Lissette González
En febrero de este año un sector de la sociedad venezolana, partiendo de la supuesta insostenibilidad de nuestra crisis económica y política, propuso “La Salida” como vía para acelerar los cambios que el país estaba necesitando sin dilaciones. Aunque nunca estuvo muy claro en qué consistía este llamado, las protestas tomaron las calles en las principales ciudades del país. Apareció también la represión descarnada, con un trágico saldo de manifestantes asesinados y encarcelados. Importantes dirigentes políticos siguen hoy tras las rejas, junto con manifestantes y tuiteros. Pero el año transcurrió y estamos ya en la recta final hacia las elecciones parlamentarias para las que, se decía en febrero, era imposible esperar.
El balance de 2014 es negativo, se mire como se mire. La inflación y la escasez son el récord de los últimos años, al punto que el Banco Central ha dejado de publicar estadísticas oficiales básicas desde agosto de 2014. Indicadores sociales importantes también están rezagados: está concluyendo el año y aun el Instituto Nacional de Estadísticas no ha publicado sus estimaciones de pobreza para el primer semestre de este año. Como si estos problemas dejaran de existir por el solo hecho de dejar de medirlos.
En términos políticos, la difícil situación que atraviesa la población venezolana aun no muestra sus efectos. En primer lugar, el mayor control sobre las comunicaciones que ha logrado el gobierno en el último año mediante la compra de diarios de circulación nacional y cadenas de televisión por parte de grupos económicos que la ciudadanía desconoce, oculta las señales de descontento popular y las opiniones críticas. En segundo lugar, la amenaza del uso de la fuerza por parte de los organismos públicos desmoviliza a la ciudadanía. Y en este contexto nos acercamos a la elección de una nueva Asamblea Nacional.
Más allá de las diferencias que existen entre distintos sectores sobre cómo abordar la crisis económica y política que ha generado el gobierno, el proceso electoral que se acerca, inexorable, es una oportunidad de oro para que intentemos soluciones dentro del marco democrático. Si bien una nueva Asamblea Nacional, aun contando con mayoría opositora, no es una panacea para resolver los problemas que agobian a nuestro pueblo, es un paso imprescindible en la vía hacia el rescate de nuestra institucionalidad. Solo unas instituciones fuertes nos protegerán de los excesos del poder, los de estos gobernantes y los de cualquier otro.