«Hoy, nuestro principal ámbito de relacionalidad y de intersubjetividad es el de la Comunicación, lo que reconfirma el estrecho parentesco entre moralidad y comunicabilidad y la necesidad de erigir o reconstruir en la intersubjetividad, en la persona, en el comunicador, en nuestros portavoces vicarios los baluartes de la reciprocidad y el respeto mutuo, principales garantías de sociedades libres y abiertas»

Antonio Pasquali, 2009

En este preciso momento no se trata de discernir sobre el trabajo intelectual de Antonio Pasquali. No intentamos hacer un informe sobre los aportes de Antonio -así lo llamaban quienes se mueven en los menesteres de escudriñar la comunicación y los massmedia–  en la búsqueda y afianzamiento de una mejor sociedad y, en definitiva, de una comunicación entendida como diálogo, es decir como comunión con el otro.

Se trata más bien de recordar a un hombre que nació el 20 de junio de 1929 en un pequeño pueblo de nombre Rovato, por allá al norte de Italia. Antonio fue uno de esos inmigrantes que llegó a Venezuela, junto con sus padres, para quedarse definitivamente. La familia de Antonio se asentó en Puerto Cabello en febrero de 1948. Tenía para ese entonces 18 años. En una ocasión le preguntaron si no se iría a otro país para trabajar como profesor e investigador. Su respuesta fue: “No, porque eso de luchar para dejar  a hijos y nietos un mejor país es para mi una finalidad esencial e irrenunciable; porque aquí tengo mis amores y amistades, mis vivos y mis muertos”.

Esa respuesta de Pasquali tiene que ver con la otra dimensión que lo movió en la vida, es decir, su preocupación por Venezuela y lo que han hecho con ella. Así lo atestiguan sus columnas periodísticas y los más diversos trabajos intelectuales que llevó a cabo. Porque Antonio siempre aspiró a un con-saber y un con-vivir democráticos.

Hoy queremos recordar al hombre, a la persona que fue Antonio Pasquali. Ante la muerte de alguien querido no hay palabras ni justas ni suficientes para tenerlo presente. Porque la muerte es radical, porque es extraña al hombre y nunca nos acostumbraremos a ella. Los cristianos se despiden con estas esperanzadas palabras: “Venid, santos de Dios; salidle al encuentro, ángeles del Señor. Tomadlo y conducidlo ante la presencia del Altísimo”.

Desde nuestra Universidad queremos despedirnos y recordarlo tal como él quisiera que lo recordáramos. Deseamos tenerlo presente porque estamos convencidos de que, y Antonio lo demostró con su andar por la vida, la vida es más fuerte que la muerte.

Abrazamos, en esta hora triste, a sus hijos: Carlota, Paola, Chiara y Marco.

De verdad, gracias querido y siempre recordado Antonio.

♦Foto de apertura tomada del documental Pasquali, de León Hernández (2018)