Fernando Mires

Los dos grandes periódicos de España, El País y El Mundo, estuvieron de acuerdo ese día 27. 10. 2015 al reaccionar con desacostumbrada virulencia en contra de la asonada secesionista fraguada en Cataluña.

Convergencia Democrática y Esquerra Republicana, ambas puestas al servicio del agresivo socialismo-nacionalista de la CUP, han intentado en nombre de una mayoría parlamentaria que no representa a la mayoría de los votos catalanes, forzar la ruta hacia la secesión mediante un abierto acto de sedición.

No se trata de jugar con palabras. Secesión implica un separatismo radical. Sedición, en cambio, implica una rebelión. Una que en este caso pretende desconocer no solo la legalidad estatal sino, además, el veredicto electoral de la ciudadanía catalana. Con toda razón el editorial de El País del día 28 habló de un “golpe al estado”.

Hay, con toda seguridad, muchas argumentos alrededor de la propuesta secesionista. Pero esos argumentos deberán ser debatidos en el espacio público para culminar en procesos electorales en donde estará planteado sin ambages, el tema central, en este caso la autonomía e incluso el independentismo. Todo otro camino es anticonstitucional. Transformar eventos que por su naturaleza no son plebiscitarios en plebiscitos, es fraude. Ese procedimiento solo corresponde a gobiernos autoritarios como los de Putin, Lukashenko o Maduro y en ningún caso a una democracia enraizada como la española.

Muy mal se ve a Artur Mas en una Europa acosada por ultra-nacionalismos de todo tipo al lado de los cuales el catalán parece ser uno más.

Más irrisoria resulta la convocatoria si se tiene en cuenta que surgió desde una alianza política fragmentada.

Efectivamente, Junts pel Sí y la CUP no tienen nada, pero absolutamente nada en común con excepción de su declarado amor a la patria catalana. Pero incluso ese amor no es el mismo amor.

Para la gente de Junts pel Sí, ese amor surge de un proyecto destinado a construir una Cataluña más moderna (es decir, más capitalista) sobre la base de una economía pujante que supuestamente pondría a Cataluña a la cabeza de las naciones de Europa (lo mismo soñaban los líderes croatas en el pasado reciente). Para la CUP en cambio, su amor al nacionalismo es inseparable de su amor al socialismo. Su ideal es convertir a Cataluña es una republica soviética en miniatura, alternativa comunista frente al capitalismo español.

Es fácil adivinar entonces hacia donde llevaría la escisión de Cataluña en el caso de que los secesionistas lograran su objetivo. Al día siguiente Cataluña se convertiría en una nación dividida en dos polos políticos irreconciliables.

Todo depende entonces de cómo se plantean las cosas. Si en términos electorales, y aprovechando la ola de impopularidad por la cual atraviesa el gobierno de Rajoy, es planteada la independencia, es lógico y natural que muchos catalanes -transfiriendo su malestar con respecto al gobierno en contra del Estado- pueden llegar a apoyar emocionalmente a una salida secesionista. Si es planteada en cambio que la separación pasa por la alianza estratégica (es decir, a larguísimo plazo) entre Junts pel Sí y la CUP, difícilmente sería alcanzada esa mayoría.

Más allá de la “cuestión catalana”, Junts pel Sí está cerca del programa del PP. En cambio CUP representa lo más arcaico y fundamentalista del izquierdismo español. De ahí que posponer programas, ideologías y principios, vale decir, todo lo que hace a la política, en aras de una supuesta y casi siempre inventada comunidad originaria, solo puede llevar a Cataluña a los umbrales del mundo pre-político. No obstante, si la mayoría de los catalanes así lo quiere, esa será su decisión y su problema. Pero este tampoco es el caso.

