Marielba Núñez

Rafael Reif es uno de esos venezolanos que llena de orgullo el gentilicio. Zuliano, ingeniero eléctrico egresado de la Universidad de Carabobo, desde 2012 encabeza nada menos que el MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el centro de investigación estadounidense que está a la vanguardia del conocimiento científico y la educación universitaria del mundo. Reif ha sido uno de los impulsores de la creación de plataformas para cursos masivos abiertos, que han aprovechado las bondades de la era digital para abrir una ventana de formación de primer nivel al alcance de millones de personas en el planeta.

De cara a la transición presidencial que pone fin a la administración de Obama, Reif ha levantado una voz de alarma sobre los peligros que se ciernen sobre la ciencia en el país norteamericano. Encandilados por un discurso que pone el acento en los logros de la innovación tecnológica, los estadounidenses -señala- corren el riesgo de olvidar que estos avances se han tejido gracias a los hallazgos de la ciencia básica, aquella que se enfoca en la producción de conocimientos que no necesariamente tienen una aplicación práctica a corto plazo.

Los síntomas de esa distorsión son más que visibles. La inversión de los fondos públicos en ciencia, que hace cuarenta años alcanzaba el 2% del PIB de Estados Unidos, ha declinado hasta el punto de que en 2014 se estimaba en 0,78% del PIB. Acertadamente, Reif bautiza el apoyo financiero a la ciencia básica como una «infraestructura invisible», en oposición a la «infraestructura visible» de autopistas y aeropuertos que Trump ha propuesto modernizar. Ha sido la primera la que ha abierto el verdadero camino a la innovación y al crecimiento económico, advierte, y los estadounidenses se han beneficiado de los productos que a la larga ha hecho posibles, aunque en principio no se pensara en ellos como su fin último: «El desarrollo de relojes atómicos ultraprecisos abrió la puerta al GPS. El trabajo sobre la resonancia magnética nuclear llevó al escáner con aplicaciones médicas. La teoría de números permitió el cifrado que posibilita el comercio electrónico y así sucesivamente», ejemplifica en un artículo que publicó en The Wall Street Journal.

Aunque el mensaje no se dirija a los venezolanos, su eco debería hablarnos de forma contundente. En las últimas dos décadas hemos escuchado hasta el cansancio un discurso que aboga a favor de una «ciencia útil», una «ciencia pertinente», una «ciencia que responda a las necesidades del pueblo». Se trata de una prédica vacía que convive con acciones como la asfixia presupuestaria de las universidades o la reforma de la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación que podía proveer de fondos independientes a la investigación. El resultado desastroso de esas políticas está a la vista y puede medirse en ejemplos concretos, como la abrumadora pérdida de talento humano y la abrupta caída de publicaciones en revistas científicas arbitradas, uno de los indicadores por excelencia del vigor de un sistema de ciencia y tecnología. Como señala Reif, es imperativo fortalecer el compromiso de la sociedad con la ciencia antes de pretender que sea ella la que nos provea de soluciones inmediatas.