Fernando Mires

“Bajo la sombra del Brexit”: como si se hubieran puesto de acuerdo, columnistas especializados en política internacional usaron la imagen de la sombra para referirse a la cumbre bienal de la OTAN que tuvo lugar en Varsovia (08.07.2016).

Pese a ingentes esfuerzos, los políticos y militares británicos no lograron borrar la impresión de representar a un país que estaba con un pie dentro y otro fuera de Europa. Militarmente, dentro. Cultural, económica y políticamente, afuera. Una posición evidentemente incómoda. Más si coincide con la que ocupa Turquía, país no admitido en la UE, pero al igual que el RU, miembro activo de la OTAN. Gracias al Brexit, RU y Turquía “gozan” del mismo status. Quién lo diría.

La impresión general es que en Europa existe una disociación profunda entre las que deberían ser las decisiones políticas –que teóricamente corresponden a la UE- y las decisiones militares que son incumbencia de la OTAN.

De acuerdo a los cánones que rigen en el mundo moderno, en las relaciones internacionales “lo político” impera por sobre “lo militar”. La UE, en estrecha colaboración con el gobierno norteamericano, debería ser en ese sentido la institución encargada de dictar pautas a la OTAN. Todos sabemos, sin embargo, que eso no es ni ha sido así. Mas bien está ocurriendo al revés. La OTAN está dictando pautas a la UE, aunque esta, como es de suponer, no las acata.

La UE no dicta pautas a nadie entre otras razones porque la UE nunca ha sido lo que debería ser: una institución destinada a coordinar la política inter y extra continental de Europa. De este modo, ambas instituciones, la UE y la OTAN, aparecen como entidades no solo diferentes sino, además, desvinculadas entre sí. Lo dijo el mismo presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk: “Pese a que tanto la UE como la OTAN están en Bruselas, separadas por solo 7 kilómetros, actúan como si fueran dos planetas diferentes”.

¿Dónde reside el problema? En ningún caso en la OTAN, institución que cumple cabalmente con sus obligaciones militares. La UE, en cambio, esta lejos de cumplir con sus obligaciones políticas. Y la UE -este es el punto-  al no actuar  como eje político de Europa, aparece ante la luz pública como lo que es o ha llegado a ser: una simple institución financiera, una unión monetaria, un banco intercontinental, en fin una organización que para muchos de sus miembros impone condiciones gravosas de las cuales hay que –siguiendo el ejemplo británico- sacudirse lo antes posible. De este modo, una salida de la UE ha llegado a ser para muchos europeos una opción posible de realizar sin atender a estrategias políticas y mucho menos militares.

Al no existir conexión entre las decisiones militares de la OTAN y las líneas políticas que debería dictar la UE, las primeras aparecen como simples decisiones técnicas, desprovistas de fondo político o, lo que es peor, como ordenes dictadas por los EE UU. Los enemigos de la OTAN, sobre todo quienes la presentan como un aparato al servicio del “imperialismo norteamericano”,  pueden darse por contentos. La propia incapacidad política de la UE refuerza sus argumentos.

El problema es grave. Todas las decisiones militares que fueron tomadas en la cumbre de Varsovia presuponen una previa y profunda discusión política. Las principales fueron:

  1. Reforzar la protección militar a los países bálticos y a Polonia (cuatro batallones, más el escudo de misíles).
  2. Envío de refuerzos militares a Libia, Irak y Afganistán en la guerra en contra del ISIS
  3. Intensificación de la presencia de la OTAN en el contexto geográfico del Mediterráneo.

Las tres decisiones marcan una línea de separación política y militar con respecto a Rusia. Fueron tomadas como consecuencia de los legítimos temores de los gobiernos de Polonia y de los países bálticos frente a una posible intervención rusa en, o en parte de, sus territorios. Temores legítimos. Los miembros de la OTAN saben que Putin no va a arriesgar una invasión a esos países, siempre y cuando, por supuesto, no tenga a su disposición un campo libre. Como ocurrió en Ucrania.

La estrategia de Putin, ya lo ha demostrado, no pasa por buscar enfrentamientos innecesarios ni con países europeos ni con los EE UU. Pero si encuentra espacios vacíos -nadie duda eso en la OTAN- los va a ocupar. En ese sentido la estrategia pasa por utilizar todas las debilidades y contradicciones de Europa y de los EE UU (y no son pocas) a su favor.

Siguiendo a esa estrategia, Rusia actúa en diversos puntos geográficos a la vez. En Ucrania militarmente. En Hungría, en Eslovaquia, en la República Checa, en los Balcanes, diplomáticamente. Desde el punto de vista  político ha construido un meticuloso tejido de alianzas con los llamados populismos nacionalistas, en especial con el Frente Nacional de Marine Le Pen. Busca, a la vez, mediante la movilización de sentimientos religiosos, una cercanía cada vez más estrecha con Grecia. En el Oriente Medio, gracias a una alianza directa con Siria e indirecta con Irán, intenta dirigir la lucha en contra del ISIS y con eso suplir la presencia norteamericana en la región. Pero a la vez –eso se sabe en todo el mundo menos en la UE- empujar, mediante bombardeos masivos, a contingentes de la  población árabe hacia Europa, generando una crisis poblacional –e incluso cultural- que puede llegar a derribar gobiernos (Cameron). Se quiera o no, todos los grupos ultranacionalistas y xenófobos europeos son aliados objetivos de Putin.

