Luis Ugalde
El país va llegando al acuerdo de que esta revolución se acabó como posibilidad de prosperidad con justicia y democracia. Ahora necesitamos algunos otros consensos básicos indispensables para construir. “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo”( Evangelii Gaudium n.204). Este crecimiento económico, que se “supone” como base fundamental, está negado en la actual catástrofe venezolana, con las empresas productivas en ruina.
Casi todos reconocemos que para una sociedad próspera y justa es imprescindible la combinación de mercado y Estado; pero ni uno ni otro son pura virtud sin principio de mal alguno, sino que llevan en sus entrañas un monstruo que, si se le deja suelto, devora la sociedad entera. Tal vez el momento más privilegiado para ver al mercado y al Estado convertidos en monstruos devorando a millones es la década que va de 1929 a 1939, o —con una visión más amplia— de 1914 a 1944.
En 1929, estalló en Estados Unidos la Gran Depresión, espantosa crisis capitalista que se extendió al mundo con miseria, desempleo y desesperación para decenas de millones de trabajadores. Pío XI a la luz de esa catástrofe, escribió las frases papales más duras sobre el capitalismo en su encíclica Quadragesimo Anno de 1931. No menos rotunda es su condena de la dictadura marxista-leninista-estalinista en la Unión Soviética. Luego condenará el “socialismo” nacionalista de Hitler que llegó al poder alimentado por la derrota y humillación alemana y la miseria económica en su país, con 6 millones de desempleados. El Papa en la mencionada encíclica escribía:
”Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos…” (QA n. 105). “Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, de la que han sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia” (n. 107).
La libertad sin normas ni instituciones lleva a la tiranía del más fuerte tanto en política como en economía: “Ultimas consecuencias del espíritu individualista en economía, venerables hermanos y amados hijos, son esas que vosotros mismos no sólo estáis viendo, sino también padeciendo: la libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente, el deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz“ (n. 109). El Papa no especulaba, sólo describía el desastre capitalista en las grandes potencias.
Dos años después, Hitler llegó al poder (1933) por vía electoral y con complicidades diversas de quienes no eran nazis y empujó al mundo a la guerra (1939) más terrible y destructora que hayamos conocido.
Por otro, lado la Revolución Rusa instauró otra dictadura de buenas intenciones y resultados criminales. Por eso el Papa cuestiona por igual la simplificación comunista que busca “la encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada” y no se detiene ante nada; “con el poder en sus manos, es increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra. Ahí están pregonándolo las horrendas matanzas y destrucciones con que han devastado inmensas regiones de la Europa oriental y de Asia” (Q A 112).
Esto lo vio la Iglesia y el mundo hace más de 80 años. Luego Stalin, Mao Tse Tung y otros dictadores comunistas agregaron decenas de millones de crímenes. Nuestra elección no es entre la dictadura capitalista o la dictadura comunista, sino una democracia social que combinando las virtudes del “mercado social” y del “Estado social” controla los evidentes peligros de cada uno cuando se vuelve salvaje, sin contrapesos ni control de una sociedad organizada y vigorosa. Esta es una pieza fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sería peligroso que en Venezuela para salir del actual desastre, por reacción pendular se pasara a un capitalismo descontrolado y sin institucionalidad pública seria y fuerte dotada de una visión social incluyente, corazón de la nueva propuesta. No hay economía moderna sin buen funcionamiento del mercado, ni sociedad justa sin Estado social solidario. Pero la absolutización de uno u otro, sin contrapesos, lleva al infierno social. “La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica…”(Evangelii gaudium n. 203).
Publicado en el diario El Nacional el 13 de agosto de 2016