Fernando Mires
Aunque la mayoría de los expertos piensen lo contrario, no fue mucho lo que avanzó la política española con la decisión del Rey al entregar las llaves para formar un futuro gobierno al PSOE (2.02.2016). Quizás bajo condiciones normales esa alternativa habría sido posible. El problema es que las condiciones ya no son normales en España.
Cuando se formó el cuadrilátero que depuso –gracias a la presencia de los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos– al bipartidismo tradicional, no pocos pensamos que desde ahí en adelante se abriría un abanico de posibilidades aleatorias.
En verdad, con la excepción de una alianza “antinatural” Podemos-PP, todas las otras parecían posibles. Fue esa la razón por la cual al día siguiente de las elecciones del 20-D la mayoría de las opiniones apostaron por una “solución alemana”; léase: una coalición de gobierno entre conservadores y socialistas. Solución que en el caso español se hacía más expedita gracias a la eventual inclusión (centrista) de Ciudadanos. Esa posibilidad se encuentra todavía vigente y quizás al final logre imponerse, aunque el precio que debería pagar PSOE sea astronómico.
Que esa coalición obvia entre dos partidos históricos y un emergente no haya tenido lugar es un obstáculo que hay que adjudicar a la pésima conducción política impuesta por Pedro Sánchez durante el periodo electoral. Bien que haya atacado al PP por su lado más débil, el de la corrupción, aunque en esa materia no es el PSOE el partido más indicado para hacer de juez moral. Mal que haya radicalizado hasta tal punto su discurso –llegó a insultar a Rajoy en términos personales– haciendo casi imposible un reencuentro político entre las dos formaciones de la era post-franquista.
Olvidó Sánchez, si es que alguna vez lo supo, que una de las normas elementales de la política es la de no quemar todas las naves en las disputas entre partidos democráticos. Esa es justamente la diferencia entre la política alemana y la española. Durante el periodo electoral socialcristianos y socialdemócratas se dan con todo en Alemania. Pero siempre dejan una nave que permita un reencuentro futuro si las condiciones así lo ameritan.
Ironía entonces es que el PSOE, justamente el partido más afectado por los resultados del 20-D, haya sido comisionado para solucionar la crisis política. Esa crisis –este es el punto– no es otra sino la crisis del propio PSOE. Hecho todavía más evidente si se considera que bajo la conducción de Sánchez el PSOE logró obtener la votación más baja de toda su historia.
Reiteramos: coalicionar con el PP sería desde un punto de vista teórico e incluso matemático la solución más lógica para el PSOE. Pero, ¿cómo explicar esa decisión a electores que votaron con el propósito de derrotar “para siempre” al PP? Esa es la razón por la cual Sánchez, presionado por las bases de izquierda del PSOE, parece todavía dispuesto a inclinarse hacia una alianza con Podemos sobre la base de una imaginaria “unidad de las izquierdas”.
El problema es que, como ha formulado de modo inequívoco Felipe González en representación de “la vieja guardia socialista”, Podemos no es un partido de izquierda sino un partido populista. Peor todavía, es un partido aliado con los enemigos históricos del PSOE: los independentistas, sean estos de derecha o de izquierda. No haber hecho esa evaluación, fue el segundo error de Sánchez. El error más grave de todos.
Si Sánchez estaba decidido a enfrentar de modo radical al PP debió haber hecho lo mismo con Podemos. Al no hacerlo confundió a sus propios electores, algunos de los cuales imaginaron que PSOE y Podemos son “dos partidos hermanos”. Recién cuando Podemos pocos días ante de la elección decidió pactar con los independentismos, algunos socialistas –en primer lugar los andaluces– se dieron cuenta de que las diferencias con el partido de Iglesias no eran de una coma más o menos. Esas diferencias tienen que ver nada menos que con la propia sustancia de la nación política común.
Los socialistas exigen (piden más bien) como condición para una alianza de gobierno que Podemos renuncie a su apoyo a los referendos secesionistas, algo que Iglesias no puede hacer sin perder por lo menos ese 30 % de electores independentistas que lo llevaron a ocupar las posiciones privilegiadas que hoy ocupa. Las mismas que le permiten dictar pautas sobre todo el espectro político.
Bajo las condiciones descritas, el PSOE deberá elegir ahora entre la peste o el cólera. O se rompe por el centro uniéndose a Podemos o se rompe por la izquierda uniéndose al PP. Quiera o no, el PSOE se encuentra debajo de las garras de Pablo Iglesias. Y este último no solo lo sabe; además, lo goza.
Si el PSOE se une al PP, aún con la inclusión simbólica de Ciudadanos, cederá el amplio espacio de la oposición de “izquierda” a Podemos. Si se une a Podemos cederá gran parte del gobierno a Podemos y a sus aliados independentistas y con ello se alejará del centro político (lo que objetivamente convendría mucho a Ciudadanos). Si no hace ni lo uno ni lo otro y decide ir a una segunda elección, todos los indicadores muestran la posibilidad de que Podemos lo desplace al tercer lugar de las preferencias políticas.
En breve, haga lo que haga, el PSOE está siendo jaqueado por Podemos.
Dicho esto por el momento. La política es una caja de Pandora.
Fuente: El Blog de Fernando Mires