Marielba Núñez
Casi totalmente desapercibido transcurre el aniversario número 140 del Museo de Ciencias, que se conmemora por estos días. La fecha en realidad recuerda la fundación del Museo Nacional -institución de la cual se desprendió años después- por parte del científico de origen alemán Adolf Ernst, a quien por cierto también le debemos el nacimiento de la Cátedra de Historia Natural de la Universidad Central de Venezuela y de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas. Alrededor de 1875, cuando se hizo oficial la iniciativa de crear el museo, también surgían instituciones similares en otras latitudes, entre ellas los museos de historia natural de Nueva York y de Londres. A diferencia de aquellos, el de Caracas tuvo que esperar hasta 1940 para ver inaugurada su sede, el icónico edificio concebido por Carlos Raúl Villanueva que hoy puede visitarse y admirarse en la entrada del Parque Los Caobos.
En el decreto que le dio origen se establecía que albergara “colecciones que sirvan al conocimiento del hombre, del mundo animal, de las rocas y los minerales del país”, reseña la página web de la Fundación Museos Nacionales. Era todavía un tiempo de exploradores deseosos de inventariar el mundo natural y de atesorar muestras de lo desconocido, con cierto afán heredado de los gabinetes de maravillas. Fue esa la base sobre la que se fue organizando el actual repositorio de más de 170.000 piezas que debería conservar el museo, la mayoría de las cuales no son visibles para los visitantes. Entre ellas figuran «peces del río Guaire, un molar de mamut, el pingüino de Maracaibo, la colección de minerales y rocas que colectó José María Vargas, dos jirafas y casi un centenar de otros animales africanos, momias de la sierra de Perijá, un oso pardo de Alaska, el fósil de un tigre dientes de sable encontrado en California, la caparazón fosilizada en Urumaco de la tortuga más grande del mundo (Stpendemis geographicus), cestería y piezas de arte plumario de etnias indígenas, y hasta hojas de hermosa caligrafía con la relatoría escrita a mano por el mismo Ernst narrando detalles del retorno al país de los restos del Libertador», recuerda un texto publicado en el blog de Sergio Antillano, quien dirigió la institución entre 1995 y 2004.
Quien visite el museo por estos días, estará de acuerdo con que este aniversario no coincide precisamente con uno de sus mejores momentos. Las actividades de celebración, que podría haber sido la excusa perfecta para que la institución honrara su papel como mediadora y promotora por excelencia de la ciencia y la tecnología, apenas incluyen la reinauguración del diorama de fauna africana, la apertura de una muestra sobre el águila arpía donada por el parque del Este y la proyección de un puñado de películas de ciencia, de acuerdo con lo anunciado por sus autoridades. Como parte de la conmemoración se ofrece una auditoría de la colección del museo, lo que hace temer por el estado actual de algunas de esas valiosas y entrañables piezas. Sólo cabe rogar por un regalo de cumpleaños: que el resultado de ese inventario se de a conocer de forma pública y transparente.