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El papa y el diálogo por el planeta

Marielba Núñez

Para finales de año está pautada otra cita trascendental para el futuro del planeta. Se trata de la Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en París, en la que se intentará lograr «por primera vez, un acuerdo universal y vinculante», como dice la página web del encuentro, para tratar de atajar un fenómeno que pone en peligro la estabilidad de todas las naciones y acelerar una transición hacia sociedades que emitan menos gases de efecto invernadero. Hay un consenso casi universal sobre el papel que el ser humano ha jugado en el calentamiento global y por eso las esperanzas están puestas en que se puedan implementar a corto plazo cambios realmente efectivos para tratar de impedir un escenario catastrófico.

La encíclica Laudato si’ constituye sin duda un buen augurio para las negociaciones que tendrán lugar a partir del 30 de noviembre. El papa Francisco invita, precisamente, a un diálogo urgente sobre el modo como la humanidad concibe el progreso. «Necesitamos ―dice― una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos». Reflexiona ampliamente sobre el modelo de desarrollo que ha llevado a la crisis climática y cuya superación exige no solo tomar medidas técnicas, sino cambiar la conciencia sobre la relación entre el ser humano y su entorno, «la casa común» a la que se refiere el título de la carta. Los cambios que hacen falta, señala, no solo están en manos de los poderosos: las mayorías, con su indiferencia o su negación del problema, también se erigen en obstáculos para superarlo. Si bien los gobiernos están llamados a trazar políticas para evitar el deterioro ambiental, en las manos de la gente común quedan muchas acciones, como la transformación de los patrones de estilo de vida y de consumo que se han seguido de forma casi automática, sin pensar en las consecuencias.

El papa Francisco también deja claro que los efectos nocivos del cambio climático, si bien conciernen a todos, serán particularmente dramáticos en los países en desarrollo, donde una buena parte de la población sobrevive en pobreza y no cuenta con recursos financieros ni protección. Intentar salvar el planeta sin pensar en las personas es imposible: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social”.

La encíclica también recorre otros temas relacionados con el avance de la ciencia, sobre los que hace falta una profunda reflexión ética, como la obtención de organismos genéticamente manipulados o la utilización de embriones humanos para experimentación. No son estos temas aislados de la crisis ambiental, sino íntimamente relacionados con ella, como también lo están las amenazas al patrimonio cultural, histórico y natural de la humanidad. «Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso», señala. Las cumbres mundiales sobre el ambiente han sido decepcionantes por falta de decisión política, cuestiona el texto, pero no se puede dar la batalla por perdida. «La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad».

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