Elías Pino Iturrieta
En medio de unos aprietos cada vez más sofocantes, el gobierno habla de diálogo con los empresarios. Los empresarios aceptan la invitación y preparan sus carpetas para lo que puede ser un acercamiento de resultados fructíferos. Allí estaremos, pregonan los directivos de Fedecámaras y de otras asociaciones de productores y patronos, mientras el anfitrión engalana el escenario.
La crisis económica produce la convocatoria y la respuesta positiva de los convidados, no en balde es severa como pocas en la historia reciente, pero tal vez no tan gigantesca como para provocar amnesia en torno a lo que piensa el chavismo de las personas y de las fuerzas sociales con las cuales coquetea en medio de unas turbulencias que no puede manejar.
El advenimiento del chavismo multiplicó el viejo discurso sobre la maldad congénita de los creadores de riqueza y aún sobre la riqueza misma.
Junto con el ascenso del presidente Chávez, volvieron las consignas contra los propietarios que había gritado Zamora cuando comenzó la Guerra Federal. Los pregones del caudillo que proclamó la muerte de los blancos y de los alfabetas, es decir, de aquellos que, gracias a sus caudales, habían blanqueado el color y logrado proximidad a las fuentes de la educación de la época, retornaron en los discursos y en la conducta del fundador del llamado socialismo del siglo XXI. Las consignas no fueron tan bárbaras como las escuchadas por la soldadesca «feberal», debido a que se acicalaron con rudimentos de marxismo y con los anzuelos que la sociedad ofrece a los demagogos en la medida en que evoluciona sin olvidar del todo lo que llegó a ser. Las sabanas quemadas, las mansiones de los señorones derrumbadas y las haciendas asoladas durante la federación no estorbaron el paisaje, porque se encubrieron en una fila de expropiaciones llevadas a cabo en todos los rincones del mapa y capaces de producir una cadena de situaciones de bancarrota que solo había existido como consecuencia de los enfrentamientos civiles.
Pero a Zamora no le dio la cabeza para llenar de argumentos su consigna de desolación, o no estaban dadas entonces las circunstancias para ofrecer un pensamiento relativamente serio a los depredadores de turno. Tal vez no sean tan serias las ideas con las cuales saturó Chávez las falencias zamoristas, pero las divulgó para fortaleza de su causa. Solo tuvo que escarbar en la superficie de pronunciamientos parecidos que habían circulado sin éxito. Propuso el ataque de los propietarios por su carencia de vínculos con la patria y, además, por su complicidad con un monstruoso enemigo foráneo. La riqueza doméstica estableció nexos con una riqueza exterior, aseguró Chávez, con el tenebroso imperialismo frente al cual levantaba la bandera bolivariana. No le importó que la bandera bolivariana fuese fanática del imperio británico, como en efecto lo fue, pues solo convenía encontrar elementos para afianzarse en el poder a costa de lo que de veras había sucedido en Venezuela.
¿Desapareció ese discurso contra los ricos y contra la riqueza de los particulares? ¿El presidente Maduro ya no desciende del comandante eterno, ni del bisabuelo Zamora? ¿Prepara ahora con entusiasmo el encuentro con unos ángeles malos que vienen a ver cómo salen del purgatorio con los escapularios del invitador? La repetida y absurda consigna de la «guerra económica», es decir, de un maligno plan de la «burguesía apátrida» y de sus cómplices imperiales con el objeto de crear hambre y carestías generalizadas, echa por tierra cualquier tentativa de una conversación como la anunciada desde la cumbre del poder. Pese a que sugiere una mudanza en las relaciones con aquellos a quienes Chávez motejó de enemigos de la sociedad, no es sino un teatro improvisado en medio de la tempestad.
En el fondo, y como leales acólitos de la palabra del gigante, Nicolás y sus seguidores colmarían su felicidad repitiendo la deleznable medida que hace poco tomaron dos alcaldes oficialistas contra unos infelices a quienes el régimen bautiza como bachaqueros. La tomarían contra los señores con quienes pretenden dialogar ahora. Les podrían de uniforme unas bragas anaranjadas con el siguiente letrero en la espalda: «Soy empresario, y estoy arrepentido».
Publicado en el diario El Nacional el 16 de agosto de 2015.