Hizo una pausa en su agenda del lunes 18 de abril para conversar con elucabista.com y a continuación salió volando hacia el Centro Cultural de la UCAB, donde le aguardaba una nutrida representación estudiantil que seguramente le planteó cosas que él les ha escuchado a los jóvenes de su universidad, la Iberoamericana de Puebla.

Desde luego, estos problemas de violencia, corrupción y desequilibrio social son una especie de tsunami, en México y Venezuela. En eso se parecen estos países. ¿Qué pueden hacer las universidades confiadas a la Compañía de Jesús, por mejores intenciones que tengan y por talentosos que sean sus académicos, si hacen vida en países que parecen ir marcha atrás?

Fernando Fernández parece inasequible al desaliento. Observa a los egresados de estas universidades como eventuales puntos de luz en medio de la oscuridad. Sí, concede, la educación en estos tiempos de violencia exacerbada es asunto difícil. Él no quiere moverse entre utopías. Todo ese panorama de inequidad y salvajismo es cierto. Pero hay esperanza:

La realidad es sumamente compleja, pero al mismo tiempo la universidad tiene una función crítica sobre la sociedad en la que está enclavada. Eso es muy importante: criticar las políticas del gobierno, la corrupción, las estrategias que van en contra de lo que ellos mismos dicen; y al mismo tiempo proponer alternativas.

De su universidad salió, por ejemplo, un “observatorio del salario mínimo” y la propuesta llegó a ser debate nacional. Obligó a la gente a plantearse si el salario mínimo establecido en México era justo o injusto. “Cuando pones esos temas en discusión, te dices: bueno, la universidad ya valió la pena”.

Por otra parte, están impulsando (se refiere a su universidad, sus estudiantes, sus autoridades) un modelo de economía social y solidaria a partir de experiencias de comunidades indígenas o campesinas. Por ejemplo: con personas de muy bajos recursos dedicadas a buscar materiales entre la basura se formó una empresa solidaria para desarrollar techos impermeables. La alianza resultó con los estudiantes de Ingeniería y con la Escuela de Diseño e Innovación de la universidad donde Fernández es rector.

El material rescatado de la basura, impermeable, se obtiene de miles de tetra paks desechados. “Ese material al mismo tiempo te conserva fresca la casa cuando está haciendo calor, o viceversa. Es como una unidad térmica”, explica FFF.

 

LOS NORTEAMERICANOS Y LATINOAMÉRICA

Ausjal lleva treinta años con este modelo basado en redes. Es una bonita forma de unir inquietudes, dar soporte y recibirlo. Hay unas treinta universidades en América Latina confiadas a la Compañía de Jesús. Las redes van vinculando a los académicos, los acercan y así sienten empatía con el proyecto general de una comunidad de universidades latinoamericanas. Y los viajes, desde luego son necesarios: no hay nada como cuando te encuentras con alguien cara a cara y empiezas a hacer amistad. “Porque eso te da confianza para tomar el teléfono o Internet y hacerle consultas”, dice Fernández. La Ausjal, en su plan estratégico, contempla actualmente treinta y dos proyectos. No es poca cosa. De ellos, catorce atañen a la UCAB de manera particular.

“Cada quien ha de ser contento de dar de lo que tiene y puede”, dice San Ignacio. Es una frase que cita el padre Fernández. Le parece una magnífica lección para la gente que compone las redes de Ausjal.

Fernández aludió, en su charla mañanera en la UCAB, a las universidades norteamericanas que lideran jesuitas. Dijo que son muy independientes. Añade, en la entrevista, que tales universidades responden a una cultura muy diferente. ¿Cuál es la cultura? Primero, de la abundancia. Segundo, obvio, del individualismo.

No es una crítica áspera por parte de Fernández, pero sí la constatación de una realidad. Agrega:

“Eso se debe a que tienen una experiencia de autonomía, de satisfacción, de resolver sus problemas prácticamente sin necesidad de echar mano con nadie… ¿Qué necesidad tienen de vincularse con otros? Son autosuficientes. En Estados Unidos no hay redes así como las nuestras. Sí tienen una par de Ausjal, la AJCU: sí, y están impulsando las redes. Pero van muy lentas. Y es interesante, porque la vinculación con Ausjal les ha ido abriendo los horizontes: han visto que sí es bueno darse la mano y abrir posibilidades a mayor colaboración”.

Un ejemplo de la apertura: se les dio la idea de que los enlaces de las universidades norteamericanas se reunieran una vez al año en América Latina, y aceptaron. La última vez hicieron un tour de una semana en Nicaragua: vieron esa realidad cruda bien de cerca, en las zonas marginadas. Y al contrario: también están viajando los latinoamericanos a las reuniones en el norte. “Ese es un ejemplo muy concreto de cómo se están haciendo más sensibles a nuestra realidad, y ellos mismos están impulsando más redes de comunicación”.

