Lissette González A.

La polarización política ha marcado la escena nacional al menos desde 2001: han estado en pugna abierta dos concepciones antagónicas sobre la evaluación de los logros de la llamada “Revolución bolivariana” y también de los cuarenta años previos del período democrático. Esta distancia no afecta exclusivamente a los líderes políticos y sus seguidores, sino también a organizaciones del tercer sector o medios de comunicación social que en los últimos años han abordado sus actividades bajo el tamiz de ser pro o anti gobierno.

Las encuestas más recientes muestran que el descontento frente a la actual crisis es mayoritario y ni siquiera la hegemonía comunicacional del gobierno y su narrativa de “guerra económica” han impedido que el pueblo simpatizante del chavismo reconozca la existencia de una grave situación económica y social, y culpe de ella a la gestión del presidente Nicolás Maduro.

En este marco, y pese a las tensiones existentes dentro de la población opositora, cabe preguntarnos: ¿qué es lo que puede unirnos en este difícil momento de la vida nacional? En primer lugar, todos somos o podernos ser víctimas de un sistema judicial que actúa sin apego al estado de derecho. Bien porque nuestros amigos, vecinos, familiares fueron detenidos durante las protestas de 2014 o bien porque nuestros amigos, vecinos, familiares fueron detenidos en una “Operación de Liberación del Pueblo”. Todos, además, hemos tenido que ajustar nuestras rutinas para intentar sobrevivir ante la inseguridad creciente. La delincuencia no tiene interés alguno en filtrar según las simpatías políticas de sus víctimas.

Salvo la pequeña camarilla que logra hacer negocios con dólares regalados, la gran mayoría de los venezolanos trabajadores ve con angustia sus ingresos desaparecer más rápido mes tras mes, en este contexto inflacionario de cuya magnitud no tenemos noticia oficial. En el supermercado tampoco hay distinción, la cuenta es la que es sin importar si usted es o no militante del PSUV. Y el panorama se ensombrece aún más si añadimos la escasez. Todo lo que no hay, las horas de cola bajo el sol, pasear por varios establecimientos para intentar completar lo que falta en casa el día de la semana en que te permiten comprar según tu número de cédula. Solo un pequeño grupo con contactos recibe con regularidad los productos básicos, o puede poner a sus choferes a hacer la cola, o simplemente viaja al exterior abastecer a su familia de lo necesario.

Mientras la mayoría padece los rigores de esta crisis sin precedentes, siguen llenos los restaurantes, los conciertos y los vuelos al exterior de todos aquellos que de alguna manera u otra se benefician con estas distorsiones que el gobierno ha impuesto a nuestra economía.  Al final, la única distinción clara entre los venezolanos de este tiempo es la mayoría que sufre y una minoría que ha demostrado con crudeza su indiferencia ante el dolor que causa; en definitiva, su disposición a hacer lo que sea por mantener los privilegios de toda índole que ha obtenido a través del poder.

Ante esta clara dualidad de posiciones e intereses, las diferencias de opinión parecen intrascendentes. Debería unirnos que es imprescindible recuperar el estado de derecho, que los poderes públicos sean independientes y haya contrapeso, que la defensa de los derechos humanos y las libertades individuales sea emprendida sin cortapisas. Los más vulnerables son los que más necesitan un Estado que actúe estrictamente en el marco de la ley, pues son los que probablemente tienen menos “contactos” que inclinen la discrecional balanza a su favor.

No es una panacea, ni resolverá de inmediato todos nuestros problemas, pero las próximas elecciones parlamentarias son un paso en este sentido. Los ciudadanos civiles tenemos una gran arma en nuestras manos, el voto. No dejemos de usarla el próximo 6D.