La fecha 24 de Julio convoca a los venezolanos a recordar dos de las efemérides más importantes para nuestro pueblo y para toda América: el nacimiento de Simón Bolívar y la Batalla Naval del Lago de Maracaibo.

Este día del año 1823, cuando Simón Bolívar, el más grande hombre que ha parido nuestra Patria, celebraba cuatro décadas de una existencia cundida de gloria y honor latinoamericano, junto al relámpago del Catatumbo se unieron el destello y el tronar de los cañones de la Libertad, en el Lago de Maracaibo.

Fue por designio divino que, en esa fecha, pudo la Armada de una República forjada a punta de bayoneta y de la sangre patriota derramada en los campos de batalla, brindarle al Libertador, como regalo, aquel gran triunfo que marcaría en la historia la expulsión definitiva del poder español de Venezuela.

En Sinamaica nació el nombre de esta tierra, cuando el conquistador europeo, embelesado por la tosca belleza de sus curiosos palafitos, decidió nombrarla remembrando a la itálica ciudad de Venecia y allí mismo, esa Venezuela se levantó y gritó su Libertad, dejando sepultados en el fondo del mar los restos del oprobio, la esclavitud y las injusticias del imperio español. Con aquella acción Venezuela sintió que desde la Goajira hasta Punta Playa, su honorable Armada podía garantizar que nunca más potencia extranjera alguna flamearía su pabellón en nuestras aguas.

La Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que cubrió de gloria a nuestra Armada fue una necesidad y objetivo principal de las fuerzas de la República, desde que el Ejército doblegara al realista en el inmortal campo de Carabobo; porque aunque con aquella acción se selló el poder patriota en tierra, todavía no se habían aniquilado definitivamente las armas españolas.

Fundamentado en la referencia documental del CN: BERNARDO JURADO TORO, me voy a permitir narrar los hechos que giraron alrededor de aquella justa. Las dispersas fuerzas realistas se habían reorganizado y mediante exitosas   acciones  mantenían, de hecho y de Derecho, el estado de guerra en Venezuela. En Julio de 1822, es decir un año después de Carabobo, el general español José Morales asumió el cargo de Capitán General de Venezuela, y en septiembre de ese mismo año ejercía el control político y militar de las provincias de Maracaibo, Puerto Cabello y sus alrededores. Por otro lado, las acciones de los coroneles realistas Alejo Mirabal y Antonio Ramos desgastaban y asediaban a las fuerzas venezolanas en los Llanos.

Es decir, el poder español estaba totalmente reorganizado y continuaba dando batalla, todo debido a que tenía libertad de acción en el mar, nuestra Armada no controlaba el mar y España, usando sus bases avanzadas en las capitanías Generales de Cuba y Puerto Rico, utilizaba el Caribe como línea de refuerzo de su poder político y militar en Venezuela. Toda esta situación de inestabilidad ponía en peligro la independencia de Venezuela, por lo que los principales líderes venezolanos, encabezados por los generales José Antonio Páez y Carlos Soublette, estaban angustiados por la suerte que podía correr la República que, en principio, se había consolidado con el memorable “Triunfo de Carabobo”. Era necesario entonces vencer a Morales, y más aún, ejercer el control de mar.

Las operaciones en tierra estaban a cargo de un grupo de honorables y valerosos venezolanos: los generales Urdaneta, Soublette y Páez; por otro lado, el general Mariano Motilla concibió un brillante y ambicioso “Plan Naval” para bloquear las costas del Golfo de Venezuela y atacar Maracaibo, ciudad que, para ese momento, era el cuartel general del dominio español, siendo designado el CA. José Prudencio Padilla para ejecutarlo.

Comienza así el derrotero que culminaría con la gran batalla. El día 15 de enero de 1823, Montilla decretó bloqueada la costa del Golfo de Venezuela, desde el cabo de Chivacoa hasta el cabo de San Román. Los realistas, por su parte, no tardaron en dar respuestas a la acción republicana, por cuanto la estabilidad que tenían comenzó a verse afectada por el bloqueo patriota. Por ello, al CN. Ángel Laborde (segundo comandante de la Escuadra Realista), zarpó desde las Antillas al mando de la fragata “Constitución” y la corbeta “Ceres” con dinero y apoyo. Esta fuerza naval recaló en Puerto Cabello el 1 de Mayo de 1823, donde se enfrentó y derrotó a la escuadra venezolana, capturando las corbetas “Carabobo” y “María Francisca”. Sin embargo, el bloqueo continuaba sobre Maracaibo. El almirante Padilla había afianzado posiciones dentro del lago, cortando suministros de alimentos por vía lacustre.

Laborde, por su parte, sabiendo que el verdadero enemigo estaba en Maracaibo, zarpó el 1 de Julio con su escuadra, a toda vela, desde Puerto Cabello hacia la sitiada ciudad, recalando en el castillo de “San Carlos” el día 14 de Julio, con la firme idea de sepultar, en el fondo del lago marabino, a la flota de nuestra naciente República.

