Los conocemos como aquellos seres pálidos que están entre la vida y la muerte, tienen grandes colmillos y llevan una dieta exclusiva de sangre. Desde hace siglos, los vampiros forman parte de la literatura de horror y  le han quitado el sueño a más de uno.

Pero entre los escritores venezolanos, estos personajes no han sido muy comunes, aunque sí existen. Por eso, recientemente se celebró en los espacios del Centro Cultural UCAB un conversatorio organizado por la Escuela de Letras  y titulado «Los vampiros en la literatura venezolana», en el cual se intentó aproximar a los lectores a los libros de autores criollos  que le han dedicado sus páginas a los vampiros.

El escritor Fedosy Santaella fue el primero en tomar la palabra para explicar un poco la evolución que han tenido los vampiros en el imaginario literario a lo largo del tiempo.

Según el también profesor universitario, en un principio los novelistas internacionales los retrataron como seres ligados a la nobleza que podían ser vencidos con estacas, ajos o fuego, cosa que cambió a finales del siglo XX.

«En un principio se veían personajes como Vlad Tepes, conocido también como El Empalador; o Elizabeth Bathory, quien acostumbraba a darse baños de sangre para conservar su belleza. Personajes crípticos, vanidosos, asesinos e interesantes que vivieron casi eternamente. Sin embargo, a partir del los 90, aparecen vampiros juveniles, guerreros, cazadores, más cotidianos, profesionales, etc».

En la literatura venezolana, las historias de vampiros presentan otros giros. La politóloga e investigadora Brigitte Monteiro, dejó claras algunas de las diferencias.

«El personaje forma parte del imaginario local. No vemos un vampiro aristocrático, no se refugia en un gran castillo, ni es el noble con sangre azul. Se encuentra en un entorno más urbano y hace las cosas típicas que haría cualquier persona, aunque conserva elementos propios como los poderes de hipnosis y su capacidad para vencer la voluntad de los seres humanos. Además, las mujeres se incorporan como protagonistas de las historias».

Si te interesa aproximarte a estas versiones,  algunas de las obras literarias de vampiros escritas en el país incluyen relatos  como “Knoche” de Israel Centeno, “Las Brujas Chupasangres” de Mercedes Franco, “Una de vampiros” de Francisco Suniaga, “Un vampiro en Maracaibo” de Norberto José Olivar, o  “Con los ojos cerrados” y “La Piaf nos está mirando”, de Fedosy Santaella.

Los especialistas coinciden en que en todos estos textos los vampiros no son vistos como muertos vivientes que atacan sino como seres que pasan inadvertidos en la vida de los seres «normales».

«Los vampiros ahora juegan con sus presas, viven con ellas y en la literatura venezolana, también caminan por las calles de Maracaibo o vuelan por Caracas», finaliza Santaella.

♦ Katherine González