Cuando escuchan su nombre, los alumnos de la Escuela de Letras de la UCAB sonríen inmediatamente. Un profesor cuyo mayor anhelo siempre fue el ejercicio de la docencia y que destaca por incentivar el crecimiento de sus estudiantes dentro y fuera del aula de clase; ese es Luis Alfredo Álvarez.

Apasionado por la literatura desde su infancia, tras culminar el bachillerato en el Liceo San José, ubicado en Los Teques, comenzó su trayectoria ucabista en 1986 cuando ingresó como estudiante a la Facultad de Humanidades y Educación, de la que egresó en  1991 como Licenciado en Letras. Su formación continuó con un postgrado en Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. 

Si bien tuvo que esperar algún tiempo para comenzar a impartir clases en su alma mater, inició su carrera docente en un colegio italo-venezolano, donde enseñó tanto en primaria como en bachillerato.

Volvió a la UCAB, esta vez como profesor, en 1997, cuando fue seleccionado para impartir la materia Análisis literario, que anteriormente estaba a cargo de la entonces vicerrectora académica, Myriam Valdivieso, a quien conocía desde sus días de estudiante.

En 2002 detuvo momentáneamente su labor profesoral en la UCAB cuando se trasladó a España para cursar una maestría en Filología Hispánica en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, a través de una beca otorgada por el gobierno español.  Sin embargo, a su vuelta, se reincorporó a la Católica para cursar la maestría en Filosofía y asumió en paralelo las cátedras Literatura del siglo XVII y XIX, Literatura del Romanticismo y Teoría literaria II y III, las cuales continúa dictando hasta hoy.

También escritor, Álvarez ha publicado artículos y ensayos en periódicos y revistas especializadas. Además de ello, es autor del libro titulado Poética del plagio y coautor junto con otros investigadores del texto de estudio Propuesta para un canon del cuento venezolano del siglo XX.

Estudiar, escribir y enseñar siempre fueron sus anhelos. Después de dos décadas, lo sigue haciendo.

¿Cómo es su metodología de clase?

«Las preparo previamente, nos actualizamos constantemente y después comienzo con una pregunta o una hipótesis a trabajar; a partir de allí nace la discusión con los estudiantes. Lo importante es que se pueda establecer un diálogo con los alumnos, que no se fastidien, que no tiren flechas, que realmente salgan del aula entendiendo. No me interesa que obtengan una nota alta o que finjan interés, sino que de verdad aprendan.  Por suerte para mí, mis estudiantes son excelentes: hacen el esfuerzo, tienen hábitos de estudio y eso facilita y hace el trabajo más grato».

¿Por qué cree que es importante estudiar Letras? ¿Qué tiene de diferente en comparación a otras carreras?

«Todas las carreras universitarias parten desde el punto de vista técnico. Una de las competencias fundamentales para estudiar en la universidad son las de lectura y escritura. Desafortunadamente, en el país tenemos deficiencia en la educación primaria y secundaria y los alumnos que ingresan a la universidad vienen con muchas carencias en esos aspectos. La gente que estudia Letras se va a encontrar con un mundo que le permite manejar con mayor facilidad y profundidad esas competencias. Pero esto no es algo que necesite Letras nada más. Ojalá todas las carreras tuvieran cátedras de literatura y no solamente de expresión oral y escrita o de comprensión y producción de textos. El estudio de la literatura da un horizonte más amplio del mundo, de uno mismo, y además te agudiza la sensibilidad. Estudiar literatura no logra un mundo mejor -ojalá fuera tan sencillo como eso- pero si da herramientas para comprenderse a uno mismo y a los otros»

¿Cuál ha sido su experiencia más gratificante como profesor?

«La primera,  en la que hasta se me salieron las lágrimas, fue cuando fui aceptado aquí como profesor, porque era lo que siempre había querido. Pero la mejor experiencia de todas fue cuando una estudiante, hace diez años, se acercó para decirme que había sido elegido como padrino. Volví a serlo otras veces, pero por razones personales que no tenían mucho que ver con la universidad, ese momento en particular resultó muy emotivo para mí, porque me gusta que ellos me tengan esa estima. Respeto mucho a mis estudiantes e incluso tiendo a ponerme en su lugar la mayoría de las veces».

¿Por qué cree que sus estudiantes disfrutan tanto de sus clases?

«Definitivamente por la experiencia. Yo ya llevo 21 años como profesor en la universidad y la experiencia me ha enseñado a dominar ciertos ritmos dentro de la clase, porque en realidad yo no soy profesor. Soy gente de letras, de literatura, tengo más el perfil del investigador. Tras muchos años en el aula adquieres un ritmo que no te enseñan en las universidades pedagógicas. Dar clase forma parte de un proceso de representación, de mostrarte no muchas veces como eres sino como quisieras que fueras, y eso es un ejercicio interesante y retador. Me imagino que no a todos mis alumnos les ha gustado mi metodología, al principio quizá por los nervios. Pero con el paso del tiempo empiezas a manejar las cosas mejor y ahora me siento más cómodo debido a lo aprendido en todos estos años».

¿Ha habido algún alumno que haya destacado?

«Muchos; algunos que ya se graduaron y otros que siguen estudiando. Uno de ellos Eduardo Sánchez Rugeles, reconocido por su novela Blue Label/Etiqueta Azul, quien de hecho me hizo una dedicatoria en la segunda edición de este libro, lo cual resultó muy satisfactorio para mí. También el poeta Adalber Salas, que ha ganado premios importantes. Tengo un alumno aquí que se llama Víctor Alarcón, que ha obtenido algunos galardones, además de otros que se han destacado en otros oficios. No puedo olvidarme de esos excelentes profesores que han sido mis alumnos. Yo eso lo aplaudo  porque son casi mis hijos y todos sus logros me enorgullecen».

¿Qué le motiva a dar clase, específicamente en Venezuela, a pesar de la crisis?

«Lo que me motiva a dar clases es el intercambio con los estudiantes. La parte de contenido es secundaria. El feedback con los jóvenes es lo más importante de todo. Además de que eso me hace sentir joven. Yo empecé a dar clase siendo un muchacho de 25 años y se me ha ido la vida en ello. Soy como un vampiro, extraigo la sangre fresca y eso me mantiene feliz. De verdad que agradezco ser profesor en esta situación del país, porque el ejercicio de la docencia es fundamental para formar ciudadanos, y eso es una necesidad imprescindible en este momento. Este trabajo cada día es más vocacional, pues desafortunadamente nadie puede vivir de la docencia en Venezuela. Un profesor que prepare sus clases, que se esmere, dé sus horas completas y logre además que sus alumnos rindan, realiza un acto de vocación». 

♦Mariann Palacios/Fotos: Jesús Fonseca

*Los docentes ucabistas que quieran formar parte de esta sección o deseen postular a alguien, pueden escribir a los correos electrónicos: [email protected] o [email protected]