Lissette González
La visita semanal al supermercado, la búsqueda de medicinas en mil farmacias, la dura realidad de que el sueldo no alcanza… Son muchas las dificultades a las que se enfrenta día a día la sociedad venezolana. Sin embargo, no se avizoran cambios que puedan ofrecer mejorías en nuestra menguada calidad de vida. Las medidas económicas anunciadas por el presidente Maduro son más de lo mismo: aumentarán en algo los ingresos fiscales, pero no aportan nada a resolver las causas de la inflación y la menguada capacidad de producción nacional. Y el incremento de salario mínimo tardará poco en diluirse en medio de este escenario de altísima inflación.
Pero no solo las políticas económicas lucen insuficientes. El gobierno parece más preocupado por otros asuntos, empeñado en perseguir cantantes anulando pasaportes o en apresar concejales responsabilizándolos de la molestia popular ante la carencia de los alimentos más básicos. La imagen es más importante que la cotidianidad de la ciudadanía.
La dolorosa situación de la familia venezolana ha estado en la agenda de la Asamblea Nacional con los debates que se han realizado sobre las dificultades en salud y alimentación. Sin embargo, esas medidas carecen de efecto práctico. El debate opositor de los últimos días se ha centrado en la dicotomía revocatorio-enmienda, mientras que el tema social parece en segundo plano, con esfuerzos aparentemente concentrados en el tema político.
Yo no podría afirmar si es mejor un revocatorio, una enmienda o concentrar los esfuerzos en las elecciones regionales de finales de este año. Mi temor es que esperar a que resulte algo de cualquiera de estas iniciativas políticas para iniciar luego medidas sociales y económicas sensatas puede derivar en mayores costos desde el punto de vista social. ¿Acaso los enfermos de cáncer o los bebés desnutridos pueden esperar?
Hacer política supone negociar, movilizar, protestar… presionar, en fin, para influir en la gestión pública. Yo no veo que estemos haciendo mayores esfuerzos en ese sentido. Parecemos adormecidos con la ilusión “Nicolás, vete ya”. Como si nuestros problemas actuales fueran solo obra suya, como si no tuviéramos ya más de treinta años con problemas cambiarios, de deuda externa y de balanza de pagos. Como si los problemas de la red pública de servicios sociales hubiera sido una tacita de plata hasta 2013. Como si cambiar de presidente pudiera resolver todo mágicamente.
El trabajo de sacar al país adelante es de hormiguita y debe empezar ya. Discutamos sobre nuestras metas económicas y sociales, su viabilidad, las formas de hacer nuestras propuestas sostenibles. Sin esa mirada estratégica, ningún cambio de gobierno significará una verdadera transformación de la sociedad venezolana.