Lissette González

Durante los últimos meses poco a poco hemos visto como la excepcionalidad ha comenzado a invadir nuestra vida cotidiana. Nuestros hijos llevan varias semanas con semanas que solo duran cuatro días en la escuela, muchos empleados públicos invirtieron la cotidianidad y ahora trabajan dos días y descansan cinco, para muchas zonas del país recibir los servicios de agua o luz eléctrica se ha convertido en algo tan excepcional que casi es un milagro.

Pero la excepción también se decreta. Y pese a que durante la vigencia del decreto de emergencia económica el Ejecutivo Nacional no tomó ninguna medida que requiriera de facultades especiales, el pasado viernes se anunció un nuevo «estado de excepción y emergencia económica». Las implicaciones de este anuncio aun no están claras porque el decreto todavía no se ha publicado en Gaceta Oficial. Pero está claro que las atribuciones constitucionales de los poderes públicos, especialmente los de la Asamblea Nacional, se están convirtiendo en algo excepcional: nuestra nueva cotidianidad no los incluye.

Pasan los meses y el estado Amazonas sigue sin representación en la Asamblea Nacional y no está prevista la fecha de una nueva elección, de ser necesaria. El Consejo Nacional Electoral ignora sus propios reglamentos y no cumple los lapsos para responder ante la solicitud de referéndum revocatorio respaldada por casi dos millones de firmas. El Tribunal Supremo de Justicia ha asumido como misión ser la principal barrera a cualquier iniciativa legislativa.

En medio de la incertidumbre que toda esta excepcionalidad genera, las condiciones de vida de la población siguen empeorando. El hecho es que no se han tomado medidas que puedan tener verdadero efecto sobre la inflación y la escasez que castigan a diario a las familias venezolanas. Y la única respuesta contundente de las instituciones públicas solo ocurre para impedir el derecho de los ciudadanos a manifestar.

A medida que todas las señales muestran que nuestra convivencia es y será cada vez más precaria, yo me siento un poco como Casandra. Sufriendo por el desastre que se aproxima, sin que te crean, sin que puedas hacer algo para cambiar el curso de los acontecimientos.