Francisco José Virtuoso
Se acerca la Navidad. Nos preparamos para tomar unos días de vacaciones, descanso, y encuentro con la familia y amigos. Algo de dinero llevamos en el bolsillo porque es tiempo también de cobrar algunos extras que trae consigo el fin de año. Algo de fiesta tendremos, a pesar de la escasez y la inflación, porque en esta temporada lo propio es celebrar y cada quien buscará hacer el mayor esfuerzo para que así sea.
La Navidad y el fin de año tienen un encanto especial. Se recrea la esperanza, se reza por la paz y la unión, renacen el optimismo y los buenos deseos. La carga religiosa de estos días y el cierre de un ciclo temporal contribuyen de manera especial para que se origine este ambiente. En el contexto tan duro que nos ha tocado vivir este año, entre desabastecimiento, inflación, recesión y confrontación política, agradeceremos el paréntesis que nos trae el clima navideño.
Pero aunque la Navidad trae el milagro de refrescarnos el alma, no dejaremos de pensar en los pronósticos sombríos que los especialistas en diversos campos han tratado de perfilar. Nos acercamos cada vez más a una economía hiperinflacionaria, en donde la escasez y el desabastecimiento se profundizarán, con muy poco estímulo para la inversión nacional y extranjera. Todo ello repercutirá gravemente en el salario, en las oportunidades de trabajo y en el consumo familiar. La convivencia se sigue deteriorando por la anomia, la polarización, la desconfianza y el miedo. La institucionalidad sigue desdibujándose. El barco se llena de agua y la sensación de hundimiento crece.
Venezuela saldrá del atolladero en que se encuentra si somos capaces como sociedad de asumir personal y colectivamente nuestra responsabilidad y de hacernos cargo de la situación que padecemos. Todos tenemos mucho que aportar en el ámbito en que nos movemos para el cambio que deseamos. La sociedad tiene que activarse en la búsqueda de soluciones desde los sindicatos, gremios, partidos, organizaciones comunitarias, actuando con autonomía, reivindicando sus derechos, ofreciendo alternativas y construyendo capacidades para los cambios necesarios.
Seguro que en estas navidades, en los muchos encuentros que sostendremos con familiares y amigos, aparecerán, una y otra vez, ambas dimensiones: lo mal que estamos y la necesidad de activarnos para producir las transformaciones necesarias. Pero de seguro que al mismo tiempo aparecerán los fantasmas del realismo mágico, tan propios de nuestra idiosincrasia. La intervención casual de algún líder mesiánico que va a cambiar todo o la realización de alguna hazaña especial que modificará radicalmente la marcha de los acontecimientos o el golpe de suerte gracias al cual solucionaré mi vida, o cualquier otro evento portentoso.
Aparecerá también el escéptico diciendo: «esto no lo cambia nadie», y lo más recomendable es que cada quien se salve como pueda; que lo más sensato es buscar cómo salir del país, comprar dólares para ponerse a salvo, buscar algún «enchufao» que te proteja o te ayude o pasar «agachao» hasta donde se pueda.
Ni realismo mágico ni escepticismo. La mejor apuesta es asumir nuestra responsabilidad.