Marcelino Bisbal

1. En una isla

 

No cabe duda, al menos así lo percibo en sentido periodístico, de que Cuba ha sido y está siendo noticia. La llamada crisis de los balseros (1994) en la cual unos 37 mil cubanos se lanzaron al mar con la idea fija de llegar a las costas de los Estados Unidos; en el inicio del nuevo milenio el niño Elián González viajó en una balsa desde Cuba a Miami; el presidente de los EE.UU., George W. Bush, en 2001 apretó aún más las medidas del embargo; el anuncio de Fidel Castro, quien, por problemas de salud, se retiró de la política cubana para darle paso a su hermano Raúl y abrir un nuevo camino al proceso; en junio de 2013 representantes de Cuba y EE.UU. inician los primeros contactos multilaterales para flexibilizar las tensiones existentes con la idea de iniciar la normalización de las relaciones diplomáticas; Barack Obama habla, a finales de 2014, de una nueva era en las relaciones entre Cuba y EE.UU., y así el 17 de diciembre de ese mismo año se pone fin a cincuenta años de enemistad… en fin, algunas noticias que pusieron a esta isla del Caribe otra vez en las páginas y espacios de todos los medios del mundo.

 

No nos quedemos solamente con esa última nota periodística. Ahora Cuba vuelve a ser noticia con un hecho cultural y literario. Leonardo Padura, el de El hombre que amaba a los perros, el de Herejes y de toda la saga policiaca del detective habanero Mario Conde, es la información del momento. El 10 de junio se le otorga el Premio Princesa de Asturias de las Letras por su trabajo literario. Para los miembros del jurado, “su obra constituye una soberbia aventura del diálogo y la libertad (…) es un autor arraigado en la tradición y decididamente contemporáneo (…) un intelectual independiente, de firme temperamento ético (…) Desde la ficción, Leonardo Padura muestra los desafíos y los límites en la búsqueda de la verdad”.

 

2. “Vayamos a otro país / ni el tuyo ni el mío / y empecemos de nuevo”

 

Este verso del poeta William Plomer lo pudo haber dicho en algún momento Lucía, la esposa de Padura, pero ellos decidieron quedarse en Cuba. No es gratuito entonces que Leonardo Padura al final de sus últimas obras dedique siempre unas páginas para agradecer a Lucía López Coll por “su espíritu crítico y su capacidad de resistencia”.

 

Leonardo Padura hoy tiene 55 años y ha decidido, por voluntad propia, quedarse en Cuba cuando muchos de sus amigos más cercanos decidieron emigrar en la búsqueda de mejores horizontes de vida y de creación profesional. Lo dijo a propósito del premio al diario El País de España: “Soy un escritor cubano, pertenezco a una generación que ha vivido y sufrido muchas cosas, buenas y malas, y siento un gran sentido de pertenencia a mi ambiente y mi gente en Cuba, así que este premio lo considero un reconocimiento a todo ello”. Ya en otra ocasión había dicho que “necesito a Cuba para escribir”.

 

Padura no solo es escritor, ha sido y es periodista y él mismo se define como un escritor-periodista, o un periodista-escritor. Ha escrito textos acercando la literatura al periodismo y autores que seguramente lo han influido en este matrimonio son periodistas/escritores como Truman Capote, Gabriel García Márquez, Norman Mailer, Miguel Barnet, Elena Poniatowska y, por supuesto, no podía faltar el argentino Rodolfo Walsh con su Operación Masacre, convertida en novela periodística (1973) y ¿Quién mató a Rosendo? Autores estos que “afectan la esencia misma de los dos territorios fundidos y confundidos (…) y sobre todo, la validez y pertinencia de cada uno de estos universos (periodismo y literatura) en el proceso mismo de fusión y confusión genérica y artística”, nos dirá Leonardo Padura para explicarnos cómo el periodismo y la literatura se enriquecen, se dignifican como géneros.