El día 22 de Julio la flota realista penetró en el lago y el 24 de Julio a las 15:15 horas (3:15 pm) ya no había marcha atrás… “La Gran Batalla” había comenzado.

Los españoles querían convertir el Lago en el gran panteón de la flota venezolana; los patriotas, por su parte, solo tenían un pensamiento fondeado en sus mentes: “Vencer o Morir”

 

A las 15:17 horas (3:17 pm)  el almirante Padilla ordenó izar en el palo mayor de su buque, la señal más terrible que la infantería de marina puede contemplar cuando inicia un combate; la trágica y espeluznante señal de “abordaje”, la señal de muerte que indica la acción de vencer o morir heroicamente.

Morales, amedrentado por la señal izada en todos los buques patriotas se apresuró a dar la orden de fuego a su escuadra y, simultáneamente, los cañones españoles parecieron encogerse, para luego, con fuerza brutal, escupir formidables llamaradas anaranjadas acompañadas del trueno, que con la ira de un latigazo golpeaban sin cesar a la escuadra patriota. Numerosos obeliscos de agua surgían cual ballenas asesinas, por efecto del bombardeo realista, frente a los buques patriotas que seguían avanzando, con la frialdad de un témpano, sin disparar un tiro. La espuma del mar embravecido envolvía casi por completo a la escuadra del almirante Padilla, que continuaba macheteando sobre las grises olas del mar con la proa rumbo a la victoria.

Estando al fin en la posición deseada, inician sus nutridos fuegos, haciendo notar su ronca voz los cañones de la Libertad. Al disiparse el humo por la brisa, se dejaron ver las consecuencias de aquella acción de equipo en función de muerte, que con sus cañones iban destrozando la estructura de los buques enemigos.

“El Independiente” vació sus hombres sobre la cubierta del “San Carlos”, cuya tripulación se rindió; el “Confianza” abordó a la goleta “El Marte” y atacó simultáneamente a las goletas “Mariana”, “María” y “Rayo”, la “Emprendedora” trabó fiero combate con la “Esperanza”, cuyo comandante, en acto heroico para no rendir su buque al pabellón tricolor, voló su Santa Bárbara. Así, cada par de barcos se abrazaban para danzar, al son de los sables de mando de los oficiales de ambos bandos sobre las aguas del Lago, la contradanza trágica de la muerte, que echaba afuera llamaradas, humo y cadáveres.

Durante tres horas se prolongó la lucha… Los cañones cesaron de tronar y solo hablaban los fusiles, las espadas y las hachas. Los insultos y los gritos eran la música de fondo de aquella terrible epopeya.

El general Morales se había equivocado… El número y la calidad de los buques españoles no habían decidido la batalla. Las ansias de libertad y el ideal de la causa Republicana se habían impuesto.

A las 18:45 horas (6:45 pm) terminó la batalla, con el ocaso de aquel día el Lago de Maracaibo tomó un peculiar colorido, como consecuencia de la sangre de los numerosos cadáveres y de los restos de buques que quedaron como mudos testigos de aquel infausto acontecimiento.

Concluyó así la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, celebrada en la misma fecha en que, cuarenta años antes, naciera el Libertador Simón Bolívar, padre de seis naciones de América, y consolidándose con ella la República de la Gran Colombia, creada por el genio de América. Morales aceptó la capitulación frente al General Mariano Montilla, partiendo hacía Cuba el 15 de agosto.

De aquellas graciosas y esbeltas figuras de los bergantines y goletas, solo queda el recuerdo estampado en las páginas de la historia. Aquella orden de “izar la vela mayor” cedió el paso a la de “avante a toda máquina” y así ha ido evolucionando nuestra Armada; nuevas tácticas, nuevos buques, pero una misma misión. La presencia de nuestro pabellón tricolor en los mil caminos azules de espuma y de sol de nuestro amado mar.

Hoy, al igual que ayer, Venezuela demanda nuevamente a sus hijos hacer valer el compromiso por la libertad,  el despliegue del poder de su intelecto para doblegar nuevos enemigos que emergen iracundos para embestirnos con toda su fuerza.

Es necesario entonces que todos los venezolanos ofrendemos como homenaje, a quien no dio descanso a su brazo ni reposo a su alma, el sacrificio que demanda el momento histórico que vivimos, para recalar seguros en el puerto de la reconquista de los valores éticos y morales que justificarán la sangre derramada por nuestros antepasados en acciones como la Batalla Naval del Lago de Maracaibo y mantener encendido, cual eterno faro guía del marino, el juramento de Bolívar, que reúne un cúmulo de valores éticos y de liderazgo que se mantienen vigentes, aunque en este momento histórico nuestro enemigo no sea España ni su voluntad de oprimirnos, y que tuvo por testigo a la ciudad eterna de Roma y al gran maestro Don Simón Rodríguez en el Monte Sacro: 

«Juro delante de usted, juro por el Dios de mis Padres, juro por ellos, juro por mi honor y Juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

♦Pedro González Caro/subdirector ejecutivo del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB