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Trompájaro fue una escuela

Se acomoda en un rinconcito del cafetín del Módulo 3 y se dispone a hablar de su obra Trompájaro, ganadora del concurso Fundavag de literatura para niños en su primera edición que fue en 2013.

Está convencido de que las personas viven en constantes procesos migratorios y justo ese fue el tema del certamen en el que se reconoció su trabajo. No en vano el autor define la obra premiada como “un viaje”: la historia de Humberto, el protagonista del cuento, se fue construyendo palabra a palabra, durante diez años. El trabajo de Burger en Medatia y sus vivencias personales se convirtieron en sus guías infalibles en esta aventura; ABV Taller de Diseño y la artista Waleska Belisario, sus compañeros en el proceso de dar forma y color a las palabras.

En 1999 también llovió. Llovió tan fuerte que otro río, el que surte a la represa de El Guapo en Barlovento, estado Miranda, se puso furioso, se desbordó, y obligó a decenas de familias a convertirse en extranjeras en su propia tierra. La UCAB, a través de su Dirección de Proyección a la Comunidad, invitó a Medatia a desarrollar su proyecto de teatro comunitario en estos espacios. Luego, en 2003, Burger leyó el poemario La boda de la también ucabista Patricia Guzmán y la figura literaria del vuelo de los pájaros quedó revoloteando dentro de su cabeza.

Un tercer hecho fue el detonante del nacimiento de Trompájaro. Pero de aquí en adelante es el mismo autor quien contará esta historia:

Nicolás Barreto –actual director de Teatro UCAB- venía manejando y yo venía con ese poema metido en la cabeza, sumado al recuerdo del deslave. De repente nos encontramos en el camino con un trompo mezclador de cemento. Entonces empecé a pensar: ‘trompa, trompo, tramposo…’. Le daba vuelta a la palabra como jugando, como captando la cadencia del poema pero con las palabras trompo y pájaro.

 

Llegamos a El Guapo, para dictar un taller de teatro, y veo como unos niños estaban acosando a otro. De pronto este niño, cuando nadie lo está viendo, saca un trompo y comienza a jugar. Aquellos que lo estaban molestando –creo yo- que se dieron cuenta de que era más divertido jugar trompo con él y eso hicieron, jugaron. Allí estaba mi historia. ¿Qué hará que este niño, que tiene todas las posibilidades para cerrarse, se haga una persona más abierta y generosa hacia otros? ¿Cómo va a hacer para mirar al porvenir a pesar de las pérdidas que va viviendo? Me quedé con esa idea y esa misma noche la escribí.

 

Fue interesante encontrarse con niños que perdieron sus casas y se tuvieron que mudar a otro pueblo, que quedaba a diez minutos, pero tenían la sensación de que habían perdido todo, como si hubiesen cruzado océanos. Tener una mata de mango en su patio y no verla más era algo transcendental, era adaptarse a otra cosa. La experiencia de trabajo en Medatia está reflejada en el cuento. Me relacioné con muchísimos niños en situación de riesgo; exploramos, montamos obras, compartimos inquietudes. Entendí cómo debía escribir para ellos. Ese punto de encuentro fue una oportunidad prodigiosa para aprender a respetar el viaje que cada quien tiene que hacer.

 

Los matices de la migración
Hay que pensar en la migración tecnológica. Cuando yo me gradué casi nadie tenía redes sociales, ni correo. Nos graduamos en 1998. Era entender un nuevo lenguaje. También me tocó vivir muchos cambios por el profundo éxodo que ha vivido este país. Mis compañeros de estudio regresaban para volver a irse. Estamos en un país distinto desde hace algunos años.

 

Allí empiezo a entender que yo era sensible a esa situación. Mi papá llegó a Venezuela, desde Austria, tras la Segunda Guerra Mundial. Mi mama emigró de Venezuela en la dictadura de Pérez Jiménez y luego regresó. A mí me tocó vivir en Boston, a los siete años, con las limitaciones de un niño latino. Luego vino la historia de Virginia Aponte –fundadora de Teatro UCAB-. Ella emigró de Cuba cuando Fidel Castro se instauró en el poder. Los viajes de otras personas me habían sensibilizado de una manera que yo no registraba.

 

Me casé, me mudé a mi propia casa y eso fue un cambio. Me tocó ser padre y eso es otra migración. Marcela, una de mis hijas, una vez se enfermó de otitis y allí me pregunté qué pasaría si mi hija pierde la audición. ¿Y si Humberto pierde la audición? Eso es otro emigrar porque ahora tendría que aprender otras costumbres y otro lenguaje. Qué interesante poder hablar del deslave y hablar de alguien que tiene que enfrentar una discapacidad.

 

***

Trompájaro fue un espacio de aprendizaje, uno para trabajar las palabras, para saber cuántos detalles sobre el fondo del mar podía dar, hasta dónde podía desdoblar el verso y las palabras para llevarlas a descripciones muy nítidas.

♦ Adriana Núñez Moros

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