Marielba Núñez

El anuncio de un nuevo recorte del cupo en moneda extranjera para quienes viajen al exterior, que deja una cantidad poco más que insignificante para visitar cualquier destino, convierte definitivamente al sistema de administración de divisas impuesto por el Gobierno en una extraña prisión que sumerge a los venezolanos en una sensación creciente de claustrofobia y de encierro.

Las crecientes restricciones para los viajes pueden considerarse como un obstáculo para disfrutar de la garantía de circular libremente y de salir y entrar del propio país, como establece el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Aunque no exista una prohibición expresa en ese sentido, la casi imposibilidad de conseguir pasajes aéreos, sumada a la cada vez más lejana opción de conseguir divisas para viajar, se han convertido en barrotes invisibles, pero sin duda perfectamente palpables, que se interponen entre los venezolanos y el libre disfrute de ese derecho.

El mecanismo para la adquisición de moneda extranjera que se impuso en tiempos de bonanza petrolera parece haber ido mutando para convertirse en un mecanismo de tortura, con ribetes cada vez más sofisticados en esta época de crisis. Si ya habían obligado a los viajeros a dosificar la dignidad, con requisitos que fueron complicándose a medida que pasaba el tiempo, como la inscripción en una web gubernamental no pocas veces ineficiente, la entrega de cuantiosas planillas y carpetas de determinado color con innumerables copias de documentos de caprichosos tamaños y, por supuesto, las odiosas colas en los bancos en horas que se suponen laborables, todo para recibir unos pocos billetes y la autorización para que «pasara la tarjeta» en otro país, ahora además quienes deseen poder usar su dinero cuando traspasen las fronteras deberán someterse a otras exigencias, como abrir cuentas en instituciones estatales y solicitar nuevas tarjetas de crédito para las que ya se sabe que no hay material.

En estos momentos, pueden escucharse voces que invitan a reflexionar sobre una de las caras que había adquirido la venta controlada de divisas, a la que comparan con un ingreso extra que recibían las clases medias y que de alguna manera compensaba su cada vez más exiguo poder adquisitivo. ¿Eso explica que haya sobrevivido durante tanto tiempo y haya sido tolerada pese a tantas arbitrariedades y humillaciones? En todo caso, no se avizora una salida fácil para un laberinto cuyos artífices parecen tener la habilidad de ir improvisando nuevos y tortuosos pasillos.