Lissette González 

La campaña electoral ante las muy cercanas elecciones parlamentarias se desarrolla, pese a su poca visibilidad en los medios radioeléctricos: nuestras calles están llenas de pancartas, candidatos de una y otra opción realizan sus asambleas y recorridos y el gobierno nacional aprovecha sus muchas horas de cadena nacional para promover candidatos o estimular el miedo.

Si bien en un inicio la campaña parecía pacífica, noticias recientes como el ataque a Henrique Capriles en los Valles del Tuy, a Lilian Tintori en Cojedes o a Miguel Pizarro en Petare nos muestran que la violencia no ha sido descartada como estrategia política por el oficialismo. Si bien no podemos predecir con exactitud qué ocurrirá en las elecciones y cuánto impacto puede tener el miedo sobre la intención de voto, independientemente de los resultados, el reto de la próxima legislatura es la capacidad de dialogar entre las principales fuerzas políticas del país.

En un nuevo escenario de las instituciones públicas donde es probable, de acuerdo con las encuestas, una victoria de la oposición, la prioridad tendrá que ser atender los graves problemas que enfrenta la población venezolana: alta inflación, escasez de alimentos y medicinas, altas tasas de criminalidad y violencia. Todos estos son problemas que se han venido acentuando en los últimos tres años y obviamente nos seguirán acompañando después del 6D. El reto es que una nueva correlación de fuerzas en la Asamblea Nacional pueda promover que el Estado venezolano abandone la aparente parálisis que ha mostrado en años recientes y empiece a tomar las riendas para realizar las medidas de diversa índole necesarias para atender la importante coyuntura que vive el país. Pero los cambios necesarios no los puede emprender ninguna de las principales fuerzas políticas en solitario, el acuerdo será necesario. La pregunta es si será posible.

Las recientes manifestaciones violentas frente a dirigentes opositores constituyen una mala señal: no parece haber disposición en el PSUV a aceptar un nuevo arreglo político en el que el diálogo se vuelva imprescindible para poder acordar cualquier medida de gobierno. Pero también ha habido conflictos en el seno de la Mesa de la Unidad Democrática y la existencia de candidatos opositores fuera de la MUD nos muestra que allí también ha sido difícil la construcción de consensos. Más aún, con un conjunto de diputados electos provenientes de distintos partidos y con diversos intereses, la gran incógnita es si habrá capacidad de mantener la unidad más allá de las elecciones para construir una estrategia política común.

La polarización que se ha adueñado del discurso político, donde cada tema o política se interpreta según el binomio nosotros-los otros, será una dificultad adicional para la construcción de los consensos imprescindibles. Así, en una realidad política donde ninguno de los polos va a obtener el 6D un resultado que logre desaparecer al bando contrario, habrá que convivir y hacer acuerdos para atender los problemas concretos de la gente, para generar estabilidad económica, empleos, seguridad y mejoras en las condiciones de vida. De no lograrlo, a futuro podría venir un tsunami y el voto castigo ya no solo será para el PSUV sino para toda nuestra élite política.