La grandeza internacional de Putin existe en proporción inversa a la miseria de la política internacional de la UE. La propia crisis migratoria que hoy vive Europa está ligada a las guerras del Oriente Medio y estas, a su vez, ligadas a la política internacional de Putin. Si no hubiera sido por esas guerras y, por supuesto, por la crisis migratoria que ellas desataron, nunca habría sido posible el Brexit. El Brexit es, definitivamente, un hijo de Putin.

Las decisiones de la OTAN han terminado así por revelar el carácter antipolítico de la actual UE. El hecho de que en Varsovia la OTAN haya decidido tomar bajo su tutela el tema de los movimientos migratorios, actuando directamente en la región islámica y apoyando militarmente a gobiernos como el de Irak y Libia, muestra crudamente lo que la UE se ha empeñado en ocultar, a saber, que las oleadas migratorias tienen lugar debido a razones militares y no demográficas.

Del mismo modo, para actuar en la región con una mínima eficacia, la OTAN está obligada a recurrir a la ayuda turca. Tanto en la guerra contra el ISIS, tanto en el reforzamiento de sus contingentes en la zona mediterránea, tanto en la administración del problema migratorio, y sobre todo, en la creación de líneas de contención ante el avance ruso, el mejor aliado que tiene la OTAN es y debe ser el gobierno de Turquía. ¿Qué ha hecho en cambio la UE para atraer hacia sí a Erdogan? Casi nada. Más bien ha hecho todo lo contrario.

Desde 2007 cuando negó la entrada de Turquía a la UE, las vías diplomáticas de la UE hacia Turquía se encuentran bloqueadas. Los burócratas de la UE no han logrado entender que Europa puede soportar un Brexit pero jamás podría soportar, a riesgo de que toda la arquitectura geopolítica europea se venga abajo, una deserción de Turquía en la OTAN. Por lo mismo, siempre será difícil considerar a Turquía un fiel aliado militar si su gobierno es excluido de toda asociación política.

Ha llegado entonces el momento de aceptar que entre la competencia militar de la OTAN y la  -por la UE- asumida competencia económica, falta un nexo político, un nexo que debería haber sido asumido por la UE y que frente a la desolación política de la UE ha debido asumir la propia OTAN.

La UE no representa definitivamente los intereses políticos de Europa. Los problemas que debió afrontar desde su fundación, marcados por la inclusión de países europeos económicamente subdesarrollados, por la nivelación de precios sueldos y salarios bajo el imperio de una moneda única, por ajustes financieros y por muy impopulares planes de ahorro, fueron razones que llevaron a convertir a esa organización en un inmenso monstruo tecno y burocrático.

Sin intentar revivir aquí una vieja discusión, será necesario recordar que la política está más cerca de lo militar que de lo económico. No vamos a citar ni a Maquiavelo, ni a Hobbes, ni a Clausewitz ni a Carl Schmitt para reafirmar esa idea base. La política nació de la guerra y por lo mismo encierra en sí una lógica que si bien no es militar en sí, viene de lo militar. Esa lógica nos dice que en la política como en la guerra hay antagonismos y luego hay enemigos. Tarea militar –y es la que ha cumplido la OTAN – es señalar la presencia, las características y los lugares de acción de los enemigos reales y potenciales de Europa. Tarea política, y esa es la que debería haber correspondido a la UE, es llevar las líneas fijadas por los militares, a los espacios del dialogo, pero también a los de la polémica y el debate, creando para el efecto, sistemas de concertaciones y alianzas a nivel continental. No obstante, la UE, lejos de cumplir esas funciones, ha dedicado sus esfuerzos en construir ligamentos económicos en un espacio en donde, supuestamente, no existían ni contradicciones ni enemigos políticos. Esas son razones que explican por qué la UE, aún entre quienes hemos defendido su existencia, aparece como una institución tan impopular.

Son también las razones por las cuales ya se escuchan voces exigiendo que la UE no solo debe ser reformada -como afirman sus representantes alarmados por el shock del Brexit- sino refundada, es decir, hecha de nuevo. O, si se quiere, se trata de dejar que la UE, tal vez con otro nombre, siga siendo lo que es, un fondo monetario a nivel europeo, para crear definitivamente una unión política de todos los estados de Europa.

Hay un consenso que va creciendo en Europa: La UE, tal como es, solo llevará a nuevos desastres al lado de los cuales el del Brexit podrá ser visto después como una anécdota sin importancia.

Fuente: El Blog de Fernando Mires