Lissette González

La crisis que nos rodea es sobrecogedora. Ya ni haciendo cola se puede garantizar el acceso a la comida o las medicinas que necesitamos, se expanden enfermedades que habíamos superado hace décadas, los relatos de crímenes violentos nos enmudecen y, como cada familia del país, nos esforzamos en hacer malabares para que la escasez no se apodere de los platos en nuestra mesa.

En medio de esta debacle que parece tener sin cuidado al Ejecutivo Nacional, la solidaridad es tabla de salvación para muchos: amigos, vecinos, familia y hasta desconocidos que se enteran por Internet tienden la mano en la medida de las posibilidades. Pero esta acción tiene límites, porque no depende de la buena voluntad que existan la medicina, los pañales o la leche para bebés. Por mucho que se organizara la sociedad, la única solución sostenible a este drama está en políticas públicas que den espacio a la producción privada liberando los múltiples controles que hoy ahogan a nuestras empresas.

Mientras esperamos que de alguna forma se destranque el juego en nuestro sistema político y comience el camino de las soluciones a los problemas de la gente, hay que sobrevivir. Y en este caso la sobrevivencia no solo consiste en lograr mantenernos vivos un día o una semana más, sino especialmente, que se mantenga nuestro ánimo, nuestra individualidad y nuestra esperanza. Que sobreviva quienes somos, pese a la desolación.

Y yo no soy psicóloga o consejera, pero sí tuve mi encuentro personal con el abismo, el dolor ante la injusticia. En ese trance amargo a mí me salvó el agradecimiento, mirar como una bendición cada muestra de afecto, de solidaridad, de apoyo. Agradezco hoy cada vez que logro intercambiar en el trabajo cosas que tengo por las que necesito, cada vez que algún desconocido me dice dónde buscar lo que falta en casa, cada vez que alguien me regala lo que a él le sobra. Agradezco lo que tengo, no me centro en lo que nos falta.

También hace falta aprender a adaptarse, buscar nuevas recetas para cocinar lo que sí se consigue, aprender a sustituir cuando compras en el supermercado o, incluso, aprender a comprar en nuevos lugares.

Pero solo agradecimiento y adaptación no creo que sean suficientes, hace falta actuar. ¿Cómo podemos, cada uno desde nuestras fortalezas, aportar para salir de este presente doloroso? Organizarse, escribir, participar, protestar, crear. La pasividad no es buena para el ánimo, haciendo es como se construye quiénes somos. Visibilicemos nuestra crisis, denunciemos, participemos. Hagamos que aumente el costo político de no tomar decisiones. Nuestro liderazgo no solo necesita nuestro voto, también necesita nuestra presión para poder cambiar el cauce de las cosas.

La esperanza moviliza; necesitamos mucha esperanza por acá. Construyámosla entre todos con acciones orientadas al futuro.