Marcelino Bisbal

Leopoldo López fue y sigue siendo noticia. La condena a Venezuela por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en donde ordena al Gobierno restablecer la frecuencia de RCTV y devolver los bienes fue noticia. La primera ocurre el 11 de septiembre. La segunda el 07 de septiembre. Apenas cuatro días separan a una de la otra. También hubo algunos hechos que se dieron en ese momento, pero fueron opacados por esas dos informaciones. En ambas el Gobierno ha quedado muy mal parado, especialmente en el contexto internacional. Y en el ámbito nacional, en nuestro patio, ¿ha ocurrido algo más después de las sentencias? ¿Tendrán ellas algo que ver con el sentido y realidad de la democracia y la libertad? Recuerdo, leyendo Contra el olvido, aquello que expresara Simón Alberto Consalvi en respuesta a la pregunta del periodista Ramón Hernández: –¿A quienes verdaderamente les interesa la democracia y la libertad?  Respondía Consalvi: “Uno siente mucha frustración cuando percibe que un amplio sector de la sociedad venezolana es indiferente ante esas grandes conquistas. No tienen conciencia de que la libertad y la democracia son fundamentales para la construcción de un país civilizado. A lo menos que se puede aspirar es a la superación de la barbarie”.

 

La condena al líder de Voluntad Popular, sentenciado a 13 años y 9 meses, que ya llevaba 18 meses preso en la prisión militar de Ramo Verde, ha estado impregnada de una serie de irregularidades. Desde el Presidente de la República hasta el presidente de la Asamblea Nacional lo habían condenado de antemano. Se ha hablado de linchamiento político y organismos internacionales de derechos humanos –Amnistía Internacional y Human Rights Watch– han calificado a Leopoldo López como un preso de consciencia. Esto quiere decir que la condena ha sido establecida por razones políticas y por acallar la voz de un disidente. La juez Susana Barreiros ha sido la figura encargada de representar el acto que demuestra cómo el régimen vuelve a traspasar la estrecha línea que separa a este proceso de las dictaduras que creíamos clausuradas en América Latina.

 

Instituciones del mundo entero y figuras representativas de la política internacional manifestaron su repudio a ese juicio: por la forma como se llevó a cabo, por las violaciones de todo orden que se dieron en el proceso, por la negativa de acceso a las audiencias –que se supone deben ser públicas– a  representantes de ONG de derechos humanos, por prohibirle a los periodistas la debida cobertura, por limitar a la defensa el ejercicio de su labor, por la violación del derecho a prueba…

 

Sin  embargo, para los funcionarios y medios de comunicación gubernamentales la sentencia fue un “acto de justicia”. Un par de muestras. La ministro de Asuntos Penitenciarios, María Iris Valera expresó: “Hay justicia y le salió barato al monstruo de Ramo Verde. 43 víctimas que descansan eternamente por su aventura fascista”. Para Diosdado Cabello la condena fue muy leve: “es muy poco tiempo para un asesino. El gobierno de Maduro no le va a comer cuento a nadie, no puede ser que le dieran 13 años a alguien que mató a tanta gente. ¡Qué mantequilla!”.

 

La otra noticia. El caso de Radio Caracas Televisión y su frecuencia clausurada el 27 de mayo de 2007. Pasaron ocho años para que se hiciera justicia, fuera de nuestras fronteras. La CIDH le pide al Estado venezolano que restablezca la frecuencia a RCTV y que le devuelva todos sus bienes y equipos de transmisión. Otro caso de consciencia debido a que el Canal 2, que tenía la más alta sintonía del espectro, expresaba una línea informativa y editorial crítica al Gobierno.

 

Las palabras, las que conforman el discurso y las declaraciones, no son neutras. Ellas están cargadas de intención y ya lo decía Rafael Cadenas cuando escribía que “el lenguaje rezuma formas de vida”. En tal sentido, lo que declaró la defensa del Gobierno ante la CIDH es una evidencia, una vez más, de que el cierre ya estaba anunciado: “RCTV estaba haciendo un abuso del derecho a la libertad de expresión. En su programación se evidenciaba una constante tergiversación de los hechos, ocultamiento de datos y manipulación de las declaraciones, presentando los acontecimientos de una manera tendenciosa que censuraba el derecho a la información de manera veraz y oportuna”. Qué pudiéramos decir los venezolanos del canal que ocupó esa frecuencia y del resto de los medios que dicen ser, y deberían serlo, de servicio público. Apliquemos esas sentencias insufladas de ética periodística frente a programas como “La Hojilla”, “Cayendo y Corriendo”, “Con el Mazo Dando”, “Zurda Konducta”, del informativo estelar “Toda Venezuela en VTV”,  y a una buena parte de la programación de las quince televisoras gubernamentales, del conjunto de emisoras de radio ¿públicas? y de la agenda informativa de la llamada prensa oficial. ¿Resultado?

 

El Tribunal Supremo de Justicia intervino ante la decisión de la CIDH y decidió: “La sentencia de la CIDH viola la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y por lo tanto es inejecutable”. Otra vez Diosdado Cabello: “Total y absolutamente inadmisible cualquier injerencia de sacros organismos internacionales que están solo al servicio de los intereses imperiales o de cualquier otro país que quiera meterse en asuntos internos de Venezuela. Esa sentencia de la CIDH agárrenla y la doblan bien y se la meten en un bolsillo”. Esto ya estaba anunciado.

 

El des-orden parece inmutable ante esas sentencias. El des-orden sigue creciendo. Miguel de Cervantes Saavedra llegó a escribir estas palabras, nos las recuerda Gabriel García Márquez: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”. Así, el 6 de diciembre puede ser un buen inicio “para empezar otra vez por el principio y amar como nunca al país que merecemos para que nos merezca”, remata García Márquez las palabras de Miguel de Cervantes. ¡Nunca más! este des-orden que agobia.