Fernando Mires

Entre la palabra historia y la palabra histeria hay solo una letra de diferencia pero ninguna relación significativa. ¿Ninguna? En Alemania al menos ya la hay.

Hubo en la ciudad de Colonia una historia que ha precedido a una histeria, una historia que está recorriendo el mundo, me refiero a la historia de los ataques sexuales y robos masivos que tuvieron lugar en la “feliz noche” que daba nacimiento al año 2016. Pero esa historia todavía no es del todo conocida. Ese es el gran problema.

En las salas psicoanalíticas y en las clínicas psiquiátricas suele ocurrir algo parecido. Los pacientes en estado de suma excitación llegan ahí después de haber vivido experiencias que no logran entender. Recién la narración de una historia permite al paciente reordenar lo sucedido, acceder a sus causas y medir la exacta dimensión de los hechos. Así, la histeria traumática deja lugar libre a la historia post-traumática del paciente.

Lo dicho lleva a deducir que la histeria no aparece como consecuencia de una historia sino de su mala comprensión e incluso de su desconocimiento. De ahí que para entender la histeria colectiva que en estos momentos tiene lugar en Alemania no está de más plantear la pregunta: ¿Qué fue lo que ocurrió exactamente en Colonia esa noche de Año Nuevo? Atengámonos a los hechos hasta ahora conocidos.

Poco antes de la medianoche del día 31 de diciembre de 2015 la policía hizo evacuar la estación para que nadie hiciera estallar fuegos artificiales en su interior. Alrededor de la estación se fue congregando después una gran multitud. La ausencia de cuerpos policiales era notable. La oscuridad era casi total. Poco después de la medianoche irrumpieron desde la multitud grupos que atacaron sexualmente a mujeres, en la mayoría de los casos introduciendo manos entre sus piernas. Muchas de ellas acusan, además, robo de celulares. Hasta el momento han sido reportados dos casos de violación.

Al día siguiente algunas emisoras dieron a conocer que en las afueras de la estación de Colonia había tenido lugar un ataque sexual organizado por más de mil hombres, la mayoría sirios y afganos. Poco después dicha información fue corregida. La multitud congregada alrededor de la estación en el momento de los hechos alcanzaba a un total de mil personas o algo más. Desde esa multitud entonces emergieron los grupos que atacaron a las mujeres. No ha podido ser tampoco verificado si estaban organizados en comandos de modo previo o si todo fue resultado de la acción de bandas juveniles articuladas entre sí de modo espontáneo. Probablemente lo uno no excluye a lo otro.

La mayoría de los delincuentes delataba, según los testigos, rasgos fisonómicos correspondientes a sirios y afganos; otros dicen “africanos del norte”. Hay versiones que mencionan a algunos asaltantes que hablaban idiomas “eslavos”. Pero son solo versiones.

Muchas emisoras y diarios señalaron desde el primer momento que en su mayoría los asaltantes eran refugiados de guerra. Sin embargo, el día 5 de enero las autoridades de Colonia emitieron un informe oficial en el cual se deja constancia de que no hay ningún indicador de que los atacantes hubieran sido solo refugiados. Algo, por lo demás, entendible.

Basta ver a los refugiados. Ya su caminar inseguro delata a recién llegados, a personas sin orientación, e incluso con miedo. Si no se encuentran sometidos a estrecha vigilancia, habitan en lugares donde sus desplazamientos son regularmente verificados. Además, o se encuentran en la fase de inscripción o han firmado ya su petición de asilo, es decir, están a la espera de una resolución judicial.

La ley es muy severa y los refugiados lo saben. Basta un pequeño delito, por ejemplo robar un dulce en un supermercado o no pagar su pasaje en el bus, para que una petición de asilo pueda ser rechazada. En fin, la mayoría de los refugiados se encuentra en una fase de observación preventiva. Eso no excluye por supuesto la posibilidad de que algunos en estado de ebriedad se hubieran plegado a las acciones de bandas organizadas pre-establecidas.

La aclaración oficial relativa a que los actos de agresión sexual no han sido cometidos solo por refugiados llegó demasiado tarde: solo después de que los políticos habían logrado la restricción de las normas de asilo.

Casualmente (dicho sin comillas) en los primeros días del año los partidos realizan sesiones de clausura donde dan formato a leyes que serán remitidas al Parlamento. Del mismo modo, cuando llegó la noticia, los manifestantes de PEGIDA (Patriotas Europeos en contra de la Islamización de Occidente) ya estaban concentrados en las plazas exigiendo la expulsión de todos los refugiados provenientes de países islámicos.

