Alfred Hitchcock dijo en una ocasión que “para hacer una gran película necesitas tres cosas: el guión, el guión y el guión”, podríamos extender este precepto a cualquier producto audiovisual, pero ¿la serie de TV más famosa de la actualidad se aviene a él?

Los numerosos fanáticos de Juego de Tronos pueden explicarse, entre otras razones, por su increíble campaña publicitaria, la gran calidad técnica de esta megaproducción, algunas brillantes actuaciones o por los best sellers en los cuales se basa; pero en estas líneas solo analizaremos a grandes rasgos el factor primordial para Hitchcock.

¿El guión de Juego de Tronos está a la altura de las otras piezas de esta multipremiada serie? Dato numérico: En cinco temporadas al aire ha ganado 120 premios, entre ellos varios como mejor serie dramática, pero ninguno por sus guiones. Y no porque carezcan de interés, creatividad u otras virtudes —no en vano entre 2012 y 2015 ha recibido cinco nominaciones del Gremio de Escritores de EEUU—, pero un análisis dramático elemental devela falencias que probablemente han pasado factura al escogerse entre los nominados.

Juego de Tronos posee dos características macro que saltan a la vista. Por un lado, cuenta paralelamente muchas historias que se entrelazan o se prevé que lo harán. Por otro lado, algunos personajes protagonistas o secundarios importantes mueren inesperadamente.

Escribir tantas tramas en paralelo es muy complejo e implica varias amenazas duras de sortear, así como aspectos ventajosos para mantener en vilo al espectador. Entre los beneficios está que casi siempre hay algo nuevo para mostrar, el ritmo se acelera y se puede llegar a nichos de gustos diversos; Juego de Tronos satisface tanto a quienes buscan acción y sangre, como a quienes quieren ver fantasía, cuerpos desnudos o intrigas políticas, entre otros contenidos.

El peligro más relevante al abordar muchas historias es perder el norte comunicacional. Juego de Tronos evade bastante bien esta dificultad privilegiando en todas las historias la temática sobre cómo obtener y conservar el poder. De hecho, son tan fieles a esto que el segundo riesgo que consiste en perder profundidad en los temas planteados, queda medianamente zanjado por las contrastantes y complementarias visiones de poder de los personajes, que se diferencian tanto en los medios para lograr sus metas —asesinatos, sexo, religión, intrigas— como en sus motivaciones —desde el egoísmo hasta el bien común, desde la venganza hasta la tradición, la religión y el miedo—. En cambio cuando exponen otros temas suelen quedar fuera de tono; por ejemplo, los componentes fantásticos empiezan a tornarse coherentes a nivel macro en la cuarta temporada, pero antes no tienen peso específico, no afectan el curso de las acciones, como el caso de los Caminantes Blancos que al inicio solo son una adición espectacular de efectos especiales y caracterizaciones, y nada más.

Otra dificultad de la multiplicidad de tramas es no ahondar en los conflictos humanos de los personajes; la serie plantea muchos estereotipos que no evidencian profundidad dramática y pocos personajes realmente “redondos”, como Tyrion Lannister, hijo de una familia poderosa que lo denigra por ser enano pero aún así es un hombre orgulloso, borracho pero inteligente, mujeriego de buen corazón; pero también, y acaso son los más interesantes, hay personajes estereotipados por largo tiempo que luego adquieren redondez en algún capítulo, humanizándolos, tal como Jaime Lannister quien al principio es el aborrecible traidor del rey a quien debía servir, incestuoso, arrogante e inmisericorde. Luego, en un momento de debilidad, conocemos las nobles razones por las cuales prefirió vivir en la ignominia de ser el “matarreyes” y sentimos compasión por él. En descargo de los guionistas, confieso que creo imposible escribir tantas tramas para un producto audiovisual y que todos los protagonistas sean redondos. Al contrario de la literatura, no hay tiempo para tanto.

Otro error en el cual se incurre es el de olvidar personajes y subtramas. Por ejemplo Grendy, el hijo bastardo del rey R. Baratheon, desaparece sin explicación a pesar de su importancia dramática.

Respecto a la estrategia de matar a los protagonistas cuando aún están por llegar a su clímax, hay que decir que, aunque no es de uso común, ya Hitchcock en Psicosis (1960) reveló el efecto anímico de desamparo y terror que causa en el espectador la muerte intempestiva de un protagonista con quien ya empatizamos y que todavía está luchando para alcanzar su meta. Quizás lo más meritorio en cuanto al guión de Juego de Tronos, es el efectivo empleo de esta estrategia en todas las temporadas. Repetir la dosis requiere de mucho talento, si no lo cree, intente asustar a la misma persona, de la misma manera, varias veces y tome nota de la eficacia de la treta.

Analizar dramáticamente esta serie puede llenar un libro pero creo que, tras este breve examen, podemos afirmar que sus “fallas” no mellan su popularidad, quizás porque también tiene aciertos envidiables.

Rubén Iriarte Meza