Esas dos damas son  María Teresa Boulton e Ítala Scotto Domínguez. Hablan como nadie sobre la imagen a través de la historia. Fue el viernes 24 de abril en una de las salas del sótano del Centro Cultural.

Scotto y Boulton, dos amigas que se nutren recíprocamente, hablaron del racismo en las imágenes, de la omisión deliberada de ciertos protagonistas del comunismo, de la sensibilidad de las fotógrafas venezolanas y de muchas otras cosas que atañen a la fotografía como arte del hombre en su búsqueda de atrapar lo efímero.

Eso es: atrapar lo efímero. Esta charla dual se enmarca dentro del tema “Métodos visuales” del seminario Métodos de Investigación Cualitativa (doctorado en Educación de la UCAB). La organizadora fue la profesora Hilda López de George.

 

LEER Y ANALIZAR EN CONTRAPUNTO

Se trata de algo muy simple: dos mujeres que transmiten pasión por la fotografía y sus múltiples posibilidades. Arte y registro del hombre, espejo de su estupidez y de su imaginación.

Ítala comenzó hablando de algo absolutamente imprescindible: “Necesitamos la sal de las palabras”. Incluso hay imágenes y situaciones que, según Lezama Lima, provocan en uno una violenta necesidad de lenguaje. El placer y el deseo es el primer tema de Ítala. La fotografía nace del deseo de fotografiar. Parece una perogrullada, pero es una verdad histórica. Habla Ítala de Geoffrey Batchen, profesor asociado del Departamento de Arte en la Universidad de Nuevo México. Ha escrito, entre otros, un libro titulado Arder en deseos (por supuesto, no se consigue en Venezuela) en el cual alude a una carta que le escribe en 1828 un tal Nicephore Niépce a su socio Louis Daguerre, inventor del daguerrotipo: «Ardo en deseos de ver tus experimentos tomados de la naturaleza».

No es una cita en balde. Batchen habla de Coleridge quien, en 1803, participó en un debate sobre el tiempo o, mejor, la representación del tiempo. “Entre la luna y yo hay una línea plateada”, escribió o dijo. Una frase clave… remite al deseo de expresar las emociones que son producto de situaciones específicas. Coleridge desarrolla pequeños textos que parecen incoherentes, pues tal vez violan o violaban en su tiempo la sintaxis acostumbrada, pero eran su manera de dar expresión a lo efímero.

Insiste Ítala en que existió el deseo de fotografiar antes del invento propiamente dicho de la fotografía. Ese deseo se verbalizó en círculos filosóficos y científicos. Batchen analiza la fotografía a finales del siglo XVIII y principios del XIX y confirma esa tesis. En primer lugar, examina en su libro la producción de los diversos candidatos a «primer fotógrafo» y luego incorpora esta información a una modalidad de crítica histórica influida por la obra de los filósofos Michael Foucault y Jacques Derrida. El resultado es, según un comentario que cualquiera puede ver en Wikipedia, una forma de reflexión sobre la fotografía que concuerda convincentemente con su innegable complejidad conceptual, política e histórica como medio.

 

EL RACISMO Y OTRAS COSAS ESTÁN ALLÍ

Ítala cerraba los ojos, de niña, a ver si podía “grabar” lo que sus pupilas acababan de retener de manera efímera. Pequeños juegos de niños…

… pero en realidad estamos repitiendo los juegos de la humanidad. Cómo grabas o recuerdas una imagen. Lo que buscaba era un torrente metafórico.

El goce del signo imaginario es una frase de Roland Barthes en la lección inaugural de su cátedra en el Colegio de Francia al final de los años sesenta. Foucault creó una cátedra especialmente para que él pudiera dar clases allí. Y Barthes dice que todas las imágenes son un espacio de fantasía. “Damos un salto a lo imaginario al ver la foto”, corrobora Ítala. Es decir, ver una fotografía suscita todo tipo de experiencias previas a la propia fotografía.

Pero Ítala no se detiene en Barthes, sino que va hacia el crítico literario palestino-norteamericano Edward Said, quien le da la idea del contrapunto en relación con la música. En Cultura e imperialismo (1993), Said aborda el vínculo que el mundo de las metrópolis occidentales mantuvo con sus territorios de ultramar durante los siglos XIX y XX, centrándose de manera exhaustiva en aquellos textos literarios europeos que hablan de África e Irlanda, del Lejano Oriente y de Australia, de América del Sur y el Caribe, y en aquellos otros que fueron escritos como actos individuales y colectivos de un movimiento de resistencia contra la dominación imperial y que culminaría, tras la Segunda Guerra Mundial, en el proceso de descolonización. El esquema general y planetario de la cultura imperial y la experiencia histórica de la resistencia contra el imperio son los dos ejes que articulan y dan forma al libro. Habla, pues, Said del contrapunto en la música: varios acordes contrapuestos, aunque haya alguno que, provisionalmente, aparezca como primordial.

