Ronald Balza

Suele afirmarse que los salarios deben incrementarse solo con la productividad del trabajador. Efectivamente, en los libros de microeconomía una empresa maximiza su beneficio en competencia perfecta si el salario es igual al valor del producto marginal del trabajador, de donde se deduce que el salario producto debe igualar al producto marginal del trabajo. El salario producto es un cociente, un precio relativo: se divide el salario por unidad de trabajo entre el precio por unidad del bien producido por la empresa. Es, en ese sentido, un salario real, aunque no tiene en cuenta el poder de compra del salario para el trabajador sino la relación entre el ingreso de la empresa por unidad vendida de bien y el costo por contratar una unidad adicional de trabajo.

Suponiendo rendimientos marginales del trabajo decrecientes en la función de producción, solo hay tres maneras de incrementar el producto marginal del trabajo: con un cambio tecnológico, con un cambio en la cantidad de los demás factores de producción o con una reducción en la cantidad de producto. Debe recordarse que en competencia perfecta precio, salario y tecnología están dados para la empresa, que la cantidad y combinación de todos los factores de producción solo pueden ser elegidas en el largo plazo y que la única variable que es siempre endógena para la empresa es el nivel de producción.

Por tanto, para la empresa no es el salario el que sigue al producto marginal, sino el producto marginal (y por tanto el nivel de producción de dicha empresa) el que sigue al salario producto, que la empresa no puede elegir. Tanto el salario como el precio del bien se determinan ―en competencia perfecta― en los correspondientes mercados de trabajo y bienes, relacionados entre sí (entre otras razones) porque el trabajo solo se demanda para producir.

Al suponer competencia imperfecta, en la forma de monopolios y monopsonios, se obtienen nuevos resultados que, comparados con los de competencia perfecta, suelen calificarse de ineficientes. Sin embargo, ponen en evidencia las consecuencias de incluir el poder de mercado en la determinación de precios y salarios, al crear una oportunidad para la negociación entre empresas y sindicatos.

La mayor parte de un libro de microeconomía se dedica al análisis parcial estático comparativo, y el papel del gobierno se limita a corregir “fallas de mercado”, definidas como desviaciones de la competencia perfecta. Por eso el libro no incluye la inflación en sus capítulos, ni las implicaciones presupuestarias y monetarias de la fijación de un salario mínimo. En un contexto inflacionario, vincular salario y productividad podría omitir elementos relevantes. Medir la productividad como el producto medio del país también. Vale recordar que para cada tecnología se definen funciones de producto marginal y producto medio específicas, que estas solo son iguales si la función de producción es una línea recta que parte del origen y que cada empresa puede tener una tecnología diferente. El salario producto no puede ser igual al producto medio, puesto que el resto de los factores de producción no recibirían parte del producto obtenido.  Y, en términos del poder de compra del trabajador, incrementos salariales inferiores a los inflacionarios podrían reducir su oferta de trabajo reduciendo su “productividad”, que tendríamos que definir para tener en cuenta este problema.

Por supuesto, un gobierno que incrementa los salarios (por debajo de la tasa de inflación) sin tomar medidas para evitar que la inflación futura fuese aun mayor que la presente podría destruir la “productividad” del trabajo mucho más que empresas y sindicatos discutiendo entre sí, incluso si fuesen monopolios o monopsonios.