Su cara de muchacho haría pensar que es un alumno más. Sin embargo, a sus 24 años, Leonardo Aguilar es psicólogo clínico egresado en 2015 de la Universidad Central de Venezuela y actualmente se encuentra cursando su segunda carrera en la Universidad Experimental Pedagógica Libertador (UPEL): una licenciatura en Educación mención Castellano, Literatura y Latín.

Buscando ejercer «eso que te llena» (como él mismo asegura), en 2016 decidió postularse como profesor a unos cargos vacantes en la Escuela de Psicología de esta casa de estudios y desde octubre de ese año asumió dos cátedras en el primero y segundo semestre de la carrera.

Aunque no es su alma mater, Aguilar considera a la UCAB como un oasis y el lugar donde ha podido hacer realidad sus visión docente.

 En sus clases intenta crear vínculos importantes con los estudiantes, lo que ha hecho que al finalizar cada semestre reciba cartas de muchos de ellos agradeciéndole lo aprendido en el aula.

Cree que  la enseñanza debe ser algo natural y cercano y su meta como educador es estimular a otros a que se apasionen por lo que aprenden.

¿Por qué decidió empezar su carrera profesional en la UCAB?

«A mí siempre me interesó dar clases, porque había sido preparador y descubrí que me llenaba el contacto con los estudiantes y la actividad general en el aula. Recién graduado, vi que había unas vacantes en la Escuela de Psicología  de la UCAB  y envié mis datos como cualquier persona. A los meses me contactó la directora de la Escuela y me ofreció las cátedras de Introducción a la Investigación y de Investigación Documental. Fue así como empecé a dar clases en la UCAB. El ambiente me atrapó desde un comienzo, fue un imán la Católica para mí, un oasis. Yo venía de un contexto muy caótico».

¿Cómo fue su primer día dando clases?

«Yo no puedo olvidar mi primer día de dar clases acá. Recuerdo que tenía una gripe y la gripe se me quitó; me sentí tan bien que yo creo que la gripe se fue. Yo lo asocio hasta con algo medio esotérico (risas). En esa primera sesión me sentí muy a gusto,   yo no sabía en donde quedaban las aulas, porque no soy  egresado. Entonces me dieron un número de aula como A4 lo que sea y yo me pregunté ‘Dios mío, ¿cómo llego allí?’. Recuerdo que le pedí ayuda a la secretaria de la Escuela, la señora Sonia, y ella se mostró muy amable. Esa amabilidad no la había encontrado hasta ese momento, sobre todo en contextos académicos».

¿Cuál es su ‘gancho’ con los estudiantes? ¿Cómo es su método de enseñanza?

 «Yo creo que son varias cosas. En primer lugar, yo creo que la juventud uno la puede aprovechar de muchas formas y creo que he sabido manejarla a mi favor, porque busco lograr una empatía con los estudiantes en tanto les muestro que también puedo vivir lo que ellos viven, que somos de una misma generación. Claro, pese a mi juventud,  me considero una persona muy seria al momento de ejecutar mi actividad en el aula, aunque te podría decir que sí hay particularidades que yo he logrado incorporar.  Por ejemplo, en todas mis clases aplico una estrategia que  denomino el ‘minuto literario’. Es un minuto que yo le dedico, a cada cierre de clase, a la lectura de un poema relativamente corto. En ocasiones ha ocurrido que ese poema coincide con  algún tema de la materia o alguna situación que se esté viviendo en el país. Eso ha gustado mucho e incluso una chica me dijo, cuando era preparadora, ‘nunca quites esto del minuto literario’».

¿Por qué hace esto?

«Porque yo creo que para ser un buen psicólogo o ser un buen profesional no debes dedicarte solo a un área; es decir, la vida está compuesta por un abanico de cosas y si tú quieres ser un buen psicólogo debes echar mano a otras herramientas para explicar la realidad. Así sea preparar cupcakes o crear algo novedoso, es importante hacerlo. Nosotros mismos debemos mudarnos de esta realidad que a veces puede ser  muy ‘chimba’ y muy aburrida».

¿Cómo marca la pauta al inicio de cada curso?

«Al comienzo de cada clase tengo como una especie de ritual. Para mí la primera clase es muy importante porque ahí es donde hago el enganche afectivo con los estudiantes. Yo tengo dos textos que son de cabecera, que leo en el inicio de cada curso. El primero lo escribió un fisiólogo que nosotros estudiamos que se llama Iván Pavlov y es una carta  de estímulo a la juventud. El segundo es un poema del venezolano Rafael Arraiz Lucca llamado Eugenia» (Eugenia es un poema que le escribió el autor a su hija cuando estaba en gestación, cuyo contenido  es una invitación a vivir).

Al ser un profesor tan joven ¿cuáles son sus retos?

«Quizás pueda crear recelo entre algunos colegas y eso no está bien. Yo considero que cada profesor tiene, aunque suene un poco cursi, su luz propia y su forma de impartir clases que lo hace único y permite que no opaque a otro. Yo te podría decir que, quizás, un reto sería lograr buenas relaciones interpersonales con mis colegas.  Otro reto es la motivación de los estudiantes en medio del contexto de país que tenemos; y me refiero a una motivación no solo para que cumplan con los requerimientos para aprobar la asignatura  sino en general para ser mejores personas, porque de eso se trata la educación, de lograr que a través de tu acción docente otros se enamoren de su profesión y se apasionen por la vida».

¿Alguna anécdota dentro del aula?

«Cada clase tiene una configuración particular y en cada una ocurren cosas diferentes. Hay algo que me gusta y es que muchos estudiantes, al final del curso,  me han retornado algo del estímulo que yo he tratado de brindarles  a través de cartas de agradecimiento por lo aprendido. Algunas son cortas, otras hasta de 12 páginas. Algunos incluso me responden con un poema.  Estas son de las cosas más simpáticas y que me llenan porque significan que mi labor está inspirando a los estudiantes».

♦ Texto: María José Rodríguez /Fotos: Jesús Fonseca 

*Los docentes ucabistas que quieran formar parte de esta sección o deseen postular a alguien, pueden escribir a los correos electrónicos: [email protected] o [email protected]