Elías Pino Iturrieta
Tres lustros no han sido suficientes para la creación de un solo partido de oposición capaz de presentarse como una fortaleza. Los políticos de las recientes generaciones han debido lidiar con el desprestigio de sus antecesores, para ir construyendo unas organizaciones nuevas y distintas. A los sobrevivientes de los últimos años de la democracia representativa les ha costado mantener a flote sus embarcaciones, tan deterioradas como venían por el pésimo manejo de sus pilotos. A solas o en conjunto, todos se las vieron negras con el personalismo de Chávez, que los atropelló sin piedad hasta cuando pudo, y con la indiferencia de una sociedad que deploraba los tumbos de los líderes conocidos.
¿Quién brindaba hace quince años por la salud de los partidos políticos? Quizás apenas un grupo de encapillados. No era como para levantar la copa, el doloroso espectáculo de los representantes del pueblo arrinconados sin hablar demasiado ante la desaparición del Congreso Nacional debido a la voluntad de un hombre, ni el acomodo de los poderes públicos ante la proclamación de su muerte. Las cámaras se alejaban de los protagonistas del pasado porque no tenían nada qué decir, o porque no se atrevían a decirlo y porque lo aconsejable era escuchar la voz de trueno de la “revolución”. Las señales del entorno solo mostraban los escombros de lo que antes era prometedor y vigoroso, para que las muchedumbres se echaran en el regazo del nuevo hombre fuerte y bueno que las haría felices. No era fácil cambiar el panorama, no parecía sencillo salir de ese agujero, si no se contaba con los desastres que en breve provocaría el triunfador mientras crecía un desencanto en el cual buscarían aliento los liderazgos nuevos y los que luchaban por la sobrevivencia.
La arbitrariedad y la incapacidad del hombre fuerte, sus delirios sin sostén y su sed de mando absoluto minaron en breve los fundamentos de lo que parecía un castillo irrefutable. La mediocridad de su compañía, pero también la falta de probidad que exhibieron de inmediato los vengadores del pueblo que sería regenerado, hicieron que el gozo se fuera al pozo en poco tiempo. La fe recuperada se volvió a perder en un santiamén, aún antes de que la virtud supuesta se confinara en el Cuartel de la Montaña después de dejar la herencia en cabeza inadecuada. Todo fue muy rápido, si se mide con la vara del historiador, hasta el punto de que apenas se tuviera oportunidad de preparar un desenlace firme en la otra orilla. Los partidos de antes comenzaron a recobrar el aliento, no en balde la gente ahora los miraba con mejores ojos, y los de reciente cuño apuraron el paso después de un estreno lleno de dificultades para subir una montaña cuya cima ya procuraban con afán.
A esos partidos de reciente cuño les ha soplado buen viento, tal vez porque la novedad de su almanaque les aleja de los errores del siglo anterior, y de los antiguos se puede decir que saben nadar con destreza. Crean liderazgos capaces de atraer la confianza de la sociedad, ofrecen soluciones dignas de atención sobre los problemas fundamentales, especialmente en esta época de penurias que les ayuda en el itinerario, y están presentes en todos los rincones del mapa. Sin embargo, son fragmentos de potencia relativa, piezas que a solas no pesan demasiado, todavía oposiciones sin destino cierto. El régimen, pese a sus dislates y en medio de las miserias que ha provocado, tiene dinero de sobra para enredarles la vida, y seguidores también. El descalabro vertiginoso de la “revolución” les concede grandes espacios, pero insuficientes todavía para asegurarse la victoria ante próximos desafíos.
En consecuencia, ninguno de esos partidos se puede imponer sobre sus semejantes sin pecar de soberbia y de idiotez. Ninguno tiene a solas la llave del triunfo, ni la figura que se mantendrá en las alturas contra viento y marea. Los partidos no solo tienen el derecho, sino también la obligación, de mostrar su peculiaridad, pero sin pasarse de listos porque sienten el favor de una temporada auspiciosa. Todo ha sido muy rápido, como para no imaginar en la víspera el derrumbe del poderoso y la alternativa de ser gobierno más temprano que tarde, pero todavía hay ocasión para no actuar como oposiciones.
Publicado en el diario El Nacional el 12 de julio de 2015