Fernando Mires

Los periódicos –en épocas de crisis los de papel necesitan vender como sea- no se han cansado de llenar las portadas con titulares sensacionalistas como si lo que hubiera ocurrido el 4 de Septiembre del 2016 en las elecciones de Mecklemburgo- Pomerania Occidental hubiera sido la novedad del siglo. Sin embargo, dichas elecciones no hacen más que confirmar una tendencia que se viene dando en todo el Este de Alemania, con repercusiones más leves en el Oeste, a saber: crecimiento acelerado del nacional-populismo representado por Alternativa para Alemania (FfD), partido vanguardia de la xenofobia, del anti-islamismo y del anti-merkelismo.

En suma, Alemania vive una revuelta (no solo electoral) en contra de los principios democráticos y liberales prevalecientes después de la Segunda Guerra Mundial. Esa revuelta, a su vez, forma parte de una sublevación europea en contra de los valores más preciados de la democracia occidental realizada, de modo paradojal, en nombre de la lucha en contra del Islam.

Como ha ocurrido en otras elecciones, la clientela nacional-populista ha sido reclutada en primer lugar en las filas de la CDU, sobre todo entre los descontentos con la política migratoria de Angela Merkel. Pero en esta ocasión la AfD logró superar a la CDU hecho que permite predecir que dentro de las filas socialcristianas será desatada una campaña en contra de Merkel, poniendo en peligro su reelección como canciller.

Desde Baviera, la CSU, partido que bajo la dirección de su presidente, Horst Seehofer, ha levantado políticas colindantes con AfD (xenofobia en lo nacional y vinculaciones con el FN de Marine Le Pen y con la Rusia de Putin en lo internacional) representa la expresión más radical del antimerkelismo “interno”.

Una alianza entre la CSU en Baviera, los sectores más derechistas de la CDU en el Oeste, y AfD, sobre todo en el Este, parece estar programada.

Las expresiones más radicales y xenófobas de la política alemana continúan anidadas en el Este. En las elecciones del 4-S, solo con haber levantado la bandera del anti-islamismo y una animadversión rayana en la histeria en contra de Merkel, lograron una votación que ni ellos mismos imaginaban. Contrasta ese fenómeno con la generosidad con que se las ha jugado la canciller por el Este.

Los logros en materias económicas sociales en el Este alemán han sido notables bajo Merkel.

Por lo demás, en Mecklemburgo-Pomerania Occidental la población extranjera no alcanza el 3%. Razón más que suficiente para pensar que los motivos del auge de AfD hay que buscarlos más allá de la economía. Entre otros, en la herencia anti-política heredada de la era comunista.

Diversos estudios sociológicos han mostrado como la adhesión a los valores de la democracia-liberal es mucho más baja en el Este que en el resto del país. La proclividad hacia líderes y partidos autoritarios sigue siendo allí muy fuerte. No fue casualidad que la post-estalinista Die Linke hubiera obtenido desde un comienzo más adhesiones que los partidos democráticos que provenían del Oeste. Luego, no debe extrañar tampoco que, después de la CDU, sea Die Linke el partido desde donde las transferencias de votos hacia AfD han sido las más altas

El futuro de Merkel es problemático. Ni siquiera puede contar con un apoyo decidido de los socialdemócratas. Con un oportunismo que raya en la sinvergüenzura, su presidente, Sigmar Gabriel, mirando hacia las elecciones nacionales, no ha ahorrado palabras para criticar la política migratoria de Merkel, a sabiendas que esta no solo fue apoyada sino, además, elaborada en conjunto con la SPD.

Quizás recién el día en que la partidocracia alemana logre deshacerse de Angela Merkel se darán cuenta los alemanes de lo que han perdido. Ni entre conservadores ni entre socialdemócratas es posible encontrar una persona que como ella sea capaz de vincular las dos más grandes tendencias políticas de la nación. Tampoco hay otra figura integrativa en condiciones de garantizar la unidad dentro de los socialcristianos. Y no por último, ni entre socialistas ni entre conservadores hay un líder con la capacidad que ella tiene para llegar a un público más allá de los partidos.

Las elecciones de Mecklemburgo Pomerania- Occidental han sido un nuevo plebiscito en torno al tema de las migraciones. Todas las próximas llevarán ese sello. Como es de suponer, los sectores más democráticos tienen todas las de perder. Más todavía si se tiene en cuenta que nadie –Merkel incluida- ha tenido el valor de centrar el debate no solo en el como sino en el porqué.

Ese porqué de las migraciones es fundamental. No obstante, asumirlo significaría hablar de la guerra desatada por Putin en el Oriente Medio, de las vinculaciones entre Erdogan y el ISIS, del genocidio que está cometiendo Erdogan en estos mismos momentos al pueblo kurdo y de la negligencia de la UE para reconocer a los verdaderos enemigos dentro del Islam. Esos enemigos no son, en todo caso, los refugiados.

Los emigrantes islámicos no son tampoco un fenómeno de la naturaleza. Ellos vienen del infierno. Pero nombrar al infierno no aporta votos. Esa es la razón por la cual los demócratas prefieren huir hacia el limbo. Quizás alguna vez entenderán – lo dudo- que nombrar las cosas por su nombre es la única alternativa para generar confianza y derrotar al miedo.

Mecklemburgo-Pomerania Occidental no ha sido más que un eslabón. Uno más en la larga cadena del miedo colectivo. Sin embargo, ese miedo no lo inventó AfD. Ese partido, y otros similares, son solamente sus parásitos.

Fuente: El Blog de Fernando Mires