Francisco José Virtuoso
He insistido en mis últimos artículos sobre el impacto cada vez más creciente de la crisis económica y social que padece el país en la vida cotidiana de la gente. Las encuestas y los analistas siguen arrojando datos muy elocuentes. Según los resultados del último estudio de Venebarómetro, el 88% de los ciudadanos perciben negativamente la situación del país. En esta percepción coinciden la mayoría de quienes se autodefinen como chavistas (68%), opositores (98%) e independientes (92%). Asimismo se señala en este estudio que: 7 de cada 10 ciudadanos sostienen que la situación económica de su grupo familiar es mala, el 79% de los venezolanos indican que el dinero no les alcanza para comprar comida. También se señala que 9 de cada 10 ciudadanos aseguran que están comprando menos comida que antes. En esta afirmación coinciden 75% de los chavistas, 93% de los opositores y 89% de los independientes.
Luis Pedro España, investigador de la UCAB, señalaba hace poco en la Asamblea Nacional que los alimentos de consumo masivo pasaron a ser una marca de clase. Ya lo que diferencia a las personas no son los viajes o comer en la calle. Estamos tan mal que éste es un país donde lo que se come mayoritariamente es harina, pastas y arroz. Un elemento de distinción social es comer algo distinto a estos tres alimentos. Es claro que este tipo de alimentación debe tener consecuencias en términos de salud.
En el último mes, las colas para comprar alimentos y medicinas han aumentado considerablemente. Ya para el último trimestre del 2015, la firma Plataforma Informativa, señalaba que el 25% de los venezolanos empleaba diariamente hasta tres horas para comprar alimentos básicos. Otro 25% entre tres y cinco horas y el 50% restante más de cinco horas, y la mitad de este último grupo decía que empleaba hasta diez horas.
Seguir agregando datos para demostrar una verdad de bulto que cada vez más ahoga la vida de tanta gente no tiene mucho sentido. Nos acercamos peligrosamente a una situación de crisis humanitaria cargada de diversas expresiones de descontento, protestas, rabia y malestar.
Lo terrible de esta situación es que la gran mayoría de los dolientes están solos con su drama. La dinámica política no los acompaña, más allá de las intenciones discursivas. Por su parte, la dirigencia chavista se niega a buscar soluciones racionales, negociadas y democráticas, obstinada como está en mantener su modelo de administración pública y sus reglas de juego. Los partidos de oposición, limitados al espacio político de la Asamblea Nacional, están obligados, por la lógica de las circunstancias, a emplear su tiempo en el plano político, en un contexto de confrontación agónica con sus adversarios.
Es clave, entonces, que la voz de los dolientes de esta terrible situación se haga sentir desde su propia identidad y sus protagonistas. Toda esa energía tiene que encontrar cauces de expresión, espacios de encuentro, mecanismos de articulación, narrativa propia, independientemente de la dinámica propiamente política. Ello requiere que las organizaciones de base en las comunidades, los gremios, las organizaciones de usuarios de servicios públicos y las organizaciones independientes de solidaridad y apoyo social, se constituyan en un gran movimiento de rescate de la dignidad de la gente.
Este tercer actor, requiere de liderazgos propios, autónomos, con claridad de objetivos y capacidad de convocatoria. En Venezuela, este sujeto existe y cuenta con experiencia de reivindicación y lucha. Es hora de reencontrarse como en la década de los años 90 para proponer y exigir. Es necesario atreverse y tomar la iniciativa. Ahora es el momento.
Publicado en el diario El Universal el 2 de marzo de 2016