengua del país. Esos insumos iban a la comisión de lexicografía de cada academia, compuesta por académicos o investigadores. Y unos y otros se distribuían los trabajos para enviar a España ese material corregido, revisado.
—¿Cómo fue el proceso en Venezuela?
—En los trece años hubo tres comisiones de lexicografía distintas y tres direcciones distintas. El primer director fue Luis Quiroga Torrealba (ya fallecido), siguió mi dirección y después la de Luis Barrera Linares (el actual coordinador). En este periodo, los académicos de Venezuela han ido a integrarse a la Comisión Permanente, en Madrid, a trabajar in situ.
La regla de tres
El nuevo Diccionario de la Lengua Española tiene 93.111 entradas, es decir, 4.680 más que la edición anterior de 2001, y cuenta ahora con 19 mil americanismos. Pedro Álvarez de Miranda, académico director del diccionario, ha expresado que para la incorporación de voces provenientes de América se tomó como criterio que estas palabras estuvieran documentadas como mínimo en tres países del Nuevo Continente.
—¿La regla de los tres países es la mejor para dictaminar la entrada de una voz americana?
—Yo no estoy muy ganado a lo cuantitativo porque no creo que las lenguas sean cuantitativas, sino cualitativas. Luego de la presentación del diccionario, en Madrid, hubo un evento sobre América en el Diccionario de la Lengua Española, yo participé como ponente y señalé que nos estamos preocupando por lo cuantitativo, es decir, preguntándonos cuántas voces de Venezuela hay, si mil o dos mil, algunos dirán que falta mucho por incorporarse. Pero eso no es lo importante, lo importante es que esas mil o dos mil o las que sean, sean las que son. Eso es lo importante.
—¿Qué les da a las voces la cualidad de ser las que son?
—El uso, la presencia de esa voz en un tiempo específico para una comunidad de hablantes específica. La significación.
—¿Tan importante es el escritor como el muchacho de la calle en la renovación del lenguaje?
—Para el tiempo del primer Diccionario de Autoridades (publicado entre 1726 y 1739) la lingüística estaba solamente domiciliada en el asunto textual, en la lengua escrita. Y eso ha cambiado mucho, es decir, lo que es más pertinente para el lingüista y el lexicógrafo es la lengua oral: cómo habla el perrocalentero, lo que dice y lo que no dice es más capital para la investigación de hoy que lo que dice un escritor muy consagrado, sin que eso desmerezca lo que hace el escritor. Interesa mucho cómo habla la persona de la calle que, con formación o sin formación académica, dice cosas porque las ha aprendido de su familia cuando era niño, las ha oído toda su vida y las dice normalmente como las palabras únicas que tiene para decir eso.
Una lengua no muy bendita
Durante su reciente visita a la sede de la Real Academia Española para la presentación del diccionario, Pérez presenció la manifestación de integrantes de la comunidad gitana rechazando la acepción que se le da a “gitanada”, asociándola al engaño y la estafa.
Esto evidencia que el nuevo diccionario sigue generando controversia respecto al machismo, exclusión o prejuicios que pueden tener algunas definiciones. El propio Álvarez de Miranda, durante la presentación de la obra, aseguró que esta edición contenía menos definiciones machistas que las anteriores. Sin embargo, “seguirá habiendo casos que a algunos les parecerán ofensivos, machistas”, dijo el académico.
El diccionario, empero, recoge realidades más que imponerlas. El texto funciona más como un espejo, que en este caso devuelve un reflejo no tan agradable de los hablantes, los prejuicios que se tienen hacia un grupo étnico. También ese espejo está indicando que la mayoría de los adelantos tecnológicos están surgiendo en un ámbito distinto al de Hispanoamérica; en consecuencia, en esta región se adaptan voces foráneas al español para todas esas creaciones que están influyendo en su vida diaria.
No obstante, y volviendo al tema de las exclusiones, Pérez resalta que la lexicografía puede ir hacia definiciones que no causen tanta controversia: “Un diccionario de este estilo tiene que ser muy cuidadoso con esas voces, por esa idea de que sacraliza las voces. Yo optaría por definiciones que son lo más neutras posibles, donde no hubiera calificaciones y eso en lexicografía se puede conseguir. Se pueden sumar marcas para indicarle al usuario en qué momento se usan”.
Simón González