Ronald Balza

Entre las cartas del Libertador hay varias sobre clavos y herraduras. Una fue enviada al general Sucre desde Huamachuco el 7 de marzo de 1824, nueve meses antes de la batalla de Ayacucho. La carta no se refiere a la libertad ni a la gloria, ni a la moral y las luces. Como quien conversa con un amigo, el Libertador da órdenes precisas al futuro Mariscal. Le cuenta que “desde Otusco le escribí á Placencia diciéndole: que los clavos que le habian dado en Trujillo no valían nada, como él lo habia experimentado, cayéndose todas las herraduras en la marcha, y le espliqué (sic) demasiado bien que los clavos no valían nada y que esperara nuevos. Ahora sale diciendo que los mismos clavos se rompen y se pierden las herraduras, como que si yo no lo supiera, y como si yo no lo hubiera dado á Ud.clavos buenos traidos de Trujillo para que hierren esos caballos”.

El Libertador pregunta al general Sucre si recibió “un cajoncito de clavos de los cuales creo que hablé á Ud. y mandé que se los entregasen para que herrasen la caballería de Placencia. Con estos clavos es que se debía hacer la experiencia, y no con los viejos que ya se sabe son detestables. Me parece que he dicho á Ud. aquí, y despues he mandado escribirle y yo mismo lo he hecho, que habia pedido á Trujillo cuatro cientos juegos de herraduras para la caballería de Plasencia, porque yo sabia muy bien que sin estas herraduras no se podia mover este cuerpo, y por supuesto, repito la noticia de que espero las herraduras y los clavos”. El Libertador fue insistente y reiterativo, y muy preciso. Recuerda al general que “le dije á Ud. que mandase á buscar hierro de Viscaya, para que en Cajatambo se construyesen los clavos por el modelo que se ha dado”, un modelo que detalla forma y longitud de los clavos necesarios para no perder ni las herraduras inglesas ni las españolas. Los clavos “deben ser de hierro dulce de Viscaya y para esperimentarlo (sic) deben torcerlo y doblarlo, pues, si se quiebra no vale nada”. Por no valer nada, “todos los clavos que trajo Placencia de Trujillo, recójalos y mándelos meter bajo de la tierra para que no se vuelvan á usar, y lo mismo haga Ud. con los de Cajamarca, sin son malos”.

La carta le dice más: le dice, “de paso, para su inteligencia, que en Trujillo no hacen cosa buena, y que dudo que vengan las herraduras que he pedido, pues hace un siglo que he pedido otras muchas más y nada ha venido. De enfadado he quitado á Héres y he puesto al Coronel Pérez de Prefecto, el que tampoco es muy activo, pero en fin, es un hombre que hará lo que yo le mande”.

El Libertador estaba en guerra. Confía al general Sucre que, “si no nos empeñamos mucho, ni los Húsares, ni los escuadrones del Perú saldrán en un mes [porque] no tienen ni clavos ni herraduras para hacer uno y otro”. Luego  se despidió, diciéndole “soy de Ud. mi querido General, amigo de corazón”.

El Libertador sabía que no podía ir a la guerra sin clavos.