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El hambre sin juegos

Marielba Núñez 

Entre las distopías que alimentan el imaginario sobre un futuro apocalíptico, son recurrentes aquellas que juegan con la idea de un mundo donde contrasta el lujo y el derroche de una casta tiránica con la miseria de grandes mayorías obligadas a sobrevivir en condiciones famélicas. Aunque en la mayoría de los casos no dejan de ser productos de entretenimiento, son fábulas que explotan uno de los peores temores del ser humano.

Lo que en verdad angustia es que nuestra propia realidad haya adquirido de repente el aspecto que tienen los tenebrosos mundos con los que juega la ciencia ficción. La caída en la ingesta promedio de alimentos reportada por el Instituto Nacional de Nutrición, que publicó recientemente los resultados de la encuesta de seguimiento al consumo del primer semestre de 2014, es más que elocuente sobre la realidad que afronta Venezuela. De acuerdo con cálculos de investigadores de la Fundación Bengoa, a partir de esas cifras puede inferirse que la población está en insuficiencia calórica, pues en lugar de las 2.300 calorías que en promedio debería estar consumiendo a diario, está obteniendo solamente alrededor de 1.800 calorías.

Los datos oficiales, que fueron divulgados con meses de retraso, vienen a confirmar lo que ya había alertado la Encuesta Condiciones de Vida 2014, que fue conducida por las universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar, a partir de una muestra representativa de todo el país. El estudio mostró resultados alarmantes, como que el 11% de los consultados declaraba que hacía menos de tres comidas al día, porcentaje que se elevaba a 39% en los estratos de pocos recursos económicos. No menos preocupante es la transformación paulatina del menú de los venezolanos, que han ido eliminando, por causas como la falta de disponibilidad o el aumento de precios, fuentes tradicionales de proteínas como los huevos y los granos, y han ido descartando definitivamente otros rubros que ya se comían en cantidades insuficientes, como las hortalizas y las frutas.

Las cifras del INE muestran otras tendencias inquietantes. Una de ellas es la caída en la adquisición de la harina de maíz, significativa por la importancia tradicional que tiene en todos los hogares. También confirman la drástica reducción del consumo de leche, fuente insustituible de calcio y otros nutrientes, especialmente para los más jóvenes. Por la Encovi se sabe con certeza algo que puede palparse en las colas que persisten frente a supermercados y otros establecimientos en todo el país: que esta realidad angustia a más de 80% de los jefes de familias venezolanas de todos los estratos sociales, golpeadas por igual por la carestía de alimentos básicos. El premio que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura acaba de entregar a Venezuela por sus logros en el combate del hambre, aunque se justifique con un discurso basado en tecnicismos, resultó sin duda para todas ellas un incomprensible y mal chiste.

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