Elías Pino Iturrieta
Es exagerado advertir en el trabajo de la nueva AN la potestad de cambiar la vida política cuando apenas se estrena bajo el control de la oposición. No solo por el poco tiempo que tiene en funciones, sino también por las trabas groseras del Ejecutivo, debido a las cuales el poder de los diputados no se puede aplicar a plenitud. La transformación de los negocios públicos no corre pareja con el clamor de los electores, sino de acuerdo con el vaivén de las circunstancias. Sin embargo, el año ha comenzado con manifestaciones de renacimiento republicano, con señales inéditas en los últimos lustros, que permiten pensar en la aparición de conductas capaces de conducir a situaciones prometedoras cuyo origen se encuentra en la actividad de los asambleístas de la mayoría.
Partamos de un solo hecho concreto, para atribuir a nuestros diputados los primeros puntos en ese torneo por la mudanza de los negocios públicos: el interés que han despertado las sesiones de la Cámara. Las discusiones del Parlamento, como asuntos susceptibles de provocar la atención de la sociedad, habían pasado a la historia. Hasta finales de 2015, solo algunos oficialistas disciplinados se interesaban por el espectáculo de sus representantes monocordes y previsibles. Aquello era una carga de la rutina, una falta de sorpresas y de asombros que se perdía en el rincón de uno de los canales menos visitados por los televidentes. Un cuartel disfrazado de tribuna, así como apenas engañaba a los pendejos, echaba en falta la carnada para pescar avispados. No cabía mayor adocenamiento. Ahora es distinto: la gente se interesa por las intervenciones de sus representantes y las repite en las redes sociales, la gente ya distingue las voces de sus oradores favoritos y las aplaude desde cálidas distancias, hasta saben la ubicación de las curules de las figuras de sus partidos y no les pierden patada. Ya sobran quienes hacen descripciones detalladas de las sesiones como si estuvieran narrando una novela, dinámica y festiva especie de crónicas a través de las cuales se da relieve y afecto a lo que se cuenta.
Solo había sucedido algo parecido cuando se reunió la Constituyente de 1946, cuyos desafíos oratorios se trasmitieron por la radio para convertirse en pedagogía de la democracia en ciernes, en abanico para la selección de pensamientos y pensadores desconocidos hasta la fecha, en muleta para la fundación de partidos con apoyos multitudinarios cuando apenas el posgomecismo abandonaba la escena para que nuestros abuelos se sacudieran una modorra vieja. Nadie escapó entonces de la influencia de los congresistas, para que Venezuela fuera protagonista de una transformación fundamental. Nadie dejó entonces de relacionarse con los discursos de su diputado preferido, o con las consignas de la organización que las lanzaba, para hacer después una vaca por la fábrica de una república diversa.
Las analogías de este tipo son aventuradas. Una hazaña como la realizada por los diputados que se estrenaban en la democracia mientras su público también hacía el mismo debut no tiene parangón. Fueron muchos los que no daban crédito a sus ojos. Pensaban que aquello no pasaría de una feria atrayente, pero condenada a la desaparición debido a los poderes que enfrentaba, a los intereses de nuevo militarismo que esperaba armado y silencioso en la esquina caliente de Capitolio, al viento que terminaría por llevarse las palabras de los oradores. No fue así, sin embargo. La actividad de los diputados de 1946 sembró una costumbre y dejó una necesidad, una espera de naturaleza republicana que se caracterizaría por el empecinamiento en la búsqueda del retorno, en 1959 y en nuestros días.
El lector podrá calcular la enormidad de este cotejo, pero quizá pueda coincidir en el hecho de que estemos en otra época de búsquedas que no dejan de ser un retorno, en la soldadura de un rompecabezas parecido al de antes. También, por lo tanto, en sentir el impulso de un motor movido por un combustible de la misma naturaleza. Es bien probable que el chavismo nos haya convertido a todos, de cierta manera, en primerizos de la democracia y del republicanismo. En consecuencia, la correspondencia con la proeza de 1946 es un vínculo plausible, en lugar de un despropósito.
Publicado en el diario El Nacional el 21 de febrero de 2016