Mercelino Bisbal

A lo largo de todo este tiempo, incluyendo el año 2015, en nuestra libreta de notas se fue quedando arrinconada, quincena tras quincena, una lista de temas en donde la crónica o el comentario estaba bien merecido, no solo por su significación, sino también porque se estaría cumpliendo el centenario de cada uno de ellos. Así, tendríamos que haber escrito algo por los cien años de Roland Barthes, padre de la semiología francesa; por el envase de la Coca-Cola, que sigue tan igual, que también estaría cumpliendo sus cien años de aparición; Julio Cortázar, el padre de los Cronopios, era igualmente motivo de celebración por el centenario de su nacimiento; Orson Wells el creador de esa gran película El ciudadano Kane (Citizen Kane), también estuvo de cumpleaños el 6 de mayo del 2015;  de igual manera, en octubre de 1915 se publicaba La metamorfosis (Die Verwandlung, su título original en alemán), un relato de Franz Kafka… Así, dejamos ese 2015 y en este 2016 había que haber escrito alguna nota sobre los 30 años del accidente de la central nuclear de Chernóbil que ocurría un 26 de abril, pero de 1986, y que sería motivo del libro documental Voces de Chernóbil (en ruso Чернобыльская молитва), publicado en 1997 por la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, hoy Premio Nobel de literatura; pero más recientemente –el 26 de junio– el futurista Alvin Toffler se nos iba y con él las predicciones que hizo con certeza en El schok del futuro, La tercera ola, Avances y premisas y el Cambio del poder. Valga esta entrada para tenerlos presentes.

 

Hubiésemos acogido alguno de esos temas o hechos para la crónica quincenal, pero el país se nos impuso una vez más. El país del disimulo, recreando una idea de José Ignacio Cabrujas, pudo más, y aquí estamos tratando de escribir y contar lo que nos sucede como sociedad y la relación que el Poder (con mayúscula) actual ha intentado construir con los venezolanos.

 

Esta vez se nos antoja describir el discurso gubernamental de estos días. Una retórica que no acierta o no quiere decirnos la verdad de la realidad que estamos padeciendo. El discurso del Poder se ha vuelto más que rutinario. Nos dicen siempre lo mismo, nos cuentan las mismas anécdotas, nos dan las mismas explicaciones con viejas palabras en oraciones nuevas. Se trata de ver, como nos diría el lingüista inglés Michael Alexander Kirkwood Halliday, el lenguaje con el que nos expresamos día a día como un reflejo de la realidad. Porque hay que reflexionar al lenguaje en relación con el hombre social, “puesto que el lenguaje es el medio gracias al cual interactúa la gente”. Y se pregunta Halliday: ¿De qué otro modo puede considerarse el lenguaje como no sea en un contexto social?

 

Consideremos, por ejemplo, el grave problema económico que estamos padeciendo. ¿Qué nos dice el discurso del Gobierno? Nada que realmente podamos tomar en serio. Siempre la misma frase y la misma retórica: “la guerra económica”, que el país se encuentra sometido “a una guerra no convencional dirigida a destruir la patria venezolana”, o que “para continuar combatiendo la guerra económica es fundamental impulsar el Motor de la Economía comunal”. Cuando quieren llegar más a fondo, el tema de lo ideológico aparece sin ninguna explicación de la ciencia social que es la economía: “la situación económica del país obedece a la emocionalidad que genera un escenario de guerra, en el caso del país una guerra económica, ya que se está en una ruptura de un paradigma, se agotó el modelo rentista. El neoliberalismo no es un problema nuevamente económico, también es un problema ideológico”.

 

Pero la realidad se muestra rebelde y no obedece a esos discursos, a esas oraciones prefabricadas. Esa retórica no es capaz de explicar la cotidianidad de la gente. Allí están las colas y los anaqueles vacíos como el resultado de la aplicación de unas políticas que han quebrado las iniciativas productivas que existían.

