Fernando Mires

Un fantasma recorre a Europa. Es el fantasma del plebiscito.

Alentados por el triunfo del Brexit, diversas fuerzas políticas ven la posibilidad de resolver cruciales problemas de sus países mediante la llamada democracia directa o plebiscitaria. Así Marine Le Pen entendió al Brexit como una confirmación a la política xenófoba de su Frente Nacional. Y no sin razón. La motivación principal del Brexit, más que la salida de Europa, fue la limitación drástica del número de refugiados. Sin el auge del tema migratorio, el RU sería siendo uno de los ejes de la política europea.

El procedimiento plebiscitario aparece en la Europa de hoy como uno de los mecanismos destinados a desintegrar la unidad continental y regresar a la época de estados nacionales con políticas antagónicas entre sí. El ultranacionalista Viktor Orban ha llegado al punto de desafiar a la UE con un referendo destinado a desconocer la cuota de refugiados que corresponden a Hungría.

En cierta medida el Brexit fue un triunfo no buscado por Putin, un triunfo que de rebote favorece hoy a la Turquía de Erdogan en su propósito de convertirse en la principal fuerza hegemónica del mundo islámico en contra de una Europa desintegrada y “decadente”.

Sin embargo, los orígenes de la reciente ola plebiscitaria (y antiparlamentaria) ultraderechista que asola a Europa hay que adjudicarlo al populista de izquierda Alexis Tsipras quien hace algo más de un año dio el ejemplo poniendo a disposición de los electores griegos el complejo tema del rescate que la UE ofrecía a su gobierno.

Después de Sipras, los plebiscitos y/ o referendos han llegado a ser una herramienta de los gobernantes y movimientos populistas más reaccionarios de Europa. Bajo el pretexto de imitar a Suiza, apuntan a la desintegración política del continente mediante la instauración de formaciones políticas que actúen con prescindencia de la vía parlamentaria tal como lo imaginara Carl Schmitt en su libro Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus (Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo de hoy). El texto de Schmitt continúa siendo una biblia del antiparlamentarismo ultranacionalista de nuestro tiempo.

No obstante, el plebiscito no es de por sí un mecanismo anti-parlamentario. Puede ser incluso lo contrario. En el hecho, en América Latina lo es. O mejor dicho, ha llegado a serlo.

En América Latina la vía plebiscitaria ha sido transitada por sectores democráticos precisamente para restablecer lo que en Europa intenta ser demolido: la democracia parlamentaria.

En Uruguay (noviembre de 1980) el pueblo se pronunció plebiscitariamente en contra de la dictadura cívica-militar, por la rehabilitación de la Constitución de 1967 y por la instauración de la democracia parlamentaria. En 1988 el Chile del NO determinó plebiscitariamente la salida del dictador Augusto Pinochet posibilitando el retorno de la democracia parlamentaria. En Venezuela, el año 2007, el chavismo obtuvo su primera derrota cuando la ciudadanía se pronunció en contra de una reforma constitucional destinada a institucionalizar el poder autocrático. Desde entonces la constitución chavista pasó a ser la constitución de la oposición. En enero de 2016, el pueblo boliviano mediante un plebiscito cerró el paso a la reelección indefinida de Evo Morales El mismo año 2016 el pueblo democrático venezolano se ha levantado a favor de un plebiscito revocatorio cuyo objetivo es poner fin al régimen militar de Nicolás Maduro.

En suma: el plebiscito es un arma de doble filo. Puede ser usado para restringir pero también para restaurar a una democracia parlamentaria. Como toda arma depende de quién, para qué y – sobre todo- en contra de qué y de quién se usa.

Quien lo iba a pensar. En estos momentos América Latina –por lo menos en materias plebiscitarias- está dando lecciones de democracia a Europa.

Fuente: El Blog de Fernando Mires