Manuel Llorens

En su paseo por Alemania a tan solo cinco años de haber concluido la pesadilla Nazi, Hannah Arendt se asombraba de lo poco que quedaba de la ilusión omnipotente que ejerció Hitler sobre sus conciudadanos. Sobre todo, considerando que, mientras existió, la sensación era de que había llegado para quedarse. La fantasía totalitaria, propone ella, depende de esa idea, de su completud, de su noción fantástica de ser la última respuesta y el último capítulo de la historia.

Invita a pensar en las asombrosas oscilaciones de las pasiones políticas que un día arropan y al siguiente parecerían desaparecer. Aquello que parecía destinado a perdurar para siempre, puede ser fácilmente olvidado. La fantasía omnipotente requiere de esa noción de eternidad, por eso, paradójicamente, está destinada a ser olvidada. Olvidada, más no resuelta.

Asombra que personas que hace uno o dos años defendían a Chávez con la más absoluta convicción, refractarios a cualquier razonamiento o prueba, ahora se desmarquen de sus herederos con tanta celeridad. Las encuestas demuestran una veloz caída de seguidores del chavismo. A su vez, las formas del Estado han pasado rápidamente de centrarse en el bombardeo ideológico a depender cada vez más de la simple y burda represión. Del abrazo a la viejita a los fusiles tocando la puerta para amedrentar; de las misiones sociales a las operaciones militares en un brinquito. Esas dos realidades siempre convivieron, por supuesto. Pero parecería que se ha corrido el velo que barnizaba el poder militar.

Un grupo de psicólogos hemos realizado entrevistas y encuestas durante dos años, en particular a los defensores del chavismo, intentando comprenderlo[1]. ¿Cuál es la clave de tanto exceso, tanta pasión política? Por supuesto, historiadores, economistas, sociólogos, politólogos han aportado una serie de explicaciones relevantes al fenómeno chavista. A los psicólogos nos toca ayudar a comprender su dimensión subjetiva, pasional. Nuestras entrevistas confirman la desbandada. Personas de distintos estratos socio-económicos, pero con identificaciones muy intensas con Chávez, vinculados o no de distintas maneras con el gobierno, repiten su malestar con el partido que está en el poder, ya no le creen, al punto de estar dispuestos a cambiar de preferencia.

Raymond Aron, filósofo francés, siguió de cerca el ascenso Nazi y el fervor popular que generó. Luego se dedicó a pensar sobre los seguidores comunistas que callaban ante los horrores del estalinismo. Se dedicó a estudiar al ‘mito revolucionario’. Pensó como Arendt, en la fantasía de completud, de verdad, de superioridad moral que otorga la doctrina. Describió cómo, hambrientos de utopía, sus seguidores se adherían al absolutismo ideológico que pasaba rápidamente a un relativismo moral que todo lo perdona. Concluyó que ante los ideales que desatan las pasiones políticas, poco pueden los argumentos. Solo la realidad, eventualmente, sirve para volver a colocar las cosas en su sitio. La tarea del intelectual es favorecer que las certezas puedan ser interrogadas. El remedio a la enfermedad colectiva es: ‘la sana desilusión’.

[1] http://www.encuestaslibres.org/