 

Lo más trágico, después de ver todo lo que el día a día del venezolano nos muestra, es que de repente aparece el presidente de la República y nos dice: “La economía venezolana se dirige a la normalidad”, e inmediatamente al día siguiente remata así: “Vamos a un segundo semestre de prosperidad económica”. Se empeñan en desconocer la realidad. Y otra vez ignoran lo que pasa en el país cuando escuchamos al ministro Ricardo Menéndez  expone, ante el Foro Ministerial de la Organización de las Naciones Unidas, el miércoles 21 de julio, que en el país la pobreza extrema se ha reducido a 4.7% y que la meta es bajarla a cero para 2019. Luego, de manera precisa, sin que le temblara la voz, sus palabras afirmaron que más de 90% de la población come tres veces al día. Pero las estadísticas del clima de opinión pública dicen todo lo contrario. Qué razón tiene el editorialista de la revista SIC en su último número cuando nos dice que:

 

“Se ha destruido la institucionalidad y el hombre nuevo que ha surgido desfallece de hambre y la nueva sociedad está entretejida por la anomia y la impunidad. En situaciones de hambre y sobrevivencia se desatan los bajos instintos, las bajas pasiones, y reina el para sí como modo de relación que deteriora tanto al sujeto personal como al sujeto social”

 

Avancemos un poco más. Está el discurso sobre el revocatorio y el diálogo. Una parte del camino para convocar al referéndum revocatorio ya ha sido transitado, a pesar de todas las dificultades. Una buena mayoría de los venezolanos firmó por la convocatoria al proceso del revocatorio. ¿Qué ha pasado? ¿Cuál es el discurso del Poder ante ese planteamiento constitucional que fue bandera cuando se redactaba y aprobaba la nueva Constitución? Otra vez las palabras contradicen lo que el ciudadano está expresando. Porque hoy, un poco más de 12.174.600 electores (el 88.4%) están seguros de que votarían por revocar a Nicolás Maduro. Las cifras de todas las encuestadoras coinciden, incluso los sondeos de Hinterlaces que es una empresa proclive al Gobierno. Sin embargo, los discursos gubernamentales no se detienen ante esa evidencia pública y proclaman desafiando a la misma realidad y al artículo de la Constitución que lo establece. Por boca del jefe de Estado escuchamos: “Yo te puedo decir muchas cosas del revocatorio, lo primero es que no va. No va”.

 

Tras la negación gubernamental de no querer someterse a una consulta pública, al menos este año, aparece el tema del diálogo y la instauración de una mesa para tal fin. Los discursos han ido y venido. La oposición democrática se ha mantenido inamovible en el asunto: libertad para los presos políticos, llevar a cabo el referéndum revocatorio en este 2016 y respeto a la Asamblea Nacional como las tres condiciones más importantes. El Gobierno ha seguido la retórica del ganar tiempo y de ahí sus ambigüedades. Una vez nos dice que “el tema central del diálogo debe ser cómo salimos de la emergencia económica” y más tarde nos plantea que “el Ejecutivo informará la fecha del referéndum máximo a los 15 días de iniciado el diálogo”. ¿Entonces?

 

Todo esto que apenas hemos esbozado son las miserias del discurso gubernamental. La lista sería larga y tediosa de enumerar. Lo único que priva desde el Gobierno es el Poder y ver cómo se mantiene. Hasta el beneficio personal y el de los más cercanos se hace patente. La realidad de los tiempos nos enseña que riqueza y poder se necesitan y se refuerzan mutuamente.

 

El educador e historiador venezolano Augusto Mijares (1897) en su libro Los adolescentes (publicado en 1958), se ocupó del tema:

 

“Todos estos gobernantes han podido, pues, ser adulados por sus áulicos como restauradores, restaurantes, proveedores de comida: su gobierno no es sino eso: una inmensa comilona. La nación, afuera, permanece estacionaria o retrocede agobiada por la miseria y la rutina; pero el palacio –el restaurante– cada día se ensancha más y llega a tener variadísimos anexos: bodegas, cavas, tiendas de compra y venta, casas de lenocinio, garitos, cárceles, agencias de propaganda, todo lo necesario para el multiforme e inextinguible apetito de los que trepan a él.”

 

Esa cita nos refiere cómo el des-orden se ha introducido entre nosotros, y con tal voracidad que asusta. Para cerrar me permito agregar que frente a la miseria de la retórica gubernamental, lo único que nos queda por hacer es convertirnos en ciudadanos de verdad y asumir nuestra responsabilidad individual. Es la única forma de vencer el des-orden y las miserias gubernamentales, incluso la de aquella oposición que se proclama democrática.