Lissette González

En el teatro siempre me ha resultado asombroso no solo la capacidad de los dramaturgos de reproducir el habla cotidiana y que los parlamentos terminen pareciendo una conversación real, sino sobre todo la capacidad del teatro de plasmar en pocas escenas y diálogos la complejidad del alma humana o elementos centrales de un momento histórico. Y eso encontré en Panamax, la pieza de Ibsen Martínez estrenada el pasado jueves 8 de septiembre en el Centro Cultural Chacao.

La pieza nos presenta un triángulo amoroso en el que cada uno de los implicados se plantea un plan para hacer dinero en estos tiempos de escasez, inflación y múltiples controles. Y si bien nuestros protagonistas proceden de distintas condiciones socioeconómicas, todos quieren “hacer negocios” usando para ello sus “contactos” y el sexo. No se puede confiar en nadie, todos son (o pueden ser) instrumento para el enriquecimiento de otros.

Gisela, una pequeña emprendedora de clase media baja que vende almuerzos ejecutivos en la maleta de su carro, consigue un contacto en el Ministerio de Prisiones y gana el contrato para preparar 700 almuerzos diarios y así, por fin, salir de abajo. Mediante diversas maquinaciones conseguirá que su amante, Guillermo (un economista de posición acomodada y casado) la ayude con la compra de la cocina industrial necesaria. Pero son descubiertos por Melisa, la esposa, y a partir de allí los planes empiezan a torcerse, con no poca ayuda de nuestros problemas usuales como la inseguridad y los episodios de protesta.

Aunque el texto nos plantea una descripción muy dura de los personajes y para la pareja de amantes el negocio terminará en tragedia, el humor negro presente en los diálogos nos lleva a reír aun cuando luego, en un momento de mayor sosiego, sintamos cierta vergüenza por nuestra risa.

Los personajes más trabajados son los femeninos, son ellas quienes mueven la trama. Y Gisela, la emprendedora, resalta por su deseo de surgir en medio de pocas oportunidades y muchos riesgos. ¿Hasta qué punto es Gisela una manipuladora, dispuesta a utilizar a todos a su alrededor? ¿En qué medida es el contexto hostil de la Venezuela de los últimos veinte años quien ha modelado este personaje? ¿Podemos juzgarla o somos todos un poco como ella?

Al finalizar la pieza encontramos que no se puede confiar en nadie y las traiciones van y vienen en todos los sentidos. En esta obra no queda espacio para la esperanza. Nuestra sombra queda expuesta, nos vamos de la sala incómodos, confrontados con los buscadores de renta que somos, que hemos aprendido a ser en este país que favorece en buena medida a quienes quieren enriquecerse sin hacer un esfuerzo sostenido, siempre que cuenten con los vínculos necesarios con el poder.

Pero al respirar el aire de la noche fresca y conectarnos con la realidad más allá del montaje recordamos que aunque ese retrato es cierto, aunque allí estamos nosotros, también hay otras facetas menos sombrías que también nos distinguen. Pero la solidaridad y la bondad seguramente no son tan buenas para la taquilla.