Francisco José Virtuoso

Tomo la frase prestada de los tuits de Leopoldo López ante la visita del ex-presidente Zapatero en su celda de reclusión. Quiero pensar que es una exageración, que en política siempre hay tiempo, porque siempre hay posibilidad de enmendar y corregir. Pero la situación de conmoción social que padecemos no deja lugar para muchos optimismos y menos para eufemismos. Nuestra situación social y económica se agrava cada vez más. La gente así lo está expresando y sufriendo de muchas formas. De las 641 protestas registradas en el pasado mes de mayo por El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, 172 se produjeron en rechazo a la escasez y desabastecimiento de alimentos. Al mismo tiempo, durante este tiempo se documentaron 52 saqueos y 36 intentos.
Los análisis técnicos indican que cada mes que transcurra en este próximo semestre sin tomar ninguna medida que favorezca realmente la revitalización de la economía con préstamos e inversiones nacionales y extranjeras, nos sumergirá en una crisis humanitaria tan grave que lo vivido hasta ahora lo recordaremos con nostalgia. Los casos de niños que se desmayan en la escuela porque acuden a ella sin comer, la reducción del número de comidas diarias en la familia, la exacerbación de los controles para distribuir la menguada oferta de alimentos disponible, la hiperinflación que hace agua y sal los salarios, la grave situación que atraviesa la prestación de servicios de salud, y un sin fin más de calamidades, ponen en evidencia que la vida de la gente está gravemente amenazada.
La transición política se ha convertido en una necesidad imperante porque la causa fundamental de la crisis radica en las políticas de Estado y en la incapacidad del régimen para cambiar; ya que según los cálculos de la élite gobernante, el cambio conspira contra sus pretensiones de conservar el poder. Más del 80% de los venezolanos estará de acuerdo con esta afirmación y por ello apuesta a que se abran las compuertas de la transición política, siendo la renuncia del Presidente o el referéndum revocatorio presidencial la vía más expedita para ello.
En este contexto no hay opción para un diálogo político entendido como sinónimo de debate abierto a la controversia y a la diferencia entre un conjunto amplio de opciones. Hoy el diálogo tiene una agenda muy definida y es cómo hacer viable, civilizada y pacífica la transición, si queremos evitar una tragedia social para millones de venezolanos. La comunidad internacional tiene que entender eso si quiere que sus buenos oficios ayuden efectivamente.
El gran reto que tenemos entre manos los venezolanos es hacer política. Esto es, en imagen bíblica: “preparar el camino…, trazar la llanura… que los valles se levanten, que los montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele.” Nos corresponde luchar con sabiduría, en el entendido que ninguna lucha es agradable, aunque se haga con altruismo. Hay que hacer valer la razón en los foros internacionales y hay que acumular fuerzas internas. Hay que construir una narrativa que nos congregue en una solida unidad de propósitos. Hay que movilizarse con creatividad sin hacer de la protesta en la calle una catarsis desgastante. Hay que mantener unidad y disciplina en el liderazgo y en la conducción. No hay que despreciar el diálogo sino más bien estar pronto y diligente a encontrarse con el oponente pero con la verdad y firmeza en la palabra y sin que ello suponga desviarse de la ruta. Esos son los grandes retos de todos los actores que aspiran al cambio. Retos que debemos asumir con valentía y decisión pues el tiempo se agotó para millones de venezolanos.

Publicado en el diario El Universal el 08 de junio de 2016