Francisco José Virtuoso
Una Tercera Guerra Mundial por etapas ha dicho el Papa Francisco en su reciente viaje. Lo que pudiera parecer una exageración en favor de la retórica, desgraciadamente, no lo es. Una simple mirada exploratoria al mapa geopolítico mundial puede detectar que para mediados del año en curso, la casi totalidad del territorio africano, con excepción de pocos países, está sufriendo una gran variedad de conflictos bélicos de diversa intensidad. Lo mismo se puede decir de toda la región conocida como Medio Oriente, a los que se agregan algunos conflictos de mayor y menor intensidad en Europa del Este y en regiones del Oriente. En todo este mapa de conflictos son especialmente importantes las guerras entre Israel y Palestina y en el norte de Pakistán con la India, así como las guerras civiles en Afganistán, Somalia, Yemen, Nigeria, Siria e Irak.
En la actualidad se enfrentan también otro tipo de guerras, distintas a las convencionales. Una de ellas es la guerra del narcotráfico que afecta de manera especial a regiones como México, Colombia y Centroamérica. Otra es la brutal guerra del Estado Islámico que se extiende a 11 países, siendo ésta una variable de una dimensión mucho mayor: la guerra de los fundamentalismos religiosos y nacionalistas.
Ante el horror de la guerra, la respuesta ha sido el desplazamiento forzoso de pueblos enteros en búsqueda de seguridad y de los bienes más elementales para la subsistencia. Las grandes migraciones se dirigen hacia el norte desarrollado y éste se defiende alzando sus muros de protección, con lo cual se ha generado una suerte de nueva forma de guerra, en la cual mueren a diario miles de personas.
El Papa Francisco ha interpretado con clarividencia la gravedad de esta situación para toda la humanidad y, en el escenario que le brindó su visita a Estados Unidos, propuso un conjunto de principios rectores que deberían convertirse en bandera de los grandes organismos internacionales encargados de velar por la paz mundial. Me permito señalar algunos de estos principios:
1. No a fundamentalismos ni reduccionismos simplistas que convierten al mundo cada vez más en un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. El reduccionismo simplista divide la realidad en buenos y malos. El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos.
2. Salir de la «lógica del enemigo» ante inmigrantes y pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad.
3. No al «descarte» de los refugiados. Vivimos una crisis de los refugiados en todo el mundo sin precedentes desde los tiempos de la II Guerra Mundial. Demos siempre una respuesta humana, justa y fraterna que evite la tentación contemporánea de «descartar» todo lo que moleste.
4. La regla de oro del evangelio: «hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes». Tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados.
5. Abolición mundial de la pena de muerte: «Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito».
6. Trabajar por una economía sustentable y solidaria a nivel internacionalcomo condición insustituible para construir una paz estable y verdadera.
Publicado en el diario El Universal el 30 de septiembre de 2015