Marielba Núñez 

La crisis económica, la escisión de las familias a causa de la emigración, la violencia que ha ensombrecido y sigue enlutando miles de hogares en todo el país, hacen que esta temporada transcurra bajo un ambiente muy distinto de otros diciembres donde abundaban el festejo ruidoso y alegre con el que suele identificarse a los venezolanos. Ha sido un año muy duro para todos, aunque ha golpeado especialmente a los sectores de la población más pobres y vulnerables.

Imposible olvidar que el paisaje que imperó y sigue marcando nuestra cotidianidad son las largas y penosas colas para adquirir alimentos de primera necesidad y productos de aseo personal, que terminan muchas veces con frustración frente a interminables filas de estantes vacíos. No se borran fácilmente de la memoria las terribles imágenes de ancianos y de mujeres embarazadas o con niños pequeños durmiendo en la calle para poder asegurar una compra, y mucho menos las de aquellas personas que murieron por un infarto u otra complicación de salud mientras esperaban, de madrugada o bajo el sol, que llegara su turno de entrar a un supermercado. Tampoco es sencillo dejar de recordar los desesperados llamados de quienes ruegan en redes sociales a los organismos de salud para que les facilite el acceso a un medicamento que muchas veces no llega a tiempo o sencillamente nunca lo hace.

Son las incontables experiencias de humillación y de pérdida las que explican los abrumadores resultados de las elecciones del pasado 6 de diciembre. Como ya habían anticipado los analistas, funcionaron como una válvula de desahogo a la tensión social acumulada durante meses y que no pudo drenarse mediante la protesta en la calle ni mediante otros mecanismos. Pero además de un contundente castigo a las acciones e inacciones del gobierno, la votación del 6D encarnó un deseo -contenido, sí, y quizás frágil- de fe en el porvenir, en la posibilidad de cambiar el rumbo por el que transita el país y comenzar a construir otros escenarios.

Las desesperadas decisiones que está tomando la saliente Asamblea Nacional y el discurso de confrontación que tercamente mantiene el Ejecutivo intentan por todos los medios anular ese deseo de transformación, pero lo cierto es que la voluntad de la mayoría ya se expresó y no hay forma de volver atrás. Este año, lo que presidirá la mesa navideña de los venezolanos, sin duda austera y poblada de ausencias, como imponen las circunstancias, será esa esperanza en un futuro distinto, donde sea posible vivir con dignidad.