Marielba Núñez

En junio de 2015 la crisis alimentaria que padecemos los venezolanos era ya una realidad inocultable, con su paisaje de interminables anaqueles vacíos y larguísimas colas frente a todo tipo de comercios. Los números no hacían más que corroborar lo que estaba a la vista. La Encuesta Condiciones de Vida de los Venezolanos correspondiente a 2014, realizada por investigadores de las universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar, alertaba sobre la precariedad de la dieta que se consumía en la mayoría de los hogares, de la que habían ido desapareciendo las proteínas para darle prioridad a una lista monótona en la que predominaban unos 10 productos. El estudio, que comprendía todos los estratos sociales, detectó que 11,3% de los consultados comía sólo dos veces al día. Si se limitaba la muestra a las familias más pobres, ese porcentaje se triplicaba. La encuesta de Seguimiento al Consumo de Alimentos del primer semestre de 2014, publicada por el Instituto Nacional de Estadística, le dio la razón a los investigadores, pues reportó una drástica caída en las calorías ingeridas en promedio por los venezolanos, que pasaron de 2.285 al día en 2012, a 1.831 al día dos años después.

En ese contexto, la noticia de que la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, había entregado un premio especial al gobierno venezolano con el que reconocía sus logros en la reducción del número de personas que padecen hambre, fue recibida como una bofetada en medio de una tragedia. Nadie puede dudar que erosionó, al menos localmente, la reputación de la agencia internacional como árbitro para calibrar el desempeño del país en el área que le corresponde evaluar. Desde esa fecha, la situación nutricional de los venezolanos no ha hecho más que empeorar, como quedó en evidencia en la Encovi correspondiente a 2015 que se divulgó este año: el porcentaje de hogares que declaraba que no contaba con suficientes ingresos para costear la alimentación pasó de 80,1% en 2014, a 87% un año después. En las familias que se consideran en pobreza extrema la cifra de quienes no pueden pagar sus alimentos alcanzó 93,1%. Las alarmantes conclusiones de la investigación también señalaron que las proteínas se convirtieron en verdaderos lujos a los que sólo tienen acceso unos pocos y que la mayoría está obligada a adquirir las calorías más económicas –no sin grandes esfuerzos y sacrificios– en detrimento de una alimentación de calidad. En resumen, el venezolano se ha visto confinado a una dieta de supervivencia.

Ya no hay premio de la FAO que pueda lavarle la cara en materia de seguridad alimentaria al gobierno de Maduro, como quedó en evidencia en el Examen Periódico Universal de derechos humanos de la ONU, al que acaba de presentarse el país en Ginebra. Al término de la sesión, más de cien naciones realizaron recomendaciones, un poco más del doble de las que habían hecho lo propio en 2011, muchas relacionadas con la necesidad de reparar de manera urgente, incluso mediante ayuda humanitaria, la falta de nutrientes que agobia a la mayoría de los venezolanos.