 

Leonardo Padura es un fanático del beisbol, aunque siente que el fútbol ha ido ganando terreno. Para él el beisbol sigue siendo su juego y su identidad deportiva: “Mi nostalgia pelotera por los tiempos en que todos (es un decir) dedicábamos nuestro tiempo libre a jugar béisbol, a soñar con el béisbol, quizás solo sea una incapacidad personal o generacional de aceptar las evoluciones, siempre necesarias, muchas veces espontáneas e inevitables. Pero de aquella pasión de entonces quedó como recompensa la gloria deportiva alcanzada, el enriquecimiento de una mitología nacional sembrada desde nuestro efervescente siglo XIX”.

 

A Padura, como buen cubano y caribeño, le gusta la salsa. Esa música bailable y caribeña “a la que los cubanos llegamos a destiempo (…) y, siendo parte de ella por derecho propio, no pudimos disfrutar de sus mejores momentos”. Con razón César Miguel Rondón nos ofrece, en su edición de lujo de El libro de la salsa, un prólogo firmado por Leonardo Padura en homenaje no solo a esta música, sino al mismo César  por ese imprescindible libro, “sin el cual, estoy seguro, la música y la cultura del Caribe habrían vivido en el vacío que fomenta la ceguera”.

 

3. El sentido por el desencanto

 

En lo que he podido leer de Leonardo Padura encuentro siempre una constante. Algunos personajes, en muchas ocasiones es el mismo Mario Conde, últimamente retirado de la comisaría y dedicado a la venta de libros viejos para ganarse la vida, dialogando con el otro o con ellos mismos para comunicar y comunicarse cuán desconcertada y desesperanzada ha resultado su vida, especialmente los años en que toda una generación creyó en una utopía y en un futuro siempre prometido como mejor y siempre postergado para después. O cuando aparece un narrador anónimo para contarnos acerca de su vida y de sus desgracias, de sus pérdidas y de los escamoteos que la propia historia más próxima le ha impuesto. Así, por ejemplo, en su último trabajo literario, Herejes, Mario Conde medita:

¿Qué le preocupaba entonces? ¿Que el país se desintegraba a ojos vistos y se aceleraba su conversión en otro país, más parecido que nunca a la valla de gallos con la que solía comparar el mundo su abuelo Rufino? A ese respecto él no podía hacer nada. ¿Le preocupaba que él y todos sus amigos se estuvieran poniendo viejos y siguieran sin nada en las manos, como siempre habían estado, o con menos de lo que antes habían estado, pues se les habían perdido incluso las ilusiones, la fe, muchas de las esperanzas prometidas por años y, por descontado, la juventud? En verdad ya estaban acostumbrados a esa circunstancia, capaz de marcarlos como una generación más escondida que perdida, más silenciada que muda.

En este diálogo con Mario Conde y Leonardo Padura dejamos nuestro testimonio por el bien merecido reconocimiento a una obra, a un trabajo, a una creación que creo representa el futuro de un país que es Cuba. Ojalá que aquello que expresara Padura el mismísimo 17 de diciembre de 2014 se cumpla: “Yo siento como que hemos salido de una pesadilla, como que hemos salido de un túnel y que empieza a verse una luz”.

 

Dentro de este des-orden que representa la avasallante realidad de nuestro país, la lectura y relectura de la obra de Leonardo Padura ojalá nos brinde, además de alegría por el reconocimiento que se le ha dado, la posibilidad de mirar en otras realidades diferentes pero cercanas; como una fotografía antigua, en tonos sepia, donde por alguna razón nos pudiésemos ver representados. Tengo en mente su extraordinario trabajo, El hombre que amaba a los perros, y uno de los muchos pasajes que me impactaron:

Ese ha sido nuestro sino colectivo, y al carajo Trotski si con su fanatismo de obcecado y su complejo de ser histórico no creía que existieran las tragedias personales sino solo los cambios de etapas sociales y suprahumanas. ¿Y las personas qué? ¿Alguno de ellos pensó alguna vez en las personas? Me preguntaron a mí, le preguntaron a Iván, si estábamos conformes con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida, y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y en la utopía pervertida.