«Vivir es obstinarse en consumar un recuerdo»: frase del poeta René Char, leit motiv de un libro muy autobiográfico de Patrick Modiano, el francés que el año pasado ganó el Nobel.
Pues bien, ¿cuál es el recuerdo que ha marcado a la bielorrusa Svetlana Alexievich –seguramente data de su infancia o adolescencia− en su trabajo, en su vida, en sus pasiones? Quizás ahora que es mundialmente famosa se descubra en alguna entrevista. Por lo pronto, los recuerdos que uno, desde lo lejos, pudiera intuir en ella se relacionan con la desolación, la guerra, la enajenación de la propia tierra.
No es la primera vez que un Nobel literario recae en un periodista. Muchos de quienes han ganado se hicieron en una redacción de diarios o revistas, pero los que uno puede reconocer con toda precisión son Gabriel García Márquez, reportero de corazón y de oficio, ganador en 1982. También Hemingway. También Vargas Llosa. También Winston Churchill aunque, por supuesto, no pasara a la Historia como periodista. El húngaro Imre Kertész, el egipcio Naguib Mahfuz –aunque solo fuera en sus comienzos escribiendo para revistas en El Cairo, y porque en 1967 un periódico le publicó por entregas Hijos de nuestro barrio− y el turco Orhan Pamuk también han sido galardonados periodistas. De alguna manera, el oficio marca y determina; de alguna manera, todos ellos se han arriesgado por los derechos humanos, por la justicia, por la verdad, enfrentándose muchas veces al poder.
El diario El Mundo, de España, destaca el hecho de que la ganadora de este año −ha escrito varios libros exitosos de denuncia y memoria− fuera acusada de «pacifista» y de «retratar a la Unión Soviética de una manera poco heroica» durante los tiempos de la URSS. El presidente ucraniano Aleksander Lukashenko, gran amigo del régimen chavista, la persiguió. Según El Mundo, una primera lectura del fallo apunta al argumento geopolítico: el Nobel se dirige a una voz que marcha a contracorriente. Y es ella, Svetlana Alexievich, una mujer en un territorio en el que la libertad está en entredicho.

* * *

El País, otro diario español, reseña que el dictamen de la Academia sueca destaca «sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». Alexievich ha retratado en lengua rusa la realidad y el drama de gran parte de la población de la antigua URSS, los sufrimientos que siguieron a la tragedia de Chernóbil y la guerra de Afganistán (los rusos jugaron un papel fundamental allí en los años setenta-ochenta).

* * *

Nacida en Ucrania, hija de un militar soviético, de origen bielorruso. Cuando su padre se retiró del ejército, la familia se estableció en Bielorrusia y allí ella estudió periodismo en la Universidad de Minsk y trabajó en distintos medios de comunicación. Se dio a conocer con La guerra no tiene rostro de mujer, una obra que finalizó en 1983 pero que, por cuestionar clichés sobre el heroísmo soviético y por su crudeza, solo llegó a ser publicada dos años más tarde gracias a la apertura que significó la perestroika.
El estreno de la versión teatral de aquella crónica descarnada en el teatro de la Taganka de Moscú, en 1985, marcó un hito en la apertura iniciada por el dirigente soviético Mijaíl Gorbachov.
Sigue reseñando El País que en 1989 publicó Los chicos de cinc sobre la experiencia de la guerra en Afganistán. Para escribirlo recorrió el país entrevistando a madres de soldados que perecieron en la contienda. En 1993 publicó Cautivados por la muerte sobre los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista. En 1997 le tocó el turno a la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil en Voces de Chernóbil. El año pasado lanzó El tiempo de segunda mano. El . final del hombre rojo, publicado en alemán y en ruso. En este nuevo documento, Alexievich se propone «escuchar honestamente a todos los participantes del drama socialista», según dice el prólogo. Afirma la escritora que el «homo sovieticus» sigue todavía vivo, y no es solo ruso, sino también bielorruso, turcomano, ucraniano, kazajo…
Como puede verse, escribe con sentido de la historia. Escribe para que quede constancia de los hechos. Fíjense que El País llama a sus obras “documentos”.
Sin duda, una mujer empeñada en conquistar la verdad y mostrarla al mundo, al futuro, acaba de ganar el Nobel. La verdad es esa cosa elusiva que suele dolerle tanto a quienes les cae el poder por circunstancias (por cualquier circunstancia) y luego no saben qué hacer con él, de modo que se dedican a utilizarlo para cometer tropelías por terror a perderlo, por una ideología mal digerida o por puro revanchismo.
Hay muchas Svetlana Alexievich criollas y están en pleno desarrollo. Deben saber, en esta hora menguada que vive la libertad de prensa, que el periodismo sigue siendo considerado, lo confirma el Nobel recién anunciado, una herramienta fundamental para ejercer la democracia ante todo despotismo, ante toda iniquidad.
Es hora de recordar a Anna Politkóvskaya quien, según todos los indicios, fue víctima del régimen de Putin. Se hizo conocida por sus reportajes sobre el conflicto de Chechenia, donde muchos periodistas y trabajadores humanitarios fueron secuestrados o asesinados. Fue arrestada y sujeta a una simulación de ejecución por parte de las fuerzas militares rusas. Además, fue envenenada en camino a Beslán, pero sobrevivió y continuó informando. Escribió varios libros tanto sobre las guerras de Chechenia como sobre la Rusia de Putin y recibió numerosos premios internacionales por su trabajo. Murió tiroteada en el ascensor del edificio de su apartamento en Moscú el 7 de octubre de 2006.

Ambas, Politkóvskaya y Alexievich, constituyen muestra de un compromiso: registrar la verdad por encima de cualquier obstáculo o consideración subalterna, aunque el poder se obstine en ocultarla, maquillarla o aniquilar a su mensajero.

Sebastián de la Nuez