Ronald Balza
Bachaquear es un neologismo elaborado sobre una imagen sugerente: una fila de bachacos, de grandes hormigas, llevando alimentos y materiales de construcción de un sitio a otro. Como todo verbo (Wikipedia dixit), bachaquear expresaría “acción o movimiento, existencia, consecución, condición o estado de un sujeto”. A quien bachaquea lo denominamos bachaquero, y no bachaco. Como grupo, los bachaqueros son personas que ordenadamente llevan bienes de un sitio a otro, aunque no de común acuerdo, ni por las mismas razones, ni a los mismos lugares. Se bachaquea de Venezuela a Colombia, de un establecimiento formal a otro informal, o a la propia casa, o a las casas de amigos y parientes. Hay quienes atribuyen a los bachaqueros la escasez y los agotadores tiempos de espera frente a supermercados y farmacias, públicos y privados, o ante las gasolineras de la frontera. También se les acusa de colocar precios a los bienes bachaqueados superiores a los controlados. Igualmente, se culpa de la aparente insuficiencia de dólares a los raspacupos, un tipo particular de bachaqueros que pueden, luego de hacer colas en bancos y aeropuertos, trasladar bienes o divisas de un sitio a otro mientras conocen otras ciudades del mundo.
Al bachaquero suele atribuírsele un único objetivo: comprar a precios relativamente bajos para vender a precios relativamente altos. Podríamos ampliar la definición para incorporar a toda persona que, corriendo diversos riesgos, compra a precios relativamente bajos tras horas de búsqueda y utiliza como almacén un espacio físico que, en circunstancias distintas, hubiera tenido otro uso. Definido de este modo, toda persona en una cola sería un bachaquero, aunque solo pretendiese abastecer su propio “hormiguero” y no hacer negocios arbitrando precios. Quien no pudiese ser bachaquero (por razones de salud, edad o tiempo) tendría que encontrar a uno que le transfiriese los productos bachaqueados, sea como un regalo o como una venta. En ambos casos, con el bien se transfieren el precio relativamente bajo y los costos relativamente altos en tiempo, riesgo y espacio necesarios para comprar “barato”. ¿Hay un precio “justo” para este “servicio”? ¿Es el “mercado” quien lo “decide” o cada bachaquero ante quien le demande un bien? ¿Triunfan el egoísmo y el oportunismo sobre la necesidad y la solidaridad? Las preguntas éticas son de indudable relevancia, pero también lo son otras. ¿Puede mantenerse el bachaqueo sin controles de precios? ¿Los controles de precios contienen la inflación? Si no lo hacen, ¿para qué sirven? ¿El bachaqueo es una actividad que asegure un buen futuro a quien la adopte como modo de vida?
Dependiendo del nivel de ingresos, su origen y su frecuencia, una persona puede ser un tipo de bachaquero u otro. Incluso, si es del tipo (pedestre, gasolinero o raspacupos) que vende la mayor parte de lo que compra, podría ser un bachaquero gran empresario, microempresario o empleado. Quienes más tiempo pasarían en las colas, corriendo el riesgo de perderlas, serían los empleados, para los cuales no hay protección de la tan discutible Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras. Quienes dispongan de espacios o de medios de distribución tendrían horarios más cómodos y, seguramente, mayores ingresos.
Vista como una actividad empresarial o laboral, bachaquear es una actividad precaria. En ausencia de otras actividades productivas e innovadoras, el bachaqueo se limita a redistribuir las importaciones que el Gobierno se empeña en vender en precios pretendidamente bajos, pero en un contexto de incomodidad e incertidumbre crecientes. El tiempo y los recursos que se dedican al bachaqueo no se destinan a usos mejores, perdiéndose oportunidades de aprendizaje y creándose incentivos para fortalecer organizaciones que procuran hacer permanentes los controles. La persistencia de estos genera dependencia de algunos grupos mientras debilita las opciones de otros para incrementar sus ingresos sin reciclar importaciones.
Limitarse a aumentar el salario mínimo el 1º de mayo no reducirá las colas, ni la escasez, ni el bachaqueo. Peor aún, el Gobierno no ha presupuestado el gasto necesario ni las incidencias sobre pensiones, prestaciones y aguinaldos, ni sobre la inflación. Avanzar progresivamente en el incremento de los precios controlados, incluyendo los del dólar y la gasolina, al tiempo que se diseñan subsidios focalizados y se reducen la tasa de crecimiento de la liquidez monetaria de origen fiscal y las transferencias de divisas al Fondo Nacional para el Desarrollo Nacional tendría, paradójicamente, mejores resultados.