Puede ser que efectivamente -repetimos, nada puede descartarse- a las bandas organizadas se hubieran plegado pocos o muchos refugiados. No es un misterio para nadie, sin embargo, que en los barrios con predominio de población extranjera existen bandas, casi todas formadas por hijos de trabajadores extranjeros, vale decir, jóvenes musulmanes de la segunda generación, en su mayoría con nacionalidad alemana.

Si las acciones criminales surgieron de esas bandas -los indicios apuntan en esa dirección- tendríamos que aceptar que lo ocurrido el 1- E no es un fenómeno nuevo. Hasta hace solo algún tiempo, por ejemplo, los primeros de mayo de cada año eran utilizados por asonadas callejeras caracterizadas por una extrema violencia en ciudades como Berlín y Hamburgo. Recién en los últimos tres años la policía ha logrado tomar cierto control sobre este tipo de devastaciones.

En otros países de Europa las alianzas de bandas juveniles han dado origen a turbas descomunales. Basta recordar la rebelión de los barrios pobres de París en noviembre de 2005. En agosto del 2011 hubo acontecimientos parecidos en Londres. Lo sucedido en Colonia parece ajustarse más a este tipo de movimientos que a la llegada masiva de refugiados de guerra. Que hubiera ocurrido en el periodo en el cual Alemania es escenario de migraciones masivas puede ser solo una coincidencia. Pero su resonancia dista de ser casual. Los sucesos de Colonia han caído como una bendición del infierno a los militantes de la xenofobia organizada. Particularmente a los neo-nazis.

Los eufemísticamente llamados Hooligans o Rockers -en el hecho grupos de nazis organizados en piquetes- han procedido a apalear extranjeros en las calles y a incendiar hogares dedicados a albergar a refugiados políticos y sus familias. Al escribir estas líneas, día 11 de enero, tienen lugar graves incidentes en la ciudad de Leipzig donde los manifestantes a favor de los derechos de los extranjeros han sido apaleados por grupos neo-nazis. Nuevamente la policía, como ocurrió en la noche de Año Nuevo en Colonia, ha mostrado muy poca presencia. Las razones que explican esa insuficiente presencia no han podido ser dilucidadas, hecho que se presta a innumerables especulaciones.

La muy débil presencia policial en los alrededores de la estación de Colonia, precisamente en la noche de Año Nuevo, es hasta ahora un misterio. Todo el mundo sabe que las estaciones, incluyendo las del Metro, son lugares en donde aflora la delincuencia, aun a pleno día.

Las grandes estaciones de trenes son circundadas por vagabundos que yacen en las calles al lado de sus piojosos perros. Allí también florece la prostitución callejera, los cafiolos hacen sus capitales y basta beber un café expreso en una baranda para ver como los dealers realizan su trabajo a una velocidad endemoniada. A cualquier hora del día uno se topa con policías. ¿Cómo puede ser posible que en una noche, para colmo, en la noche más festiva del año, en medio de una gran multitud, no hubiera policías? La pregunta aún no logra respuesta. Por cierto, han sido cortadas algunas cabezas en las jefaturas policiales. Pero las cabezas cortadas no hablan.

Está quizás de más decir que los sucesos de Nuevo Año han sido un festival para la prensa sensacionalista. Pocas veces se ha visto a quienes cuya profesión es informar, asumir con tanto ahínco una campaña de desinformación masiva. Pocas veces los rumores han sido convertidos en noticias con tanta facilidad. Pocas veces la prensa escrita ha logrado crear tanta confusión.

La mezcla de xenofobia, criminalidad y sexualidad permite construir fantásticas bombas noticiosas en un periodo en el cual los diarios, sobre todos los de papel, no tienen mucho que ofrecer. En enero, dichos diarios, han hecho su agosto.

¿Hay una colusión entre la prensa sensacionalista, la xenofobia organizada, fracciones del aparato policial y la política conservadora en contra de Ángela Merkel y sus iniciativas de ayuda a los refugiados? Es muy temprano para decirlo. Puede incluso que todas esas coincidencias no ocurran sobre un plano explícito sino más bien sobre uno tácito. Nadie sabe.

No se trata por supuesto de tender un manto de inocencia sobre los refugiados por el hecho de que son refugiados. Lo ocurrido en la estación de Colonia no tiene perdón y sea quienes sean los delincuentes debe caer sobre ellos todo el peso de la justicia. Es, por lo demás, la única posibilidad para conocer esa historia. Historia espeluznante pero verdadera. Una historia, al fin, sobre la que hay mucho que aprender, siempre y cuando esa historia sea revelada en toda su intensidad. Aunque duela. Pero eso no ha ocurrido todavía. En lugar de esa historia solo conocemos una histeria.

Fuente: El Blog de Fernando Mires