Luis Ugalde

El diálogo normal es una realidad cotidiana en toda sociedad civilizada y es la savia imprescindible que circula en una democracia sana, dando vida a todo el cuerpo. Lo que hace falta en Venezuela es el diálogo extraordinario, al que se acude en situaciones extremas de catástrofe y de enfrentamiento radical. Solo se asume en serio cuando ambas partes llegan a la convicción de que no pueden aniquilar a la otra, ni continuar la guerra, o que el tiempo debilita la propia posición e  imposibilita la solución.

El diálogo que ahora necesitamos los venezolanos es para salir de esta crisis terrible: parar la hemorragia mortal de la economía destruida, con miseria creciente e inseguridad, grave desabastecimiento y falta de medicinas; dramática caída de la economía con brutal descenso sostenido del PIB combinado con la inflación más grande del mundo y con un gobierno que viola sistemáticamente la Constitución hecha por los suyos.

En torno al diálogo en Venezuela hay cosas ciertas y fuertes interrogantes.

Ciertas

Cierto que el diálogo es imprescindible para salir del actual desastre y recuperar la capacidad democrática de reconstrucción nacional.

Cierto que es necesaria la colaboración de facilitadores internacionales que gocen de suficiente confianza y credibilidad de ambas partes y de la mayoría de la población. Es cierto también que los tres ex presidentes “facilitadores”, encabezados por el español Rodríguez Zapatero, son hombres de confianza del gobierno y fueron escogidos unilateralmente por este. Cierto que la otra parte tiene razones para desconfiar de ellos y también de Samper. Cierto que el origen  unilateral de los “facilitadores” necesita ser corregido si se quiere que ganen algo de confianza. Ellos harán esas correcciones solo si llegan a convencerse de que de lo contrario fracasarán. Es obvio también que la facilitación ganará credibilidad cuando se equilibre con otros representantes, del Vaticano, de la OEA y de la ONU, tres instituciones  a las que por su propia naturaleza les corresponde contribuir a la paz y a la reconstrucción democrática en situaciones como la nuestra.

Es cierto que el diálogo necesita objetivos claros y urgentes (aceptados por ambas partes) y una decidida voluntad para alcanzarlos, saliendo cuanto antes de la inhumana y destructiva situación. Cierto también que el “diálogo” sin objetivos puede ser buscado por las partes (o por una de ellas) simplemente para ganar (o perder) tiempo, mientras se agota o divide al adversario y se lograr aliviar o reforzar la propia debilidad.

Cierto que aquí no puede haber diálogo si no se basa en la eficaz restauración y respeto efectivo de la Constitución. Es el terreno común al que están obligadas las partes y su cumplimiento es una clamorosa exigencia de la inmensa mayoría de los venezolanos.

Cierto que si la MUD va al diálogo sin claridad y sin decisión firme de conseguir respuestas a los más graves problemas (alimentación, medicinas, presos políticos, apertura a la solidaridad internacional, seguridad, reconocimiento constitucional de AN y de una Fuerza Armada no partidista…) se desprestigiará ante la mayoría democrática nacional. Es cierto que el actual gobierno está hundido, si no dialoga de verdad y no se abre hacia un gobierno de salvación nacional.

Dudoso

Graves dudas. ¿Hay voluntad real de reconocimiento del interlocutor y de que ambas partes son imprescindibles para el cambio radical que necesitamos? ¿Habrá voluntad cierta de diálogo cuando se tienen presos a los principales dirigentes de tres importantes partidos dialogantes? ¿Lo habrá cuando al mismo tiempo altos dirigentes gubernamentales están pidiendo que se disuelva la AN, o que se suprima la MUD por ser un nido de delincuentes? ¿Lo habrá cuando se proclama desde las alturas del poder que no se permitirá el referéndum revocatorio en 2016, única manera constitucional de revocar democráticamente al Presidente y elegir a otro? Es normal que los gobiernistas no deseen el revocatorio este año, pero es malo que pongan trampas para impedirlo utilizando como peones al CNE, al TSJ  o a la Fuerza Armada.

Venezuela  necesita reconstrucción ya, con un nuevo gobierno decidido a los cambios para salir de la actual miseria y restaurar la efectiva vigencia de la Constitución. El diálogo no es para revocar al Presidente, ni puede ser una trampa para impedir el revocatorio constitucional. El camino empieza por la renuncia presidencial o el referéndum en 2016, en ese orden de conveniencia para el país e incluso para el gobierno. El diálogo es para restablecer ya la democracia violada, responder a la emergencia humanitaria y poner urgentemente las bases de la gobernabilidad y la reconstrucción  de un país destrozado; lo que ninguna de las partes puede sola. Imposible sin decisiones rápidas de emergencia nacional, sin militares con visión y decisión democrática, sin empresarios decididos a invertir y producir y sin fuerte apoyo internacional. Necesarios son los políticos de visión y grandeza.

 

Publicado en el diario EL Nacional el 4 de agosto de 2016