Fernando Mires 

– Notas sobre la final de la Champions 2015.

Unos los llaman el tridente. Más ingeniosos otros les dicen “los trillizos”. Más nuevo es el título: “Los tres mosqueteros”. Parece ser el más adecuado, pues los tres mosqueteros de Alexandre Dumas también eran cuatro. Iniesta es el cuarto, al lado de Messi, Neymar y Suárez. Y los de la Juve parece que no lo sabían.

Iniesta se mete donde nadie lo llama, es una verdadera ladilla, juega sin puesto fijo y ahora, como antes lo hacía con el de Xavi, rota alrededor del cerebro de Messi. Fue Iniesta —después de recibirla de Neymar— quien abrió el tajo dejando solo a Rakitic para que pusiera su firma. Los de Juventus se dieron cuenta entonces de que no estaban jugando contra 3, sino contra 11.

Ha cambiado un poco el juego de Barcelona.

Messi hacía antes de 9 mentiroso. Ahora es 10 puro: organización, enlace, ritmo y un solo Messi no más. Antes Messi e Iniesta rotaban alrededor de Xavi. Ahora es Messi quien distribuye el juego pero a pases largos, hacia los extremos. Aunque no siempre. De pronto La Pulga encuentra un hueco y se larga hacia adelante a una velocidad endemoniada como antes solo sabía hacerlo Pelé.

Neymar juega ahora casi todo el partido por las puntas, sobre todo por la izquierda, pero más que centrar —para eso están Alves y Alba— diagonaliza. La pisa, driblea y después nadie sabe lo que puede suceder. Los demás toman posiciones y comienza un tacataca rapidísimo hasta que de repente uno queda solo frente al arco. Podrían haber sido —después de la muestra de exquisitez que siguió al gol de Rakitic— tres o más goles, pero en el arco estaba Buffon, quien es como los buenos vinos: mientras más antiguo, mejor.

No es que Juventus hubiese jugado mal durante el primer tiempo. Después de todo, es uno de los cuadros más afiatados del mundo. Pero por momentos, al lado del Barça, parecía un equipo de barrio. Mucho corazón, quizás demasiado. Vidal, sobre motivado, parece que se tomó en serio el sobrenombre que le pusieron —“El Guerrero”— y salió a repartir hachazos, dejando a Pogba que se las arreglara por su cuenta. La defensa, recia, firme, segura, aunque no muy elegante. Pirlo, el carismático, ponía como siempre la clase, trataba de calmar, de distribuir, pero Tévez y Morata corrían muy separados entre sí. No había combinaciones.

El gol de la Juve en el segundo lapso, disparo de Tévez, rebote, y Morata a tiempo. Ninguna joya, pero suficiente para que Juventus se fuera encima con todo.

Por un momento tuvimos la impresión de que la Juve iba a realizar un partido de esos que pasan a la historia. A cualquier otro adversario Juventus —gracias al empuje de Marchisio, Pogba y a veces Vidal— lo habría arrollado. Pero hay algo que sabe hacer muy bien el Barça: controlar el juego en los momentos de crisis.

Fue después del gol de Juventus cuando los del Barça se acordaron del pasado reciente y comenzaron a jugar como en los buenos tiempos de Guardiola. Para allá, para acá, por aquí, por ahí, para mí, para ti, con Busquets —verdadero cronómetro— convertido en poste móvil de rebote. Desesperante. Todos esperando un hueco para que Messi la juegue hacia delante. Y así fue. Messi la tocó y Suárez la enchufó en un rincón imposible para cualquier arquero.

Después del segundo, Barça volvió a jugar con la agresividad de los tiempos de Luis Enrique. El tercero, el de Neymar, cometido cuando ya había expirado el final, fue el gol de la coronación.

Lindo partido. Quien escribe terminó tan cansado como los jugadores. Simbólico el abrazo final que se dieron Xavi y Pirlo: dos veteranos, hombres del oficio, profesionales de verdad. Se les echará de menos.

Las sombras de Battler y de la FIFA no alcanzaron hasta el Olympia de Berlín. Pese a todo el daño que hacen y seguirán haciendo las mafias y los corruptos gobiernos que las apoyan, el fútbol terminará siempre por imponerse. Es que cuando es bien jugado, el fútbol, como el arte, se justifica por sí mismo. Después del fuego, la rueda y el amor, debe ser uno de los más grandes inventos de la historia de la humanidad.

Fuente: El Blog de Fernando Mires