De su lectura toma Ítala la idea de la contraposición: historia e imagen. Y esa historia habla del imperialismo, como se ha dicho; y de racismo. Dice Said que “deberíamos leer todos los hechos en contrapunto”.

En este caso, argumenta Ítala, tenemos las imágenes y tenemos la historia (con mayúscula y también con minúscula). Y comienza a mostrar fotos del racismo contenido en viejas imágenes, empezando por Robinson Crusoe frente a Viernes: la sumisión ilustrada. Viernes en posición de minusvalía ante el blanco.

Luego, imágenes cercenadas por los cambios de la historia. Muestra cambios en ediciones, en ilustraciones, tras la insurrección de los esclavos en Haití, y después, en 1803, quizás por haber salido a la luz los primeros informes sobre la dialéctica entre el amo y el esclavo (Hegel); en 1807 aparece, del mismo autor alemán, La fenomenología del espíritu. En ese mismo año Inglaterra suspendía la esclavitud en sus territorios. Ítala hace hincapié en la permanente puesta al día del filósofo alemán, a través de los periódicos de su tiempo, sobre lo que sucede en América.

Ítala insiste en que uno debe fijarse bien. En alguna foto hay un gesto que se repite y el público, allí esa mañana en la sala del Centro Cultural, no acierta con el común denominador. Resulta ser el saludo nacional-socialista. O sea, nazi y/o fascista. Aconseja no mirar como cosa natural lo que no lo es. A veces, la repetición de unos arquetipos en fotografía da carta de naturalización a lo que jamás debe tenerla. Sigue mostrando fotos: del general filipino Emilio Aguinaldo representado como una muñequita negra (ese tipo de cultura visual que pone al negro como alguien infantil, despreocupado… explotable, pues). Aguinaldo fue uno de los líderes principales del movimiento independentista de su país.

Muestra más: la sátira de un fotógrafo alemán crecido ya en la posguerra, sensibilizado y alarmado por la catástrofe que produjo su país: una serie llamada Ocupaciones. Muestra Ítala que hay puntos ciegos de la historia que generan el juego del escondite entre las imágenes, la realidad y la imaginación; los personajes que caían en desgracia en la Rusia soviética, como Trotsky, desaparecidos del registro fotográfico, es decir, supuestamente de la memoria colectiva. También muestra la imagen arquetipal de la decapitación con la mitológica Medusa y conecta con los yihadistas de hoy, tan proclives a difundir su propia versión de Medusa a lo largo y ancho del globo. Sobre este último tema, foto de la portada del reciente libro del francés Jean Clair. A partir de esa portada, la profesora teoriza sobre el poder de la imagen para infundir “espanto y terror…”. En la mitología griega, Medusa es un monstruo femenino que convierte en piedra a aquellos que la miran fijamente a los ojos. Fue decapitada por Perseo, quien después usó su cabeza como arma hasta que se la dio a la diosa Atenea para que la pusiera en su escudo, la égida.

En fin, ¿puede uno imaginar cuántas lecturas ofrece una foto (o una imagen que puede ser una ilustración, como lo que Ítala mostró en algunos casos), un álbum, una serie producida por uno de esos artistas que se acercan lo suficiente a su objetivo?

 

Y LUEGO, 21 VENEZOLANAS

Habló después su amiga María Teresa Boulton, la misma que creó una buena revista llamada Extra Cámara que duró treinta números o más. Boulton habló de su libro: una colección de 21 mujeres fotógrafas venezolanas. Sus fotos y sus opiniones. Ella las entrevistó a todas. No solo fotógrafas de proyección artística; también hay reporteras de calle en el libro, como Sandra Bracho.

En fin, el libro no se consigue ya. Fue editado por Seguros Caracas.

Merece María Teresa Boulton un trabajo aparte, una semblanza sobre su quehacer, quehacer de una mujer con talento y sensibilidad. Ojalá haya oportunidad de entrevistarla para este mismo portal pronto.

 

♦ Sebastián de la Nuez

 

Foto: María Teresa Boulton (izquierda) e Ítala Scotto (derecha).