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La escasez como paisaje

Marielba Núñez

La escasez se ha convertido en nuestro rasgo común, nuestro tema de conversación, nuestro fantasma omnipresente. No hay espacio que esté libre de ella. Nos asalta ya no solo en el supermercado o en la farmacia, donde se había abierto un nicho propio y parecía estar totalmente a gusto, sino que también nos la tropezamos en el parque, en la oficina, en el aula de clases, en el carro, en los centros comerciales, en el cine. Es nuestro tema recurrente y repetitivo, por más que queramos huir de él. Está en nuestra nevera y en nuestra despensa, por supuesto, pero también en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones con amigos y con desconocidos.

Se ha convertido en nuestra obsesión y ahora también quiere ser nuestra norma, nuestra agenda y nuestro calendario. Quiere decidir las cosas que haremos y cuándo las haremos. Por ejemplo, imponer una rutina según la cual se podrán comprar los productos más escasos solo determinados días de la semana, de acuerdo con un número que igual podría ser nuestro mes de nacimiento, nuestro color de cabello, nuestra estatura o la zona donde vivimos, así de arbitraria es. Incluso los más renuentes tendrán que resignarse a su caprichosa forma de entender el tiempo. Tendrá que hacer colas, sí, pero ahora cuando ella diga, a veces bajo el sol y casi siempre durante varias horas, aun a sabiendas de que el esfuerzo puede ser infructuoso.

La escasez también nos impone un vocabulario, una manera de expresarnos. Ya ni siquiera compramos, sino que «bachaqueamos», palabra que no por pegajosa puede ocultar sus connotaciones despectivas. Si antes se comparaba con hormigas a quienes vivían del pequeño contrabando, ahora todos nos hermanamos en la práctica de hacer interminables filas para poder tener acceso a ese producto al que antes ni prestábamos atención y cuya ausencia en los anaqueles ha hecho de repente tan deseable y respetable. Ella, la escasez, se ha colado hasta en nuestros chistes y desde allí se burla también de nosotros, con la excusa de hacernos la realidad soportable.

Desde hace unos años para acá hemos vivido periodos de desabastecimiento de bienes básicos cuya disponibilidad se regularizaba cada cierto tiempo y por lapsos más o menos prolongados. Esto pudo haber creado esa tolerancia a la escasez que hoy se obstina, rígidamente, en suponer que este cuadro que ahora vivimos también será momentáneo. Nos negamos a considerar la posibilidad de que ella se instale definitivamente como nuestro paisaje, único y definitivo. Y con esa precaria esperanza cumplimos el siguiente periplo en busca de lo que antes era necesario y ahora se ha hecho urgente.

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