 

LECCIONES APRENDIDAS

En México hay ocho universidades jesuitas. En realidad una de ellas es indígena, con ciento cincuenta alumnos y que ofrece tres carreras; pero “prácticamente es subvencionada por nosotros”, anota el entrevistado.

Fernández nació en Guadalajara. Hijo de padres de clase media alta, lo pusieron en un colegio jesuita (aun cuando no tenían una especial vocación religiosa) y allí se dio cuenta de cuál sería el camino de su vida. Primero sintió la necesidad de marchar a dar catecismo a una zona popular; y le gustaron los retiros.

Entró muy joven. Desde que llegó al bachillerato escogió. Piensa con satisfacción que madurez temprana para tomar decisiones con cabeza propia distinguía a la generación de muchachos de su edad: se hacían hombres muy temprano. Sus padres se opusieran a que fuera jesuita, y él insistió: “Es mi vida”.

Entró al noviciado y fue una alegría, un gusto, encontrarse con compañeros que estaban en lo mismo que él.

Entonces se abre para el joven Fernández un camino inesperado: hasta entonces lo que eran las matemáticas y todas las ciencias duras constituían su fuerte. Y en cuanto a las humanidades, todo lo contrario. Pues bien: cuando comienza a estudiar filosofía se da un proceso pedagógico que lo va abriendo a todas esas disciplinas “que yo juraba que jamás me iba a meter con ellas”. En el primer año comienza con latín, griego y castellano. Llegará con el tiempo a hablar y escribir en latín. Estudia literatura, los clásicos, la tragedia griega… habla del año 1966 y todavía parece fascinado con aquellos profesores que le tocaron en suerte, todos doctores de La Sorbona.

Eso fue en un seminario cerca de Guadalajara.

Da un brinco adicional: resulta que ahora le encantan la filosofía neotrascendental, la metafísica. Cuando vio que podía asimilar todo aquel mar de saberes que se le ofrecía, creció la confianza en sí  mismo. Fue a magisterio y tuvo su primer contacto más directo, “con categorías diferentes”, con los pobres. Lo mandaron a dar clases de filosofía y encontró a un montón de chicos seminaristas con unos deseos enormes de salir adelante.

Regresa a Teología, ya con la cabeza muy transformada. Los fines de semana se pautaban prácticas con la gente de la Íbero; marchaban los jóvenes a zonas indígenas a trazar proyectos de desarrollo. Asistió a un seminario con un sacerdote holandés que le hizo caer en cuenta de que, si él quería la liberación del pueblo, el sacerdocio se había convertido en una ideología que, en lugar de ayudar a la gente, la estaba oprimiendo más:

…porque les hacía proyectar su pobreza, su dolor y su sufrimiento sobre una cruz en donde todo el discurso religioso era: aguántate, soporta, y luego tendrás la vida eterna.

Está hablando de los años 1973 o 1974. Ya habían sucedido cosas que a él lo habían puesto a pensar: la revolución de los jóvenes en Francia, la represión en Tlatelolco, la Primavera de Praga, Medellín y el llamado de atención de los propios jesuitas en la Carta de Río de Janeiro, una invitación a tomar en serio toda la pobreza del continente.

Hubo problemas entre los propios jesuitas: unos defendían la tradición, otros tenían su vocación por los pobres muy clara. Incluso hubo un cierre famoso, el del colegio Patria. Lo cerró el propio provincial, diciendo que ellos mismos, los jesuitas, habían estado formando a quienes explotan al pueblo.

En fin: Fernández es un hombre de fe con una clara opción por los pobres que se profundizó a partir de esos episodios. Ahora está en labores de gerencia, pues no otra cosa es ser rector de una universidad tan importante como la suya, y además preside Ausjal. Pero no hay contradicción: todo lo que estudió sobre filosofía y teología le ha ayudado en sus labores administrativas. Admira al vasco Xabier Zubiri, quien hizo su tesis en Madrid bajo la tutoría de Ortega y Gasset, se ordenó sacerdote en 1921 y marchó a Friburgo a estudiar pensamiento fenomenológico con Heidegger.

Zubiri influenció a Ignacio Ellacuría, una referencia para todo jesuita latinoamericano. Fue asesinado por militares salvadoreños durante la guerra civil en ese país, en 1989. Fernández conoció a Ellacuría en Madrid, y también al propio Zubiri, ya anciano.

Dice Fernández que cuando sucedió lo de Ellacuría se sintió huérfano.

Todo parece indicar que este caballero dicharachero y de buen talante trabaja muy duro en Puebla. Hace veinte años que no había venido a Venezuela. No dio mucho tiempo para hablar, en esta entrevista, sobre cómo ha encontrado a este país luego de todos estos años. En cualquier caso, Fernando Fernández Font es la imagen misma del optimismo por encima de cualquier contingencia.

 

♦ Sebastián de la Nuez

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