Aquí estamos frente al caso de una mayoría ocasional parlamentaria que decide actuar en contra de la mayoría electoral de su propia comunidad política. Esa y no otra fue la razón por la cual los líderes del PSOE y de Ciudadanos, Pedro Sánchez y Albert Rivera, venían, aún antes de haber sido dada a conocer la movida de los secesionistas, presionando a Rajoy para que diera el visto bueno a la formación de un bloque formado inicialmente por los tres más grandes partidos de España (PP, PSOE y Ciudadanos) en contra del secesionismo catalán (y nada más).

Al fin Rajoy cedió y el bloque constitucional, así se llama ya, ha sido formado.

¿Por que demoró tanto Rajoy? Hay tres explicaciones y las tres parecen ser ciertas.

La primera es el carácter burocrático y leguleyo del presidente y de quienes lo rodean. Hasta ahora estaban convencidos de que para frenar el movimiento secesionista bastaba aplicar la ley, imponer querellas judiciales y hacer llamados al orden. No les pasaba por la cabeza que ningún movimiento secesionista, no solo en España, quiere ser regido por las leyes de la nación de la cual se quiere separar.

Precisamente eso es el secesionismo: ruptura con la constitución de todos en nombre de un constitucionalismo particular. Así se explica por qué el secesionismo sólo puede ser detenido con otro movimiento político aún más mayoritario que el secesionismo.

La segunda razón obedece a un ideal político que Rajoy intenta restaurar. Parece evidente que el mandatario no se siente cómodo en el contexto de una formación política tetra-partidaria. No son pocas las veces en las cuales Rajoy ha manifestado su convencimiento de que pronto el país volverá a los buenos tiempos en los cuales solo PP y PSOE alternaban en el poder. Todavía no quiere convencerse de que tanto Cds como Podemos llegaron para quedarse.

Cerrar el camino de la unidad anti-secesionista a CDs habría sido una brutalidad; por decir lo menos. CDs no solo es el principal partido opositor de Cataluña. Es el puente de plata que se extiende desde Cataluña hacia el resto de España. Incluso podría ser posible que un día España tenga un presidente catalán. Si a los españoles se les aviva el seso y despiertan, esa sería la mejor defensa en contra de cualquiera escisión.

Visto el mismo problema desde otra perspectiva, a quien menos convenía dejar fuera a Cds en aras de un bi-partidismo que ya no existe, era al PSOE. Las razones son simples: Sabidas son las simpatías de no pocos miembros del PSC por una alternativa separatista. Frente a ellos Pedro Sánchez requería dar un golpe de timón y así disciplinar a los barones regionales de su partido. Acompañado solo por el descendente PP habría sido el suyo un golpe débil. Con Ciudadanos al lado, es un golpe fuerte.

No son pocos, en efecto, los observadores que ya ven en el horizonte una alianza de gobierno formada por el PSOE y Cds.

¿Por qué Podemos no fue incorporado inicialmente a la alianza? Pablo Iglesias se quejó, argumentando que en la unidad política hay que dar cabida a quienes piensan diferente. Nadie le dijo que ese es precisamente el problema. Podemos no está a favor del secesionismo pero tampoco está en contra. Como ya ha ocurrido frente a todos los temas de importancia nacional y europea, Podemos carece de política. Por sus relaciones con la CUP, no puede ser radicalmente anti-secesionista y por lo mismo le resultará difícil formar parte de un bloque en contra de la secesión.

Hay, además, una tercera razón que explica la vacilación de Rajoy para constituir el frente constitucional. El 20 de Diciembre tendrán lugar las elecciones generales. Formar parte de un bloque al lado de sus dos adversarios más directos significa para Rajoy abrirles las puertas en la toma de decisiones y de paso confesar su imposibilidad para resolver por sí solo los problemas de su país, justo antes de la gran contienda electoral. Solo cuando Rajoy estuvo convencido de que la Política (con P mayúscula) era en ese momento mucho más importante que la política (con p minúscula) decidió dar el visto bueno al bloque constitucional.

El 20 de Diciembre serán decididas muchas cosas en España. Entre otras, si la decisión de Rajoy no solo fue tardía sino, además, demasiado tardía.

Fuente: El Blog de Fernando Mires